En una columna anterior dije que en lugar de tolerar las diferencias, definitivamente las agradezco.
Por ello, y con la idea de promoverla, junto a un grupo de mujeres de mi distrito, Peñalolén, y la Directora Regional del Servicio Nacional de la Mujer, Claudia Opazo, revisamos la agenda de género impulsada por el Gobierno de la Presidenta Bachelet. Confieso que , como hombre, entender esto de la “perspectiva de género” es como las noticias, un proceso en desarrollo; pero, apasionante.
Es indiscutible que en los espacios de participación ciudadana, son las mujeres las que destacan por su compromiso y su vocación por mejorar la calidad de vida, no sólo de sus familias, sino de sus comunidades. Sin embargo, hay una importante brecha de representación: el liderazgo en las dirigencias vecinales y sociales de base es ejercido principalmente por los hombres.
Lo anterior también se ve en nuestro Congreso. Tanto en la Cámara de Diputados como en el Senado, son sólo el 15%: 6 senadoras de 38, y 18 diputadas de 120. Estamos incluso al debe si nos comparamos con el resto de Latinoamérica, donde, en promedio, el 21% de los parlamentarios son mujeres. Tampoco el Gobierno, tiene cifras alentadoras, aunque mejores: sólo el 39,1% son ministras. En el mundo privado los números y proporciones de mujeres en cargos directivos y gerenciales, tampoco muestran mejores estándares
Hay otras diferencias que es necesario considerar y revertir, si nos proponemos hacer de Chile un país más equitativo e inclusivo. De acuerdo con la CASEN (2011), las mujeres, son las jefas del 38,8 % de los hogares en Chile. A la vez son más pobres, ellas y sus familias, pues tienen un tercio menos de ingresos que las familias con un hombre a la cabeza de hogar. ($614.068 v/s $918.164 promedio ingreso monetario).
Las brechas salariales son otra expresión de estas diferencias de género. En Chile, los hombres ganan, en promedio, más que las mujeres con igual nivel de estudios. Las cifras van desde un 19.9% más si ambos no tienen educación formal, a un 71,6% más con formación universitaria incompleta. (Casen 2011). Nuestro país buscará dar efectividad la igualdad de remuneraciones entre hombres y mujeres que presten un mismo trabajo.Gráficamente la Presidenta ha dicho “a igual pega, igual paga”.
Sin embargo el aspecto más dramático de esta discriminación es la violencia contra la mujer.Según la Encuesta Nacional de Victimización por Violencia Intrafamiliar y Delitos Sexuales (Ministerio del Interior – Adimark GFK 2013), observamos que:
- Durante su vida una de cada tres mujeres ha vivido violencia física, sexual o psicológica por parte de sus parejas o ex parejas. A menudo también violencia económica.
- En la mayor parte de los casos la última agresión sufrida fue causada por una pareja o ex pareja, y entre sus principales consecuencias se mencionaron moretones o rasguños.
Para las vecinas de Peñalolén y La Reina, con quienes analizamos esto, uno de los aspectos más importantes es la necesidad de un cambio cultural. Se entiende que no sólo los hombres, sino también las mujeres, hemos sido educados en algunos “supuestos”, que se transforman en “la forma de hacer las cosas” y pasan a ser parte de nuestro funcionamiento automático, se vuelven invisibles y no los percibimos.
Por ejemplo, los roles de hombres y mujeres, quién y cómo se ejerce el control en la pareja, en la familia, la forma de resolver los conflictos, etc. Para lograr cambios duraderos y profundos entonces, se requiere que modifiquemos cómo concebimos al hombre, la mujer y la forma en que ambos se relacionan.
También se requiere un cambio cultural para que las mujeres sean elegidas como representantes de sus comunidades. Ni ellas mismas votan por sus congéneres para representarlas en el poder legislativo. Se puede suponer, que como consecuencia, la perspectiva de género no está incluida del todo en la discusión pública, primando la visión de los hombres en la toma de decisiones, incluyendo áreas tan sensibles como el combate contra la violencia intrafamiliar, los temas de familia, educación, salud reproductiva, etc.
Pero sin duda, es urgente el cambio en la forma de relacionarse entre hombres y mujeres. La dominación y el control son conceptos que no tienen espacio, como lo es, también, la violencia en todos sus modos y formas.
Además de los efectos físicos y mentales, la violencia tiene efectos sociales, como sus costos asociados: la carga sobre el sistema de salud; el de justicia; la pérdida de salarios y productividad y los impactos en la próxima generación. Por ello el Banco Mundial ha señalado que es hora de “demostrar que este tipo de violencia no es solo una cuestión de derechos humanos o salud pública, sino un asunto económico y de desarrollo, que ralentiza el crecimiento y socava los esfuerzos para reducir la pobreza.”
Un país como el nuestro, que está en proceso de hacer cambios en los modos de ser en sociedad, con grandes reformas que llevar adelante, no puede sino hacerse cargo de este aspecto de la integración y equidad.
Se necesitan leyes, políticas públicas y recursos que consideren las diferencias de las mujeres para fortalecer el ejercicio de sus derechos y promover su desarrollo.Pasemos de la retórica a la ofensiva; de los anuncios y proyectos, al reconocimiento cotidiano y urgente de la integral mirada de las mujeres.