Al comenzar el nuevo año, el reto político que se plantea al gobierno y la oposición es crear condiciones para llevar adelante un diálogo provechoso sobre las principales necesidades del país. Ello supone desembarazarse del espíritu de bando y favorecer aquellas coincidencias que permitan que Chile supere las actuales dificultades económicas y retome la senda del crecimiento.
Los ciudadanos juzgarán la buena voluntad con que actúen tanto las fuerzas gobernantes como las opositoras. A la Presidenta Bachelet le cabe la mayor responsabilidad de propiciar un clima de entendimiento.
Ningún gobierno puede perder de vista que sus propuestas de cambio se hacen siempre en un contexto preciso y que no basta con que estén bien inspiradas, sino que deben conectarse adecuadamente con la realidad, interpretar a la mayoría y tratar de que su concreción no produzca efectos indeseados.
Los fines justicieros deben estar en concordancia con los medios que se proponen. Esa es la exigencia de gobernar una sociedad compleja, en la que, además, se ha extendido el espíritu crítico. A la luz de lo que muestran las encuestas, es evidente que el gobierno debió haber estudiado mejor el alcance de su plan de reformas.
La desaprobación ciudadana no es un detalle. Obliga a La Moneda a actuar con modestia y sentido autocrítico. Solo así podrá arreglar la carga en el camino. Quedan tres años de gestión que deben ser bien aprovechados, lo cual exige acotar la agenda con el fin de no dispersar los esfuerzos ni los recursos. Más vale hacer menos cosas, pero hacerlas bien.
Patricio Melero, diputado de la UDI, declaró el martes 30: “Si ganamos (las elecciones presidenciales), vamos a trabajar en deshacer las reformas que se están llevando adelante”.Esa es la ideología de la retroexcavadora, que lamentablemente parece estar ganando nuevos seguidores. Por ese camino, el país solo puede esperar perjuicios.
Nadie tiene derecho a imponer su criterio a cualquier precio. En democracia, vale por supuesto la regla de la mayoría, pero ni las mayorías ni las minorías están petrificadas. En consecuencia, para que los cambios sean duraderos, lo mejor es que sean el fruto de grandes acuerdos.
Hay que impedir que el clima político se degrade por efectos de la soberbia, la intolerancia y el espíritu dogmático. Para ello, es esencial que todos los líderes políticos trasciendan el partidismo y procuren actuar con sentido nacional, lo cual supone potenciar lo mucho bueno que el país ha logrado en el último cuarto de siglo. El país puede generar una corriente constructiva, que articule los aportes de todos los sectores para mejorar lo que tenemos.
Nuestras posibilidades de progreso dependen de que la política se vuelva respetable a los ojos de la mayoría. Los partidos necesitan renovarse profundamente para superar el descrédito que pesa sobre ellos. Tienen que hacerse cargo de los vicios que los han desprestigiado: el clientelismo, el tráfico de influencias, el caciquismo, etc.
Nunca estuvo Chile tan cerca de alcanzar el desarrollo. Sin embargo, si hace opciones equivocadas, se frustrará tal posibilidad. Esto impone la exigencia de no perder el horizonte. Se describe a veces al Estado como si fuera una entelequia que representa el bien. Y sucede que el Estado puede ser tanto protector como opresor. No debe desdeñarse incluso la posibilidad de que sea capturado por grupos dispuestos a hacer “negocios privados”. Hay que impedirlo, y asegurar que los recursos públicos se usen correctamente.
Para que Chile tenga una mejor democracia, hay que poner altas exigencias a la función pública.Y esto demanda una sociedad civil vigorosa, ciudadanos informados, una prensa que investigue y no se deje manipular, cumplimiento riguroso de las normas de transparencia.
Es valioso que tengamos una sociedad abierta, en la que pueden expresarse todos los sectores con plena libertad. Gracias a las tecnologías de la información, cada día son más numerosas las personan que opinan, juzgan y critican. Está a la vista que hoy circulan muy rápido los puntos de vista, pero también los prejuicios y las odiosidades. Tenemos que cuidar nuestra convivencia.
El país reclama leyes bien hechas. Pero no todo se reduce a elaborar nuevas leyes. Se trata de conseguir mejoras tangibles en la calidad de vida de la población, sobre todo de los sectores más vulnerables. Tenemos que derrotar definitivamente la pobreza y las condiciones precarias en que todavía viven muchos compatriotas. Hay que alentar el esfuerzo que hacen los sectores medios emergentes por consolidar sus propios logros. El país debe apoyar a los miles de emprendedores.
El gobierno necesita despejar los factores de incertidumbre, el más serio de los cuales se refiere a la Constitución. No tiene sentido mantener indefinidamente un signo de interrogación acerca de los principios del Estado de Derecho. Si el país requiere reglas claras en la economía y la educación, con cuánta mayor razón las necesita respecto de las bases de la gobernabilidad y la estabilidad.
Debemos tener muy presente lo aprendido desde 1990, cuando recuperamos la democracia, porque desde entonces nuestro país avanzó como nunca antes. Se trata de no olvidar que lo conseguimos gracias a la convergencia de las fuerzas del mercado y las fuerzas del Estado en una fructífera estrategia de progreso, la del crecimiento con equidad. Queda mucho por hacer, pero es clave construir sobre lo construido.