Renato Cristi y Pablo Ruiz-Tagle, en su libro titulado El Constitucionalismo del Miedo. Propiedad, Bien Común y Poder Constituyente, llaman a enfrentar hoy el cambio constitucional.Los autores sostienen que la actual Constitución es hija de Jaime Guzmán, quien actuó motivado por el miedo a que Chile amaneciera un día marxista. Por ello, el texto constitucional que aún nos rige está marcado por la más extrema defensa de la propiedad privada. Los autores repasan una historia oscura para, desde aquella experiencia, llegar a concluir que existe esperanza de tener una Constitución y un Chile que no estén marcados por el miedo.
Las plumas de estos dos autores confluyen en esta obra. Son IX ensayos que van desde la erudición intelectual al análisis histórico, con una trama y un autor que la urde, dándole su columna vertebral.
La trama es lo que se llama un constitucionalismo del miedo que quiere proteger la propiedad privada a cualquier precio, incluso el de la tiranía o de una democracia contenida. En el caso de Chile, el autor que urde la trama es Jaime Guzmán, quien ya en los tiempos de Eduardo Frei Montalva denuncia que el resorte principal de la máquina estatal ha saltado por los aires y que la propiedad privada y la libertad de los chilenos morirán en el estatismo. Es el miedo a que Chile se despierte marxista, escribe amenazado y amenazante en 1970.
La esencia del libro es, entonces, ese miedo a perder la propiedad privada a manos del desarrollo de una democracia que, a través de la regla de la mayoría de pobres y oprimidos, expropiará fatalmente a quienes no lo son.
Este miedo nace del pensamiento liberal posesivo. Es el liberalismo que parte de John Locke, quien ve en la propiedad privada una grandiosa continuidad de la vida y del trabajo personal. Sin propiedad no hay libertad, pero no se trata del derecho a la propiedad de los republicanos, que tan bien describe Pablo Ruiz-Tagle, ni de los padres de la Iglesia que reseña Renato Cristi, sino que del derecho de propiedad de los que la tienen y amasan, a un nivel que el propio Locke jamás legitimó.
Como dijimos, el constitucionalismo del miedo teme que en la democracia la propiedad privada retroceda, el estatismo avance y la libertad se hunda. La solución es imponer normas constitucionales que hagan imposible este motor de la política. En el peor de los casos, la tiranía del caudillo si fuese necesario.
Ahora bien, este miedo va mucho más allá de la simple expropiación. Los autores ponen el acento en una rigurosa defensa de la propiedad privada por parte de este constitucionalismo del miedo.Para ello citan a Tomas Hobbes y John Locke. Sin embargo, la causa del miedo para Hobbes es morir violentamente, no perder la propiedad, que por cierto no existe en un estado de naturaleza en el cual todo es de todos. La fundamentación de la ilimitación del Leviatán es la seguridad.
En cambio, John Locke describe un miedo aún más simple: es aquel de quien se somete al contrato social prefiriendo la seguridad al poder. ¿Seguridad de qué? De no morir de hambre.
En este escenario ¿dónde ubicar el fundamento del miedo de Jaime Guzmán? A él no sólo lo mueve el miedo a que sus representados pierdan la propiedad de campos, bancos e industrias, sino que también el prestigio, el honor, un estilo de vida.
Por cierto, Jaime Guzmán se sintió amenazado y violentado por las reformas estructurales que promovió el gobierno de Frei Montalva, particularmente la reforma agraria y la sindicalización campesina. Peor aún fue su rechazo bajo el gobierno de Salvador Allende.
Pero no es menos cierto que Jaime Guzmán experimentó pasivamente y atizó activamente en el, a ratos, legítimo temor de las clases medias chilenas que veían amenazadas su seguridad y estabilidad personales, su ideología de la movilidad social individual, la estabilidad y el orden social y vieron ante sí el horror del ascenso del proletariado.
En conclusión, Jaime Guzmán no sólo temió la expropiación de la propiedad privada, cosa que no hubiese atemorizado tanto a las clases medias, ¿finalmente a quién le importaba la propiedad de banqueros, terratenientes y monopolistas?, sino que buscó encarnar el miedo a perder, no sin razón insisto, una forma de vida, por austera que fuera. Y lo logró.
En consecuencia, lo que entendía Jaime Guzmán como el descarrilamiento de la democracia chilena era un proceso que amenazaba literalmente la vida y forma de ser de un pueblo, particularmente de sus clases medias.
En las disposiciones permanentes y provisorias de la Constitución del 80, se observa un enorme miedo a que las mayorías no sólo atacasen la propiedad privada, sino que también las prerrogativas del Presidente de la República, la autonomía de las Fuerzas Armadas, los equilibrios fiscales, el derecho a la vida del que está por nacer, la familia, la religión o la armonía social amenazada de muerte por las ideas marxistas, el terrorismo sin más.
Jaime Guzmán es el autor de la urdimbre del miedo, el que teje, trama y conspira.Trama y actor. Un joven abogado católico formado en el más estricto tradicionalismo que intenta fundir corporativismo con capitalismo y neoliberalismo con neoconservadurismo, todo ello a costa de la democracia, los derechos humanos y las libertades públicas.
La mezcla es inestable y, como demuestra Renato Cristi al final del libro, está condenada al fracaso, pero Jaime Guzmán no es general de un ejército derrotado. Por el contrario, este libro presenta el increíble protagonismo de un joven universitario que derrota al socialismo en su mejor momento, los fines de los años sesenta; genera un movimiento gremial que se extiende, tras 1973, por todo el país uniendo ultra conservadurismo español con neoliberalismo de Chicago; director de la campaña de un derrotado Jorge Alessandri, declara la guerra cívica e ideológica a Salvador Allende y tras el Golpe de Estado realiza una frenética labor constitucional cuyos frutos nos gobiernan hasta hoy; elegido senador en 1989 sólo es detenido a balazos.
Renato Cristi y Pablo Ruiz-Tagle están muy lejos de realizar un “homenaje al adversario”, entre otras cosas porque este adversario apoyó un régimen autocrático para derrotar a sus contradictores, pero sí hacen dos cosas notables. La primera, es atreverse a pensar en forma extensa o representativa, esa forma de pensamiento que nos aconseja Kant. De lo que se trata es salir de nosotros mismos, ponerse en el lugar del otro no para justificar, sino que para comprender, comprender y comprender, antes que criticar, juzgar y condenar. La segunda cosa notable que ejecutan es que se toman en serio a su adversario.
El trabajo de ambos no es simple ejercicio de erudición jurídica y filosófica, ni arte propio de arqueólogos desenterradores de una dolorosa historia escrita por un frío adversario. Hay una esperanzadora lección democrática que recorre el libro. Por ello es que sostienen que la consolidación de la democracia chilena pasa por la afirmación del poder constituyente del pueblo, no para reprimir sino que para regenerar.
Es con este talante intelectual y espiritual que Renato Cristi y Pablo Ruiz-Tagle nos llaman a enfrentar hoy el cambio constitucional para así poner fin a la era del miedo, con la esperanza de los tiempos mejores que están por venir.
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