En materia energética Chile debe tener una definición de desarrollo estratégica que alinee a las empresas con los intereses del país y no al revés. Durante la era del petróleo los lineamientos energéticos fueron dictados en las oficinas de los consorcios con el incremento de sus utilidades como principal objetivo.
Sin embargo la civilización del petróleo, que como nunca en la historia concentró el poder en pocas manos, llega a su fin y debemos transitar rápido de las energías convencionales a las Renovables No Convencionales (ERNC) y recurrir al sol, el mar, las aguas, la geotermia y al viento.
Chile tiene un drama y una oportunidad. Poseemos el desierto más irradiado del planeta, las mejores olas, intensas mareas, fuertes corrientes en los canales del sur y un gran potencial geotérmico. El declive cordillerano provee recursos hídricos para centrales de pasada, y el modelo forestal gran cantidad de biomasa… pero ¿por qué no hacemos nada significativo con eso?
Porque no hemos elaborado –de manera participativa y de abajo hacia arriba- un proyecto país que defina la vocación de uso del territorio y que alinee la educación, ciencia y la institucionalidad requerida en cada rincón.
Para ello hay que cambiar nuestras prioridades e incrementar el presupuesto para Ciencia del vergonzoso 0,35% actual al menos a un 1% del PIB, (en Corea y Japón es un 4%); construir una institucionalidad ambiental seria, respetada y con capacidad técnica para diferenciar con claridad los proyectos buenos de los malos y evite que se desconfíe de todas las iniciativas.
También debemos asumir la crisis del agua que pronto será el recurso más escaso del planeta. Chile debe preparar una estrategia geopolítica de defensa de este recurso porque somos la segunda reserva mundial de agua dulce pues, pese al descongelamiento de los glaciares -por calentamiento global e intervención minera-, poseemos miles de km2 de estas verdaderas ‘cantimploras’ gigantes y ni una sola norma legal para protegerlos.
Hace una década presentamos un proyecto de ley para reformar la Constitución y establecer el agua como un bien nacional de uso público. Chile debe tener al menos una Subsecretaría del Agua vinculada a la institucionalidad ambiental que proteja los glaciares, elabore un nuevo Código de aguas y establezca como un derecho humano el acceso a este recurso vital.
Debemos apostar en grande y tener un Estado proactivo que realice los estudios de localización para ERNC, que se entienda con las comunidades y busque fórmulas de asociación, que obtenga las autorizaciones ambientales y convoque a los privados para que desarrollen sus mejores tecnologías y lleven adelante los proyectos a precios adecuados.
Actualmente, pese a nuestro escaso esfuerzo, Chile es 13° entre 40 países y 2° en Latinoamérica (tras Brasil 10°), como atractivo de inversión en energías renovables según el ranking RECAI (Renewable Energy Country Attractiveness Index) de junio de 2014.
Destacamos en energía solar con 760 MW solar aprobados ambientalmente y 100 MW en construcción. Los técnicos de la administración anterior pronosticaban que no habría MW solares en operación antes del 2020.
Según el Reporte de septiembre del Centro de Energías Renovables (CER) Chile tiene instalada una capacidad total de ERNC de 1.784 MW, hay 805 MW en construcción (eólica, termosolar y fotovoltaica) y más de 13.000 MW con la Resolución de Calificación Ambiental aprobada.
Las tecnologías limpias son una importante oportunidad para las pymes de los países en desarrollo y especialmente para Chile cuya particular geografía nos convierte en una especie de Golfo Pérsico de las ERNC.
En el desierto de Atacama se pueden producir 200 mil mega watt y abastecer a toda Latinoamérica.El declive cordillerano, la marea constante, los fuertes vientos, los múltiples volcanes y su potencial geotérmico, así como los torrentosos canales sureños nos ponen en un sitial de privilegio de cara al futuro. Sólo debemos tener ganas y atrevernos.