Han transcurrido 26 años desde la gesta del NO el 5 de octubre de 1988. Tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos de ese destacado triunfo de quienes fuimos oposición al régimen militar de Pinochet. Ganamos en las urnas con un 54,71% de los votos. Quienes deseaban la continuidad de la dictadura, sólo obtuvieron un 43,01% de los sufragios. No fue una campaña fácil: estuvo poblada de sacrificio y mucho esfuerzo por parte de la oposición. La dictadura aportó censura, represión y puso muchos recursos financieros para convencer al país que entre el SI y el NO había que apoyar el SI.
En los años siguientes, y luego del triunfo presidencial con Patricio Aylwin, ya en La Moneda, el 5 de octubre –cada año- se convirtió en un ícono de conmemoraciones masivas y oficiales, con mucho ceremonial, sea en el Palacio presidencial, en el ex Congreso, hoteles y sedes partidarias.
La élite oficial celebraba con entusiasmo y vocación lo que fue la gesta histórica que abrió camino a la transición democrática. Los actores se peleaban para los discursos de rigor. No estar presente en los actos conmemorativos del NO, cada 5 de octubre, era –prácticamente- estar fuera del escenario político.
Lentamente este acopio de entusiasmo ha ido decayendo y es bueno y es sano reconocerlo. En los últimos años se convirtió en una “lata” ceremonial, en un ritual desgastado, con discursos llenos de lugares comunes y promesas de unidad y compromiso democrático propios de una buena retórica.
Posteriormente, con la debacle de la derrota electoral en enero del 2010, y con el ingreso de la derecha a La Moneda, prácticamente, el riguroso y potente ceremonial del 5 de octubre de cada año, dejó de celebrarse con la pompa partidaria y gubernamental de antaño.
Apelamos al recuerdo de la Historia. No hubo ceremoniales relevantes. Se han señalado diversas excusas para ello. En realidad, lo mejor es que cada cual –gobierno, partidos, dirigentes, funcionarios, militantes y simpatizantes- hagan bien su trabajo en donde sea que estén. Y si hay espacio para que en algunos lugares, se realice alguna reunión para celebrar el NO, que esa reunión sea bienvenida.
Lo esencial es lo siguiente: las fechas históricas dejan de tener sentido ritual cuando éstas se han internalizado en la Memoria del país. Por muchos años, habrá siempre un recuerdo del NO y sobre todo de su fuerza unitaria.
Los que fuimos jóvenes activistas de la campaña en 1988, ya habremos transmitido a nuestros hijos la epopeya de la que fuimos protagonistas y testigos. Y ellos, a su vez, la mantendrán en su memoria y seguirán transmitiéndola. Esto es la herencia de la tradición oral y escrita, que tiene un sello determinante en los pueblos. No es que el NO pase al olvido. Por ningún motivo.
Lo que acontece es que quienes lo protagonizaron y después fueron parte del nuevo poder democrático, entendieron –seguramente a su modo- que había que enfrentar complejas decisiones políticas, legislativas, económicas y culturales que, inevitablemente, empañarían el legado del NO. ¿Se recuerdan de esa frase histórica: “Haremos justicia en la medida de lo posible”?…., en referencia a la lucha por los Derechos Humanos.
El desgaste del ritual político de la celebración del NO, no guarda relación con el valor intrínseco de la gesta histórica. Se relaciona, fundamentalmente, con el desgaste de los liderazgos políticos.El NO permanecerá para siempre como valor, a pesar de nuestros liderazgos y de nuestros partidos.
Conmemoramos entonces 26 años de esa hermosa gesta política. No olvidemos que ese 43% de chilenos que votaron por la continuidad de la dictadura siguen también existiendo y que, en definitiva, el camino de la reconciliación en aras de una sociedad más justa, sigue teniendo fuertes contradicciones.
Nuestra conmemoración , en el primer año del gobierno de la Nueva Mayoría, herederos legítimos de la Concertación por el NO, representa fundamentalmente la consolidación de la Memoria Histórica, la que cada uno conserva. Es un marco de referencia fundamental para obligarnos a pensar –claramente- que cuando triunfamos con el NO, el 5 de octubre de 1988, fue para iniciar un cambio democrático de verdad, para establecer relaciones de justicia, para instaurar la verdad en derechos humanos, para que Chile se convierta en una sociedad progresista, pero para todos y no para unos pocos.
Si no hay suficiente convicción respecto de estos valores superiores, tal vez, valga la pena no gastar tiempo en rituales artificiales y así, es mejor, que la celebración del NO haya sido un gesto sencillo, de cada cual, en el lugar en que se encuentre.