A raíz de los últimos sucesos referente a la creación de la provincia de Ñuble como región, existen algunas reflexiones interesantes de presentar independiente de la identidad territorial.
El primer aspecto, radica que en la actualidad el constituirse en región, se ha asociado al aumento de los recursos a ser invertidos en dicho espacio. Esta situación, parece válida a partir de la experiencia de las regiones Arica y Parinacota y Los Ríos, donde existe un aumento de recursos para los territorios recién creados, mientras que estos se mantienen prácticamente similares para las regiones residuales.
El segundo aspecto, se centraría en obtener -por parte de los territorios en cuestión- un mayor poder de decisión en la inversión de los recursos, lo cual en cierta manera también ha ocurrido, puesto que la instalación del Gobierno Regional, las diferentes Seremis y sus respectivas autoridades, generan indiscutiblemente que la toma de decisiones sea con mayor conocimiento.
El problema que surge al considerar estos dos argumentos radica en interpretarlos como justificación para generar un proceso de segmentación del espacio.
Para responder el primero simplemente se podría, vía decreto, focalizar o incentivar la inversión de cierta parte de los recursos regionales a determinados espacios, buscando una mayor solidaridad territorial. Esto limitaría la disposición de recursos en las áreas donde se localiza la capital regional, la que en la mayoría de las regiones, tiende a polarizar la inversión en desmedro de otras ciudades.
Esto también podría ir acompañado de beneficios tributarios u otros, que incentiven la localización de determinadas actividades económicas o emprendimientos en comunas con un desarrollo rezagado.Bien entendido que esta política tendría que ir asociada a un aumento de los recursos descentralizados destinados a la región, es decir, no solo un incremento como tal sino que también el poder de decisión de dónde y cómo invertirlos.
La respuesta al segundo punto sería más sencilla: el poder de decisión, en función del rol que pueden cumplir los CORES actualmente democráticamente electos, podría entregar la participación necesaria, lo cual se vería aún más fortalecido con la probable futura elección de un presidente del Gobierno Regional y otras atribuciones que puedan fortalecer el rol de estos funcionarios en sus respectivas provincias a partir de una legislación acorde, que sin duda debe ser generada.
Bajo este contexto, antes de crear otro espacio regional –que para Ñuble puede ser factible- sería relevante discutir acerca de un marco normativo que permita desconcentrar los recursos hacia otros espacios en la región, que actualmente se concentran en capitales regionales y en menor medida, provinciales.
Así, tras esta disposición, se podrían evaluar los resultados de estas acciones y desde ese escenario plantearse otras medidas.De lo contrario, las disparidades al interior del espacio regional serán calcadas: no habrían incentivos para que Chillán no polarice el espacio de su teórica región en desmedro de otras comunas.
En este sentido, debemos tener una premisa clara: si solicitamos “justicia territorial” de Santiago hacia otros territorios del país, también debemos hacerlo respecto de las capitales regionales y el resto de espacios que componen su región.
Por lo tanto es relevante comprender y resolver las disparidades que se generan al interior de nuestras regiones de manera de no repetir el patrón concentrador de bienes y servicios que se desarrolla a una escala nacional.
Lo anterior no excluye la urgencia de aumentar los recursos a cada espacio regional y que sean al menos equivalentes respecto de las magnitudes invertidas en la capital del país, de forma que dichos recursos no sean la excusa para generar una nueva región.
En este sentido, la creación de un nuevo espacio debería estar asociado a profundos elementos identitarios de todo el territorio (no solamente parcial) que se desea segmentar.
Funcionalmente muy cohesionado en términos de la movilidad que realizan sus habitantes y las interacciones que se desarrollan entre los centros urbanos que componen el espacio.
Gozar de una matriz económica que permita el crecimiento y desarrollo de sus territorios.
Poseer a los menos dos o tres centros urbanos de jerarquía similar que permitan una distribución equilibrada de los bienes y servicios, permitiendo grados de asociatividad, complementariedad y cooperación orientados hacia una mayor cohesión territorial del espacio.
Estos elementos no son fáciles de encontrar, e incluso pese a la existencia de algunos, no son elementos determinantes para generar dicha segmentación. En efecto, en otros países, la tendencia en la actualidad ha sido a suprimir y agrupar regiones en vez de crear nuevas (ver la experiencia francesa, cuya discusión se realiza en estos momentos).
Lo anterior tiene su justificación en que los costos asumidos por el Estado en cuanto a personal e infraestructura, que inciden en la creación e implantación del nuevo espacio regional, no serían garantía alguna de una mejora en la calidad de vida de los habitantes, incluso es más, esos recursos se podrían transferir directamente en espacios rezagados.
Si bien estos argumentos podrían distar de popularidad, van en consecuencia a realizar una eficiente asignación de los recursos y quizás lo más relevante, mayor bienestar para la población mediante mecanismos más rápidos y menos costosos.
En este sentido, si se desea crear una región de Ñuble, podría ser el momento para poner en marcha un tipo de descentralización fiscal al interior de los espacios regionales, asociado a una batería de instrumentos que puedan generar de manera efectiva un desarrollo en las diferentes comunas que componen la teórica región, pero centrándose en lo más relevante que es el bienestar de los habitantes que la componen.