El tema presidencial se ha ido instalando lentamente en la coyuntura. Esto no debiera extrañar en las democracias –menos en la chilena-; aún cuando, falte mucho tiempo para la elección de fines del 2017.En efecto, en las democracias presidenciales la elección del Presidente está siempre presente y oscila entre la latencia y la manifestación; entre la oscuridad y la transparencia; entre la especulación y el silencio.
El hiper presidencialismo chileno, el período presidencial de 4 años y las aspiraciones y vocaciones de poder de “los políticos y partidos”, generan las condiciones políticas para que en Chile la cuestión presidencial sea recurrente y se instale en la coyuntura cada cierto tiempo con una intensidad que va en aumento en la medida en que se manifiestan los grandes hitos de la carrera presidencial –nominaciones y primarias- y se acerque la fecha de la elección final.
La presidencial que tenemos en tres años más comenzó en rigor, a lo menos, desde el período de Piñera.Al terminar su mandato ya habían algunos corriendo: Piñera, Allamand, Velasco y Marco. Es más, a pocos días de la segunda vuelta presidencial, el senador Espina reconoce que está pensando en ser pre-candidato presidencial de su partido. Luego, durante la primera semana de enero del 2014 afirma que RN debía elegir su abanderado presidencial por medio de primarias y que este mismo mecanismo debía usar la centro-derecha para elegir el candidato del sector.
Los últimos sucesos apuntan a la confirmación de las aspiraciones de Moreira –que habla de competir en una primara al interior del gremialismo en representación de la UDI popular- y de las necesidades del Gute de apurar la nominación de la DC.
Y, junto a estos hechos, encontramos los datos que entregó la última CEP y que fueron leídos en clave presidencial como los posicionamientos de Velasco, MEO, Isabel Allende, Piñera, Ossandón y Allamand. Y mientras tanto, Longueira resucita a Insulza, Walker busca candidato presidencial para las municipales de dos años y se intensifican los contactos entre MEO y el PS.
No obstante, los procesos y las dinámicas presidenciales no sólo se constituyen en torno a “los nombres”, es decir, a los postulantes-aspirantes, sino también en torno a los mecanismos internos que cada partido y/o coalición usa para “escoger” su presidenciable y a los contenidos programáticos que forman y formarán parte del debate presidencial.
No voy a entrar a identificar a los postulantes y sus posicionamientos actuales.Todos sabemos quiénes son, quiénes tienen mejor posicionamiento y quiénes tienen la voluntad de poder. Quiero, por tanto, poner atención en los mecanismos y en los contenidos.
Los mecanismos. Desde todos los sectores se ha escuchado que se harán primarias.Pero, no sólo se trata de poner en marcha este mecanismo al interior de las coaliciones, sino también al interior de los partidos.
De hecho, mientras en la derecha se ha escuchado con más fuerza el uso de las primarias al interior de cada partido para definir el abanderado presidencial, en el oficialismo hay más certezas en torno a una gran primaria de “centro-izquierda” y más dudas en torno a que ocurran al interior de cada partido, sobre todo, los que se ubican en la izquierda de la Nueva Mayoría.
De hecho, Walker acaba de afirmar que le gusta el mecanismo de las primarias “abiertas y vinculantes… (pero)… no se puede descartar una competencia en primera vuelta. Uno no puede casarse con los mecanismos”.
Los contenidos. La próxima elección presidencial se va definir en términos programáticos en función de las continuidades y rupturas que se instalen con respecto al programa de reformas que impulsa Bachelet y la Nueva Mayoría. Del mismo modo, la elección se va decidir en términos de ganador-perdedor en función de profundizar, continuar, consolidar, suavizar, debilitar y/o terminar con el “programa de la inclusión”. Aquí, por tanto, está la clave de la presidencial que se nos viene.
En consecuencia, la dimensión satisfacción-insatisfacción ciudadana con la implementación de las “reformas estructurales” que pone en marcha Bachelet, será el eje fundamental de la contienda presidencial.
Algo parecido planteaba el ex presidente Lagos –hace unos días- cuando afirmaba que “si usted hace algo que va en contra del sentido común de una gran mayoría del país, se corre el riesgo de que eso se plantee como bandera de lucha de la oposición”.
Por ello, el impacto que tendrán las reformas -tributaria, educacional, laboral, política y valórica- en la ciudadanía y la forma de percibirlas –“para bien o para mal”- es la variable fundamental de la próxima presidencial, al punto, de definir los contenidos programáticos y decidir el resultado de la elección. Debido, a que todavía estamos en una fase de implementación y diseño de las reformas, es muy prematuro tener certezas en cómo se va dar el debate programático y que énfasis y enfoques se van a instalar.
En lo que sí hay certeza, es que será una coyuntura ideológica y política en la que seguirán en pugna modelos de sociedad bastante opuestos. Mientras unos buscarán profundizar las reformas contra neo-liberales, otros intentarán suavizarlas, limitarlas, frenarlas o eliminarlas. Mientras unos buscarán profundizar las reformas progresistas, otros intentarán suavizarlas, limitarlas, frenarlas o eliminarlas: más reformas o menos reformas será la clave.
Al final, son los ciudadanos los que deberán definir el futuro de las reformas. Y, los postulantes, por tanto, serán aquellos que mejor encarnen la tensión entre la continuidad de las reformas o el quiebre de las mismas.
Faltan tres años para las presidenciales, dos años y medio para las primarias generales –si es que hay- y dos años para las municipales. La tectónica del poder ya se mueve en clave presidencial. El asunto no es “extemporáneo ni impropio”. Cada coyuntura tiene su afán.