En el diario El Mercurio, una centena de expertos y políticos y ex ministros de educación han expuesto dos ponencias antagónicas sobre la materia.Radio Cooperativa se ha referido a esta polémica.
Los primeros en abrir los fuegos el 7 de septiembre fue un grupo mayoritariamente de derecha, con importantes incrustaciones Demócrata Cristianas y del PPD. El segundo del 14 de septiembre, está firmado principalmente por personas de izquierda y democratacristianos.
En ambas notas periodísticas se plantea con altura un problema muy complejo, pero en ambos artículos se somete el tema a un mero análisis económico, en lo que se lee en la superficie, es decir, se hacen planteamientos sobre lo injusto de financiar a estudiantes de familias ricas y lo poco, por otra parte, que gasta el Estado en la educación superior, según los otros. Los artículos abren un debate que no toca con claridad ni con transparencia el tema de fondo que a nuestro juicio debiera analizarse.
En primer lugar es claro que lo que subyace en la discusión es si se desea o no tener educación universitaria privada.Claramente un sector no la quiere y otro desea mantenerla sobre la base de becas y apoyos a estudiantes que pueden elegir donde estudiar.
En el programa de gobierno actual, el compromiso adquirido tiene un componente concreto consistente en una gratuidad del setenta por ciento y una aspiración para el próximo gobierno, de ampliar la gratuidad universitaria al cien por ciento.
Desde mi punto de vista que no es otro que la filosofía que inspira a la democracia cristiana parece insuficiente someter el análisis temático a cuestiones exclusivamente mecanicistas y fundadas en criterios económicos que no son precisamente lo que la mayoría ciudadana desea para la educación chilena.
Si hay algo que está meridianamente claro es que hay una aspiración colectiva, racional o intuitiva, de que la educación es una materia que no está sujeta sólo a criterios económicos.
La democracia cristiana se rige todavía por su V Congreso y en el en esta materia, en la universitaria, lo que se acordó era el mejoramiento y la ampliación de las becas, créditos y apoyos a los alumnos de distintas universidades e institutos profesionales entre otros. En el partido principal del actual gobierno no se ha definido aún la gratuidad universal, aunque curiosamente se ha comprometido este apoyo para un nuevo programa de gobierno.
Lo anterior hace necesario que la Democracia Cristiana hará una profunda discusión sobre esta materia en la que, junto con los criterios económicos que nos traen siempre a la realidad, será necesario analizar otros aspectos que son parte del problema.
El primero es que no parece absolutamente correcto definir a los alumnos como personas ricas o pobres. Lo podrán ser sus familiares, pero el centro debe estar en el estudiante y como tales, salvo excepciones, no son más que eso y categorizarlos como ricos o pobres por su origen social o realidad económica es una reducción o categoría errónea del problema.
En segundo lugar, es preciso incorporar al debate un aspecto difícil de medir que es el valor sociológico de la integración ente iguales en la formación de universitarios, de verdaderos universitarios, hombres y mujeres abiertos y libres, solidarios, preocupados por el devenir de la patria y del mundo y comprometidos con el colectivo del país.
Este último aspecto no es menor si se quiere ir terminando con los estigmas y se quiere integrar a los chilenos. La no discriminación arbitraria hay que comenzar a construirla desde ya en las universidades y así entiendo el programa de Bachelet, máxime si la segregación escolar, parvularia, básica y media será tarea de muchos años atendida la segregación urbana especialmente en las grandes ciudades y la realidad rural.
Me resulta doloroso ver a mis camaradas divididos por esta materia no tanto en cuanto al fondo, sino a la forma, sin que se debata en el seno de nuestro Congreso, un tema tan relevante para el devenir de la Democracia Cristiana.
Finalmente, también resulta incorrecto que debatamos esto a través de un diario interesado en separar nuestras aguas, dando así pruebas fehacientes de que somos presa fácil de poderes facticos muy inteligentes que están siempre buscando divisiones en nuestro interior.