Crecí escuchando historias y anhelos de muchos.
Tuve la oportunidad de ingresar, siendo estudiante, a la Democracia Cristiana.
De niño, como muchos, acompañé a mis familiares, a escuchar los testimonios de líderes como Radomiro Tomic y a quien la próxima semana recordaremos con especial detención: el ex presidente Eduardo Frei Montalva, al recordarse los 50 años desde que asumiera, como presidente de Chile.
Su programa de gobierno, la Revolución en Libertad, la mística y la convicción de aquellos años forman parte de la historia, están registrados en diversos formatos y existe abundante literatura al respecto. Pero, sin duda, lo más importante es que permanecen en el espíritu de la Democracia Cristiana y en la esperanza de millones de chilenos y chilenas que creen en un país más justo e inclusivo.
Ello, porque si bien las condiciones sociales e históricas no son las mismas, tal como en los tiempos de Frei, Chile siente otra vez la urgencia de la equidad; esa urgencia que se expresa a diario en todos los barrios y localidades del país. Equidad sin apellidos, equidad de verdad, desterrando los abusos, las injusticias y la discriminación.
Recordamos esta fecha, entonces, con dos miradas. Primero, porque quienes pertenecemos a la Democracia Cristiana recordamos aquel periodo como inspiración y volvemos a comprometernos con la vocación de servicio de la que tanto hablaba Frei Montalva y en la que creía y practicaba.
Segundo, porque es imposible no encontrar similitudes entre su gobierno y los cambios que hoy buscamos generar. El paso del tiempo, sin duda, no ha logrado apagar los ecos de las multitudes que en aquella época recorrieron Chile, en la Marcha de la Patria Joven, cantando Brilla el Sol.
La presidenta Bachelet señaló, hace algunos días, que “hoy Chile vuelve a estar al inicio de un camino de transformaciones necesarias”, agregando que la sociedad “siente otra vez la urgencia de la equidad, de la solidaridad, de la justicia, la participación y el debate”.
Estoy seguro que la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas chilenos mantienen la esperanza y creen en los cambios anunciados y en las iniciativas que permitirán disminuir las desigualdades.
Claro está que nada de ello es fácil, porque además de encontrarnos con el frontón de una derecha que insiste en proteger sus intereses particulares, colocando freno de mano a cada iniciativa, los desaciertos de algunos o las improvisaciones de otros, contribuyen a abrir espacio para las dudas y las críticas, sumando incluso al ex presidente Piñera, que se ha dedicado a desinformar y a actuar como activista en contra de las reformas.
Hoy, que duda cabe, todo Chile clama por un sistema educativo que no se base en el lucro y la segregación y por una nueva Constitución nacida en democracia y que sea producto de la deliberación común, donde los derechos esenciales estén garantizados y donde los temas que hoy preocupan a los chilenos tengan el espacio que merecen.
Han pasado cincuenta años, y la invitación es a renovar ese compromiso fraterno por un Chile realmente inclusivo, diverso y respetuoso de la vida de todos. Un Chile sin desigualdades y donde la equidad a la hora de garantizar los derechos civiles y humanos sea clave para construir una sociedad moderna, pero profundamente humana.
En este contexto, la Democracia Cristiana debe jugar, tal como lo hizo en el pasado, un rol fundamental, levantando la voz para representar a quienes, de norte a sur, marchan en su imaginario en busca de un futuro mejor.
El espíritu esencial de la Democracia Cristiana, el que vimos en la Marcha de la Patria Joven, después de 50 años, sigue siendo la médula y el eje principal de nuestro proyecto político. Y me refiero, en concreto, a impulsar los cambios sociales, políticos y económicos para que en nuestra patria brille el Sol pero para todos y todas.