El paso de la tecnología electrónica a la digital en las comunicaciones influye en la formación de una nueva subjetividad ligada ya no a la calidad de espectadores de la TV, que necesita público que vean su programación, sino a un protagonismo de la sociedad civil que con los instrumentos interactivos de lo digital, que son móviles, puede auto convocarse, tener voz al margen de los medios tradicionales y exigir participación en las decisiones políticas.
Las nuevas fronteras de la tecnología de la información amplían el espectro de opinión pública y, en particular, la conexión computador – teléfono – Internet y sus ramificaciones- hacen posible el surgimiento de nuevas formas de comunidad y le dan una enorme oportunidad a la política y a los partidos en la medida que ellos también sean capaces de pasar de lo análogo a lo digital y que utilicen las nuevas tecnologías de la información para escuchar y consultar a la ciudadanía, horizontalizando la democracia .
Vivimos un cambio de época marcado por los efectos de la globalización y la influencia creciente de la revolución digital. Las tecnologías de la información y de las comunicaciones han permitido el surgimiento de redes sociales al margen o más allá de las estructuras de los partidos políticos y de las instituciones del Estado.
La sociedad en red se organiza utilizando las modernas tecnologías de las comunicaciones a través de las cuales han construido nuevas relaciones de poder que compite o sobrepasa a los partidos políticos, a los Gobiernos y a los Parlamentos, poniendo en tela de juicio la democracia representativa tradicional y la capacidad organizadora de la pluralidad ciudadana que ha correspondido hasta ahora casi plenamente a los partidos políticos.
Lo anterior significa que hoy el poder comienza a repartirse de manera distinta entre sociedad civil y la sociedad política.
Como recuerda el politólogo italiano Stefano Rodotà, “además de las fragilidades endógenas, un enorme remezón llegó a través de la globalización que impuso una nueva forma de democracia, la doxocracia o democracia de la opinión pública, en la que la voz de los ciudadanos puede alzarse en cualquier momento y desde cualquier lugar para formar parte del concierto cotidiano”.
Del predominio determinante de la televisión, y sobre todo de la TV satelital, que dotó a los seres humanos de cualquier lugar del planeta de un nivel de información como nunca antes en la historia de la humanidad, entramos hoy a la era digital donde la comunicación deja de ser vertical, deja de ser de pocos a muchos, espacio análogo que constituía también el escenario privilegiado de las cosas e instrumentos de la política.
La forma de comunicar deja de ser un espacio más de la política y se transforma en el espacio donde se ejerce la política.Ello debilita, sin duda, el rol de la intermediación de todas las instituciones que fueron características en la democracia.
Los ciudadanos se auto convocan, emiten sus propios mensajes, fijan agendas, condicionan a los parlamentos y a los gobiernos, lo cual coloca en tela de juicio, relativizan o colocan desafíos mayores a la acción de los partidos y de los parlamentos, que aparecen actuando en una sintonía distinta a la de la sociedad, y que sin embargo han sido y siguen siendo columnas vertebrales del sistema democrático.
La democracia está cada vez más marcada por esta nueva forma de ciudadanía y los partidos, parlamentos y demás instituciones, están obligadas a adecuarse a estos fenómenos con mecanismos cada vez más abiertos que respondan a las exigencias de protagonismo participativo de la sociedad civil.
Junto a ello, las nuevas tecnologías cambian los tiempos de la política y de la propia democracia representativa y esto no puede no afectar al trabajo parlamentario que tiene sus tiempos y donde el debate y la búsqueda de acuerdos es la base de su actividad.
El juicio ciudadano se forma hoy en una óptica nueva determinada por la velocidad de las comunicaciones y quisiera que los parlamentos respondieran a sus aspiraciones en ese ritmo.
Se trata de una sociedad más exigente y más informada, convencida que los parlamentarios y los políticos corresponden a una casta privilegiada de la sociedad que se ha separado de ella y por la cual no se siente representada.
Asistimos, además, a una pérdida de densidad de la política y a una fuerte personalización de ella.
Castells explica que el mensaje, más que ideología o proyecto, tiende a ser hoy el personaje mismo.
La propia adscripción de los electores a los programas se debilita y una enorme masa de ellos fluctúa entre una y otra alternativa, de pronto de sectores ideológicos y políticos muy distintos en su contenido, viendo qué ofrece cada cual, con menos sujeción al plano ideal y mucho más a la oferta de corto plazo del candidato. Se observa, incluso en las democracias más consolidadas, altos grados de abstención electoral y desafección por la política y sus instituciones.
Hay, por tanto, un cambio en la política. El fenómeno de la desideologización y la crisis de las utopías han terminado con las claves interpretativas de la realidad y con las propuestas que anunciaban sociedades superiores.
Hoy la política es más pragmática, radicada en el presente, como si fuera inamovible, y con insuficientes proyectos de futuro si consideramos las demandas crecientes de la sociedad, lo que la hace aún menos atractiva.
Hay un evidente retraso cultural de la política para comprender e interpretar los nuevos fenómenos y los temas globales. Los partidos, nacidos en tiempos de Estados nacionales fuertes, tienden a tener una visión y a dar respuestas locales, mientras las redes y los nuevos temas que se instalan a través de las comunicaciones son globales y frecuentemente sobrepasan lo que los partidos están dispuestos a hacer en materia de cambios.
Hay, ciertamente, más radicalidad y liberalidad cultural en la sociedad que en estratos importantes de la política y de los políticos y ello se expresa a través de las redes sociales.
El ciudadano se siente desprotegido y por ello la demanda de un Estado que además de proteger los derechos y las libertades se haga cargo de garantizar para el ciudadano un conjunto de bienes que le permitan vivir con dignidad y realizarse según sus capacidades.
Este descontento responde sin duda a las aspiraciones sociales no atendidas, a las formas elitistas y auto referenciales con que operan los partidos e instituciones, a los escasos espacios de participación que la ciudadanía tiene en las decisiones, y, también, a las prácticas contrarias a la probidad, a la falta de transparencia, lo cual genera un fuerte repudio de la opinión pública que tiende a generalizarlas.
Los sondeos de opinión demuestran que la mayoría de los ciudadanos valora la democracia y a las instituciones de la democracia, pero están descontentos con la forma como ella se ejerce y sus logros.
Recomponer la fractura entre instituciones de la democracia y ciudadanía pasa por más y mejor democracia y hoy las nuevas tecnologías permiten que la ciudadanía sea consultada fácilmente, que se creen canales de expresión de ida y venida, que aparezcan nuevas formas de comunidad y que los ciudadanos conectados pero, a la vez, movilizados, disputen la formulación de la Agenda política y social a los medios y la impongan ante las autoridades.