Muchos creen que los políticos y los gobiernos son la raíz de los problemas que afectan a la sociedad, y expresan su desprecio absteniéndose en las elecciones y/o participando en los movimientos de protesta, que a veces parecen más anti-gubernamentales que pro-reformas.
Sin embargo, como ya sostuviera Alfred Marshall -el economista más brillante de su época- en 1919: “el Estado es el más preciado de los bienes humanos”. Lo dijo pensando en que la mejor manera de resolver la paradoja central del capitalismo –abundancia de pocos y escasez para muchos- consistía en mejorar la calidad del Estado.
John Micklethwait y Adrian Wooldridge en un artículo titulado “El estado del Estado”, reconstruyen el camino que Occidente ha recorrido para concebir e implementar el Estado a partir de la Edad Moderna, a la espera de una cuarta revolución.
Hay que recordar que hasta el siglo XVI, China representaba la civilización más avanzada del mundo; después de eso, Occidente ocupó su lugar.
La Edad Moderna nace con la idea del Estado centralizador: creador de la burocracia, el ejército profesional y los mercados nacionales. Una primera gran revolución comparada con el fragmentado y caótico orden medieval.
Los conservadores postularon un Estado absolutista, que se construyó en base al linaje de los terratenientes. La función del Estado era ejercer el poder para dar seguridad; su legitimidad radicaba en su eficacia; sus opiniones definían la verdad, y sus órdenes representaban la justicia, lo que terminó en la Revolución Francesa.
Los liberales de siglo XIX renegaron de todo esto y se esforzaron en poner la libertad, en lugar de la seguridad, en el centro de la gobernanza, haciendo la segunda revolución, cuyo credo fue la filosofía utilitarista de J.S. Mill.
En base al credo “dejar hacer a los privados”, los liberales ingleses construyeron ferrocarriles, caminos pavimentados y ciudades con sistemas de alcantarillado y policías. Fue Dickens el que corrió el velo del costo de esta política en su novela “Tiempos difíciles”.Retrató el “utilitarismo” de Mill, como sinónimo de un cálculo despiadado.
Sin embargo, la gobernanza del siglo XX fue el Estado de bienestar.La tercera revolución es la idea que el gobierno debe ser un compañero a lo largo de la vida de los ciudadanos, proporcionándoles educación, una mano de ayuda por si pierden sus puestos de trabajo, la atención médica si caen enfermos, y las pensiones cuando envejecen. En esencia, el credo socialista democrático.
Sídney Webb, un notable parlamentario británico y miembro destacado de la sociedad fabiana, sostenía que el Estado debería optar por la planificación en oposición al caos, la meritocracia en oposición a los privilegios heredados y la ciencia en contraposición a los prejuicios.
A finales de siglo XX estas ideas tuvieron contrapeso en Milton Friedman. Nacido en Brooklyn, en un barrio pobre, de inmigrantes judíos de Hungría. Llegó a la Universidad de Chicago en 1932, como partidario de Norman Thomas, el candidato socialista a la presidencia EE.UU.
Después de trabajar como economista para el gobierno norteamericano, adoptó las ideas neoliberales de la llamada escuela austriaca de economistas, en particular Friedrich Hayek, que unido al populismo de derecha norteamericano, buscó idear una nueva forma de conservadurismo basado en un Estado pequeño y un gobierno mínimo.
Ya durante los años 60, Friedman se convirtió en una celebridad intelectual denunciando todo lo que la centro-izquierda americana cuidaba: la atención prestada por el gobierno a la salud, la vivienda pública o la educación.
En la década de 1980, Reagan y Thatcher pusieron las ideas de Friedman en práctica.Reagan redujo los impuestos y eliminó regulaciones. Thatcher se enfrentó a los sindicatos del Reino Unido, y privatizó las tres cuartas partes de sus empresas estatales.Chile logró más que ambos gobiernos bajo la dictadura de Pinochet, inspirado en el mismo personaje.
Sin embargo, en sus largos 11 años en el gobierno -1979 a 1990- Thatcher solo logró reducir el gasto público desde el 22,9% del PIB al 22,2 %, pero con un costo infame para el pueblo británico. En Chile, el modelo fue cuestionado en las protestas del 2011 por constituir el factor más importante en la creación de la desigualdad.
Por primera vez, desde mediados del siglo XX, existe -según los autores- una carrera global por idear la mejor clase de Estado y el mejor sistema de gobierno. En comparación con la historia, las diferencias entre los modelos de la competencia de hoy son más pequeñas, pero las apuestas son altas. Los autores creen que el que gane este concurso para dirigir la cuarta revolución en la gobernanza moderna, tendrá una buena oportunidad para manejar la economía mundial.
Irónicamente, en estos días los gobernantes autoritarios de China, y no sus homólogos occidentales, son los que tienen más probabilidades de entender las ideas de Marshall sobre el valor y a la vez, la flexibilidad del Estado occidental.