25 jun 2014

Pueblo mapuche, tierras y dignidad

Están pasando cosas importantes con el mundo mapuche.

Nunca antes habíamos tenido una autoridad de ascendencia mapuche a cargo del orden y la paz social en la Araucanía.

Nunca antes se había dialogado tan de cerca con los mapuche en rebelión, ni se los había entendido tan bien.Y por primera vez se ha diagnosticado desde ese puesto oficial que el problema de fondo es político.

Nunca antes esa misma autoridad había dicho que los propietarios no mapuches de grandes extensiones de tierra deben estar dispuestos a entregarlas porque no puede ser que cientos de familias mapuche traten de sobrevivir en una hectárea, mientras a su lado una no mapuche ocupa más de mil cuando va de vacaciones. Y que aunque agiten un título de propiedad, el problema no es de legalidad, sino uno político que se arrastra por siglos.

Nunca una autoridad había hablado tan claro.

Ha dicho además que no basta con entregarles algunas tierras de las muchas que en el pasado les quitamos, como botín de guerra, con engaños o títulos de placebo.

Los gobiernos de la Concertación les devolvieron muchas hectáreas compradas a precio de mercado o más.Pero no fue la solución, sea porque no se eligieron bien los predios, sea porque no se acompañaron de un plan de desarrollo sustentable para pequeños agricultores que no tienen cómo explotarlos.

Y tal vez lo más importante es que, junto con la tierra, lo que más piden los mapuche es dignidad. Porque en esas tierras pobres a que fueron reducidos desde los tiempos de O´Higgins, se les condenó a la miseria y convirtió en personas de segunda categoría. Ellos que en tiempos de la Colonia, poseían ese territorio inmenso que iba desde nuestro Pacífico hasta la Argentina.

Territorio que perdieron tras una guerra desigual de tres siglos, tras la cual los españoles los admiraron como dignos enemigos. Tanto los respetaron, que la Corona negoció los resultados en Parlamentos en que se los trataba de igual a igual, de nación a nación. Y tras los cuales se les reconoció su independencia desde el Bío Bío al sur y se restableció el intercambio comercial.

Con los españoles se sintieron considerados como seres humanos y como pueblo. Y por eso, no guardan rencor a los españoles como sí lo hacen con los gobiernos criollos que los sucedieron. Porque nosotros sí los discriminamos.

Tras la Independencia, los confinamos a “reducciones” y los embaucamos con “títulos de merced” cuya legitimidad después les negó o se les “compraron” con vidrios de colores o chuicos de vino. La historia cuenta cómo se abusó con nuestros pueblos originarios.

Por siglos tratamos, con algún éxito, de asimilarlos a la cultura occidental. Muchos jóvenes mapuche salieron del terruño, llegaron a la capital, lograron un título en la Universidad, destacaron en sus profesiones y se mezclaron con todos … aceptando tácitamente el rezago de sus paisanos.

Pero el grito mapuche se oyó con fuerza una vez más tomando tierras, incendiando maquinarias o casas y ni siquiera las Fuerzas Especiales de carabineros han logrado bajar sus lanzas de coligüe ni detener sus ondas ni tizones encendidos. Y hubo que escuchar.

Domingo Namuncura, embajador en Guatemala, declaró públicamente que con sus congéneres van a festejar juntos este año el Wetripantu. Está despertando el orgullo de ser mapuche.

Y la autoridad máxima del gobierno en la Araucanía, ha dicho sin eufemismos que las tierras hay que devolvérselas y darles espacio de participación en la democracia política que tenemos – el Parlamento – para dialogar de iguales a iguales.

Sólo hay que abrir oídos y almas para entender nuestra multiculturalidad y aplicar lo que nos enseñaron hace siglos nuestros antepasados mapuche y españoles: forjar unas nuevas Paces de Quilín.

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