La discusión actual sobre las reformas ha llevado a que un par de destacados miembros de la Nueva Mayoría hayan descubierto el agua tibia,“los cambios, nos dicen, provocan conflictos, y la gente quiere cambios pero no conflictos”.
La verdad es que así ha sido siempre, incluso en los matrimonios y los jardines infantiles.
Camilo habla de lo malo que es “la crispación”.
Correa, de lo indeseable que son “los conflictos”.
Ambos olvidan que, en sociedades complejas y desiguales,la crispación,afortunadamente, siempre está presente.Y los conflictos (no siempre por cierto,con la derecha), también.
Y ambos olvidan que los conflictos son entre dos y que, en lo social y económico, los conflictos provocados por los cambios democráticos, aprobados por mayoría, suelen ser siempre responsabilidad de las minorías que resisten.
Ambos atribuyen la crispación y los conflictos a la dirección que busca cambios y no a los voceros de quienes se oponen a ellos. Alguna gente de centro y mucha de derecha encuentran muy sensatas las observaciones de esta gente tan experta.Obvio, mucha gente de centro y toda la de derecha no quieren los cambios.
Esta gente tan experta –que tanta crispación y tanto conflicto apuraron en su momento- no ha querido medir la responsabilidad que en el conflicto tienen los poderosos (chupasangres los llamó no hace mucho Camilo) ni el carácter de los conflictos, ubicados, además, en un estadio histórico que poco tiene que ver con aquél en que ellos, alguna vez, los promovieron, y de los que parecen estar arrepentidos.
La destinataria de los mensajes mercuriales de gente tan experta es evidentemente Michelle Bachelet. Ella, que sólo tiene la experiencia de haber sido ministra de Salud, ministra de Defensa, Presidenta de la República, Dirigenta de Naciones Unidas y nuevamente Presidenta de la República (esta vez con el más alto porcentaje de la historia de Chile) no tiene, a juicio de estos expertos, el cuidado que debería tener para llevar adelante los cambios.
Si somos ingenuos, podemos afirmar, entonces, que Correa y Camilo no quieren que en el país se produzcan conflictos que lo lleven a situaciones como la de 1973, que ellos, en parte, incendiaron. Se trataría de un problema de memoria histórica reprimida.
De los conflictos con los chupasangres o con los militares golpistas en democracia, mejor olvidarse.
Hay que calmarlos.
Nadie, en el movimiento progresista actual ni en la izquierda actual, se ha pavoneado de ser “marxista leninista por los cuatro costados”, como lo hacía Enrique en 1970, en un país que desafiaba a la más poderosa potencia capitalista de la historia.
Nadie está proponiendo la expropiación de la tierra ni la nacionalización del cobre, ni la estatización de los seguros de salud o del sistema de previsión.
Lo que buscan los cambios es, como ha dicho Waisbluth, la “normalización del país”, la superación paulatina de la Sudáfrica de Latinoamérica, la débil reforma de la más injusta distribución de los ingresos existente entre los países civilizados. La aproximación a la estructura tributaria de los más avanzados países capitalistas.
El gobierno actual no es un gobierno comunista-socialista ni tiene un apoyo minoritario, ni tiene a Vuskovic (que tanto apoyaron Correa y Camilo) sino a un moderado y convencido socialdemócrata en el ministerio de Hacienda. Tampoco está un rebelde Pibe Palma en Educación. Allí está un ex alto funcionario del FMI y ministro de Hacienda de Ricardo Lagos.
Y en Chile no hay revolución.
Crispación entre el centro y la derecha habrá, en la medida en que el centro lleve adelante el proceso de cambios votado por la gente y la derecha se oponga.
Conflictos menores, que no amenazan ni la gobernabilidad ni la estabilidad, ni por cierto el sistema capitalista que nos rige desde la dictadura, habrá cada vez que se trate de sacarles pelos del lomo a los lobos de mar y puntos más de tributos a los oligarcas, poderosos, chupasangres, o como quiere que se les llame.
No contrarrevolucionarios, porque Camilo y Correa estarán de acuerdo que en Chile no se está llevando adelante eso que llamamos alguna vez una revolución.
La crispación se puede debilitar y los conflictos se pueden licuar, si se trata de reformas. Los dos expertos podrían colaborar en ello, sin mandar recados por los diarios de derecha.