Estamos viviendo una época diferente, pero pareciera que nuestros políticos todavía no se han dado enteramente cuenta. Me refiero al rol que comienzan a jugar los ciudadanos en el camino que va siguiendo el país, en las decisiones que se van tomando y especialmente en los canales de información que se van creando en paralelismo con los medios tradicionales, que en muchos sentidos van a la zaga de lo que se conoce y se difunde.
En una serie de moda aparece una periodista discutiendo con su jefe, quien la despide de su trabajo con argumentos poco honestos. Durante la conversación el tipo la ve escribiendo en su teléfono y le pregunta: “¿Vas a publicar lo que te acabo de decir?”Ella le responde: “ya lo publiqué”. Se da media vuelta y se va.
El pobre tipo, que vive en la época de la prensa escrita, ni siquiera se imagina que la denuncia de su subordinada ya ha dado la vuelta al mundo a través de Twitter y que millones de personas ya se han enterado del problema que a él le encantaría haber podido esconder.
Algo de esto es lo que ha ocurrido con las denuncias que han desencadenado cuatro renuncias de subsecretarios que habían sido nombrados por el nuevo gobierno de la Presidenta Bachelet, pero en especial con la última de ellos, la subsecretaria de Fuerzas Armadas, Carolina Echeverría.
Estos nombramientos en general se han hecho muy torpemente y con criterios discutibles. Lo primero que uno se preguntó es qué necesidad había de ponerle una fecha con tanta antelación al nombramiento de las autoridades, de anunciarlo pomposamente y además de prometer que se nombrarían todas a la vez, Ministros, Subsecretarios e Intendentes. Por cierto esto fracasó, ni se cumplió el plazo, ni se nombraron todos a la vez.
Después vino el cuestionamiento de algunos de los nombrados. Las razones que se dieron para oponerse a estas decisiones fueron contundentes y se expandieron a través de las redes con una velocidad y una eficacia sorprendente.
Todo el mundo se enteró de que Claudia Peyrano, subsecretaria de Educación, había hecho declaraciones en el 2011 en contra de la gratuidad de la educación y de que su esposo, Walter Oliva, sostiene una red de colegios particulares subvencionados.
A pesar del apoyo directo que le entregó la propia Michelle Bachelet, la presión fue tan fuerte que a los siete días de ser nombrada tuvo que renunciar.
Después vino la renuncia de Miguel Moreno, subsecretario de Bienes Nacionales, acusado de haberle tocado el trasero a una dama en el metro. Junto a él, tuvo que renunciar Hugo Lara, subsecretario de Agricultura que enfrentaba una denuncia por presunta estafa y apropiación indebida.
Finalmente ahora renuncia Carolina Echeverría subsecretaria de las Fuerzas Armadas, cuestionada por agrupaciones de derechos humanos en relación con las acusaciones de tortura en contra de su padre y por la denuncia de marinos exonerados, quienes declararon que la futura autoridad les había solicitado durante su anterior mandato retirar las querellas por apremio en contra de militares a cambio de otorgarles beneficios.
Todas estas informaciones circularon profusamente por las redes con completo acopio de antecedentes, situaciones legales, documentos, fotografías, copias de declaraciones, opiniones de políticos influyentes, etc.Es decir, con pruebas contundentes de que las acusaciones no eran meros rumores, sino contundentes hechos reales.
Frente a esta poderosa argumentación, llamó la atención la tardía reacción de los responsables de estos nombramientos, que ante tan sólidos argumentos podrían haberse ahorrado buena parte de las molestias que han tenido, si hubieran reconocido su error con prontitud.
No fue así, se intentó ingenuamente dar muestras de que el nuevo equipo presidencial no se dejaría influenciar y se intentó equivocadamente mostrar una apariencia de rigurosidad que en realidad no se había tenido.
Hasta la nueva Presidenta apareció respaldando algunos de los nombramientos, como si las acusaciones que se hacían fueran infundadas. Los porfiados hechos finalmente han exigido las renuncias y el nuevo Gobierno ha quedado bastante maltrecho. Ha dejado ver desde la partida una debilidad que podría haberse disimulado mejor y su credibilidad está en entredicho. Uno se pregunta: “¿Si se han cometido errores tan gruesos en estos cuatro casos, qué garantiza que no se hayan cometido en los restantes?”
A lo mejor, los ciudadanos algo ganaremos con todo esto. Tal vez los nuevos responsables dejen de lado el tono pedante y soberbio que caracteriza a los políticos vencedores cuando están frente a las cámaras y utilicen un lenguaje más humilde. A lo mejor el haberse equivocado tan flagrantemente los haga hablar como personas que no son infalibles.
Tal vez con todo esto hayan aprendido que cuando una verdad aparece es mejor reconocerla que buscar un acomodo.
Pero lo que no se podrán permitir nunca más es desconocer la voz de los ciudadanos, que no tendrán grandes cadenas de información periodística, pero que sí disponen de eficaces canales de información masiva que hacen imposible sacarle la vuelta a los hechos.
Hoy día la democracia se ha desplazado a Internet y de ahí no se va a mover hasta nuevo aviso.Por eso, más vale no intentar tapar el sol con un dedo. Es siempre mejor exponer el dedo al sol.