Los hechos de la realidad dan cuenta de que el martes 11 de marzo de este año se producirá un punto de inflexión para Chile, dejando atrás una mediocre gestión gubernamental de la derecha y, sobre todo, iniciándose un proceso de transformaciones imprescindibles para el país, con un carácter progresista, donde demandas centrales de la ciudadanía serán atendidas.
No es retórica, como lo señaló la Presidente electa Michelle Bachelet, que el 11 de marzo se iniciará un proceso histórico para el país por el contenido del programa de la Nueva Mayoría que, para destacar ejes centrales, incluye una vital reforma tributaria, una necesaria reforma educacional, un imprescindible cambio constitucional y mejoras sustanciales en ámbitos laborales, de salud, vivienda, derechos de la mujer, de los pueblos indígenas, en cultura y la recuperación de una política exterior que permita recomponer los lazos constructivos y de integración con las naciones vecinas, con países como Brasil, y en general con los gobiernos de América Latina y El Caribe, Norteamérica, Europa, Asia y África.
Hay un factor que en su momento se planteó como un objetivo político e ideológico, y que hace posible llegar a este punto, y es que las fuerzas políticas y sociales democráticas, lograron derrotar a la derecha y sacarla de La Moneda.
Ese objetivo era determinante para poder dar curso al programa y los desafíos de transformación y evitar la prolongación de un gobierno cuya impronta fue “la letra chica” y la lejanía con las necesidades del pueblo.
Otro elemento clave fue que los partidos políticos progresistas, de centro y de izquierda, lograron establecer un acuerdo político y programático, coincidir en una sola candidatura presidencial y una lista parlamentaria única, generando una correlación de fuerzas capaz de convocar a la mayoría de la ciudadanía en torno de objetivos de cambios en el país.
Sin duda que el periodo que se abre tiene un sustento en una base electoral democrática de una mayoría de la población, y también da cuenta y responde a las movilizaciones y demandas de la sociedad civil y del movimiento social.
En todo esto han concurrido inteligencia programática, generosidad política y realismo, lo que permite, por ejemplo, que en este Gobierno que se inicia y en torno del programa actúen juntos socialdemócratas, socialistas, comunistas, democratacristianos y progresistas.
No es menor que el 11 de marzo asuma la presidencia de la Cámara de Diputados un militante de la Democracia Cristiana y la Primera Vicepresidencia un militante del Partido Comunista.
Lo que se inicia este martes, es un proceso que tiene objetivos bien definidos y en eso están comprometidas todas las fuerzas políticas de la Nueva Mayoría.
Al contrario de lo que algunos quieren imponer como tesis, los problemas más serios no vendrán de legítimas diferencias propias de la diversidad de este acuerdo político y programático, sino de fuerzas de la derecha y conservadoras que querrán impedir los cambios y las transformaciones y cambiar la agenda del país.
En ello, por ejemplo, un primer escollo será la complicada situación económica que deja el gobierno saliente y el anuncio de una oposición de derecha que se opondrá a transformaciones sociales que son importantes para el pueblo.
Hay quienes deberían entender que por algo el martes 11 de marzo, Sebastián Piñera tendrá que devolverle la banda presidencial a Michelle Bachelet.
Lo que viene requerirá de un arduo trabajo del equipo de Gobierno, de una precisa labor de las y los parlamentarios de la Nueva Mayoría en el Congreso y de una presencia y participación de la sociedad civil y del movimiento social.
Se tratará de una amalgama que permita avanzar en beneficio de la mayoría de la población y de ir construyendo un país, como se ha dicho, más justo, más equitativo y más democrático.