Apenas Michelle Bachelet dio a conocer los nombres de los miembros de su primer gabinete, se desataron las especulaciones respecto de por qué fueron esos y no otros los designados. Allí habría material suficiente para una teleserie.
Son muchos los factores que intervienen en las designaciones (calificaciones académicas, experiencia en la función pública, militancia política, el equilibrio entre los partidos asociados, etc.), pero a la hora de la verdad lo que cuenta es el criterio de la Presidenta electa acerca de cómo concibe la tarea de su gobierno y cuál es el balance que quiere dejar. El régimen presidencial no deja dudas acerca de quién manda.
Quizás el nombramiento más llamativo fue el de Rodrigo Peñailillo como ministro del Interior, un cargo que impone enormes exigencias, ya que, además de las responsabilidades específicas (por ejemplo, el orden público), tradicionalmente se asocia al rol de jefe de gabinete, una especie de primer ministro, quien en no pocas ocasiones debe desempeñarse como vicepresidente de la República cuando el jefe de Estado se ausenta del país.Se trata de una persona muy joven y que, todo parece indicarlo, cuenta con la entera confianza de la mandataria.
Otra sorpresa fue la designación de la senadora Ximena Rincón como ministra secretaria general de la Presidencia, a quien la restaban cuatro años en su cargo. O sea, tendrá que renunciar al Senado, y su partido, la DC, tendrá que nombrar a otra persona en su reemplazo.
Este procedimiento de sustitución es una anomalía constitucional, que el Presidente Piñera llevó al extremo al incorporar a su gobierno a cuatro senadores en ejercicio (Chadwick, Allamand, Longueira y Matthei), que fueron reemplazados por los designados por sus partidos.
Es una lástima que el nuevo gobierno inicie su gestión recurriendo a ese procedimiento. Una reforma que no admite espera es ponerle fin: si un parlamentario fallece, renuncia o queda impedido de ejercer el cargo, debe llamarse a una elección complementaria en la circunscripción correspondiente.
Sobre el elenco designado, sólo cabe decir que el país necesita que le vaya bien. Y eso dependerá en primer lugar del liderazgo de la Presidenta, de su visión de los problemas y las soluciones, de las prioridades que establezca.
La discusión sobre las ventajas de tener políticos o tecnócratas en las tareas de gobierno es una pérdida de tiempo.
Las sorpresas pueden ser de todo tipo. Por ejemplo, puede ocurrir que un tecnócrata despliegue habilidades políticas que nadie esperaba. Y, al revés, que un político avezado no consiga descubrir los secretos de la buena gestión.
Los diplomas sólo sirven de referencia. Lo que cuenta es cómo se desempeña la persona concreta en la función asignada, para la cual se requieren diversas aptitudes, pero sobre todo buen criterio, y eso no está garantizado por ningún diploma.
La política demanda sentido común, visión de Estado, disposición de diálogo, capacidad de conducción de equipos, etc.
¿Cuál es el ministro al que le tocó la faena más complicada? Nicolás Eyzaguirre, sin duda. Fue un gran ministro de Hacienda en el gobierno del Presidente Lagos, pero no es un especialista en los problemas de educación y tendrá que navegar en aguas turbulentas.
El próximo gobierno, parece obvio decirlo, será lo que Michelle Bachelet quiera que sea. Se escucha decir que, a partir del 11 de marzo, todos los ministros deberán actuar con rapidez frente a los asuntos de sus carteras.
¿Por qué hablar de rapidez? Más vale no copiar el atarantamiento de Piñera, que al comienzo de su mandato pedía a sus ministros que trabajaran 24 horas los 7 días de la semana, lo cual era simplemente ridículo.
Lo esencial es que el gobierno de Bachelet tenga un norte claro, que se exprese en iniciativas coherentes. No podrá hacerlo todo. Nadie puede hacerlo todo. Seguir aludiendo al compromiso con el programa vale como prueba de fidelidad con los compromisos contraídos en la campaña, pero lo que importa es gobernar fructíferamente, y eso siempre es complejo, sobre todo en una época de altas expectativas.
Esperemos que Chile potencie sus actuales fortalezas en los años que vienen, sobre todo en el plano económico, y que progrese en aquellas áreas en las que subsiste el subdesarrollo. Una de ellas es salud.
Aunque no hemos escuchado decir que la salud, por ser un derecho, tiene que ser pública, gratuita y de calidad para todos, precisamente por lo desmesurado que sería plantearlo así en esta etapa, es indudable que se requiere un gran esfuerzo del Estado en ese ámbito. Los ojos estarán puestos en lo que haga la doctora Helia Molina, nombrada como ministra de Salud.
Ojalá le vaya bien al segundo gobierno de Michelle Bachelet.