Al comenzar el nuevo año, nos esperanzamos con la posibilidad de que las cosas sean mejores que en el año que se fue. Son sólo deseos naturalmente, pero es muy humano que sea así: somos criaturas movidas por los deseos, los sueños, los planes que no cesamos de hacer, el impulso de “inventar” los días que vienen.
Queremos corregir esto o aquello, renovar lo que hace falta, mejorar la vida. Y cuando ya somos viejos, nos ilusionamos con la idea de que nuestros hijos y nietos tengan una vida mejor que la que tuvimos.
Sabemos, en todo caso, que nuestras fuerzas son limitadas, que nuestro tiempo es limitado. Nos damos cuenta de que necesitamos medir nuestros pasos y tratar de no equivocarnos gravemente.Nuestro reto cotidiano es lograr una síntesis entre la pasión y la razón.
En marzo, se cumplirán 24 años de la recuperación de la democracia. Aquel fue un gran momento, pues representó el triunfo de la cultura de la libertad y el comienzo del difícil proceso de restañar las heridas que dejó el despotismo. No fue sencillo restablecer el funcionamiento de las instituciones democráticas, pero lo hicimos sin grandes convulsiones.
Se puede decir que hemos asimilado las duras lecciones de la historia: nada es más importante que asegurar que en Chile prevalezcan la paz, la libertad y el derecho.
Hemos avanzado en muchos terrenos y no podemos olvidar la forma en que lo conseguimos. No lo hemos hecho todo bien, pero las cosas esenciales sí las hemos hecho bien.
Hemos construido una institucionalidad que procesa civilizadamente las diferencias y los conflictos. En el terreno económico, la cooperación del Estado y el sector privado ha sido el motor del progreso, en un marco de garantías explícitas para la inversión.
Los logros no cayeron del cielo. Queda mucho por hacer. Pero debemos cuidar lo conseguido para seguir avanzando. Debido a que Chile progresó ostensiblemente en el último cuarto de siglo, es que surgen nuevas demandas. Es un proceso natural.Las familias que salieron de la pobreza aspiran a mejorar la situación conseguida.La clase media espera apoyo en los campos de la educación, la salud y la previsión.
Es imprescindible reducir las desigualdades. Pero lo es también definir certeramente los instrumentos apropiados para lograrlo. Hemos aprendido que el mercado no debe ser el ordenador supremo de la vida en sociedad, pero también hemos aprendido que el Estado no debe ser el gran propietario ni concentrar poderes excesivos.
Ni libremercadismo ni asistencialismo. El Estado debe proteger el interés colectivo, y a la vez fomentar la autonomía de las personas.Ello implica alentar el emprendimiento y la creación de fuentes de trabajo.
Nunca estuvo Chile tan cerca de conseguir el objetivo de convertirse en una nación desarrollada.Ello no se reduce a lograr un determinado PIB per cápita, sino que exige crear una base de progreso sostenible y avanzar en el ámbito de la cohesión social.Podemos conseguirlo.
Un libro iluminador es “Por qué fracasan los países” (Editorial Planeta chilena, 2013), de Daron Acemoglu (profesor del Massachusetts Institute of Technology, MIT) y James A. Robinson (profesor de la Universidad de Harvard). El subtítulo es “Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza”, lo que es revelador de su contenido.
Se trata del resultado de 15 años de investigación y reflexión sobre la experiencia de numerosos países de todos los continentes, lo que permitió a sus autores establecer ciertas pautas respecto de por qué algunos prosperaron y otros se quedaron atrás. Leído en Chile, ayuda a visualizar mejor lo que debemos hacer y lo que debemos evitar en los años que vienen.
El futuro gobierno iniciará su labor en un contexto de altas expectativas. No podrá responder a todas ellas. Tendrá que establecer prioridades a partir de un programa que, a decir verdad, es sobreabundante.
Es de esperar que la Presidenta electa configure un equipo de excelencia, que actúe con gran cohesión.Habrá que hablar francamente a los ciudadanos acerca de lo que se puede conseguir en 4 años.No debe haber ilusiones desmedidas, puesto que ellas se vuelven en contra.
Necesitamos que Michelle Bachelet lleve a cabo una gestión exitosa. Para ello, su gobierno necesitará equilibrar adecuadamente los cambios y los factores de continuidad.Lo mejor es que las reformas constitucionales no originen un proceso confuso, que dé la impresión, dentro y fuera de Chile, de que todo está en discusión.
Los avances sociales deben ser tangibles al final del período, y ello va de la mano del crecimiento de la economía. Y ya sabemos que en estos tiempos, la globalización condiciona en gran medida las metas nacionales.
Para progresar sobre bases sólidas, se necesitarán grandes acuerdos. O sea, diálogo democrático, interacción dinámica entre el gobierno y el Congreso. Y por supuesto escuchar a los diversos sectores de la sociedad civil. Tanto el gobierno como la oposición tienen la obligación de proteger la estabilidad y la gobernabilidad. Las diferencias de criterio, propias de la vida en democracia, no deben debilitar la defensa del interés colectivo.
Vamos todos en el mismo barco. Por lo tanto, es vital que la carga esté bien estibada, que el rumbo sea claro y que seamos capaces de enfrentar los cambios de las mareas. Necesitamos que a Chile le vaya bien. Tenemos que cooperar para que sea así.
¡Feliz Año Nuevo!