Expondré lo que considero ser el factor principal del presente desprestigio.
Hará unos ocho años, un candidato a la presidencia de la República pensó que había descubierto el secreto del triunfo en su postulación. La fórmula consistía en averiguar qué es lo que el público deseaba y el candidato debía entonces prometerlo. El que mejor respondiera a los deseos de la gente ese se aseguraría el triunfo.
Esta fórmula tocaba la tecla del egoísmo de cada posible elector.Y usando esta fórmula Joaquín Lavín casi se aseguró el triunfo.Su contendor tuvo que hacer mil dibujos para superar la emergencia.
Lavín fue vencido pero su fórmula prevaleció en las costumbres electorales de Chile. En la práctica lo prevalente eran las promesas del candidato. Después el criterio para juzgar su comportamiento, usado tanto por el gobierno como por la oposición, era evaluar la proporción entre las promesas cumplidas y las que no se cumplieron. Todos suponían que la tarea fundamental del presidente era cumplir sus promesas y lo mismo podía decirse de las tareas del senador o el diputado en referencia a sus respectivas regiones.
Esto es la banalización o más bien la perversión de toda política. Es convertir la política en una transacción comercial.Es la compra de votos otorgando promesas y favores.
Antiguamente los votos se compraban con 5 pesos y una empanada. Hoy, con las promesas presidenciales. Estas operaciones tienen un nombre: cohecho, o bien soborno.
La verdadera tarea del político es el bien común. Su prestigio es constituirse como la persona capaz de discernir sobre el mismo, de legislarlo y de ejecutarlo en bien de la nación y de cada región. El político ha de estar por encima de los intereses particulares, los suyos y los de otros.
El político será candidato por Chiloé, pero está libre para discernir si el puente sobre el canal de Chacao sería el gasto de mayor bien para la isla.Nuestro candidato representará a Aysén pero está libre para discernir si la represa hidroeléctrica es en realidad exigida por el beneficio de Chile.
Es cierto que las regiones tienen sus respectivos intereses pero entonces habrá que equilibrarlos con los de la nación. Y es posible porque el bien común de la región y el del país se complementan mutuamente en una nación unitaria.
El político distingue la política del partidismo político. El partidismo es necesario. Se ocupa de los medios, pero el norte de la política son los grandes bienes que pide el bien común de la patria.
Esos bienes son normalmente de largo alcance.La educación, la salud, la energía, la equidad y justicia se desenvuelven a la larga -decenas de años- y por tanto superan los cortos períodos presidenciales.Hay que tener un alma grande que trascienda los pequeños intereses de particulares y de partidos.
Hemos de rescatar la política del pequeño mundo de intereses egoístas en que la hemos sumergido, pero también hemos de rescatar la opinión pública, el sentido común que hemos creado en nuestro pueblo sobre lo que significa una nación, el amor patrio.
Chile y su bien común no es la suma de los bienes e intereses de cada particular. El verdadero bien común trasciende los intereses egoístas de cada uno, implica el amor al compatriota y aún más allá, a la humanidad. La disposición de sacrificarse por los otros. Se ha de elegir como nuestro presidente al que es capaz de sacrificarse por el bien de todos y de servir el bien de todos.