Quienes quieren que nunca jamás al Partido Comunista integre un gobierno, por lo menos no el de la Nueva Mayoría, se hacen eco de la frase, lanzada por su novel diputada Vallejos, en el sentido que ellos tendrán “un pie en el gobierno y un pie en la calle”.
La objeción a esta frase nace de una cierta convicción, completamente conservadora, por cierto, de que el ámbito de la política es solo el de las instituciones, entre las cuales, nunca se reconoce el “rol institucional” de las organizaciones de la sociedad civil.
Así lo hacen quienes están convencidos que a la dictadura se le derrotó en las urnas, desconociendo los 15 años anteriores al debate institucional, que acumuló las fuerza necesaria, a través de la movilización social, para obligar a Pinochet a activar un mecanismo que terminó en su derrota definitiva.
En términos generales, los adoradores de “lo institucional” desconocen toda la historia de conquistas de los trabajadores y, en general, de los más postergados. Siempre los cambios institucionales han estado precedidos por la lucha y movilización, en la calle.
Lo curioso es que el mejor momento de los gobiernos de la Concertación se expresó cuando la dicotomía institucionalidad-calle, se resolvió de manera activa y creadora.
Entre 1990 y 1994 la Concertación –y particularmente la Democracia Cristiana- supieron alcanzar una ecuación positiva entre el trabajo del gobierno y la activación de los movimientos sociales.
Por un lado, el más grande dirigente sindical DC de la historia, Manuel Bustos, dirigía la CUT y desde allí articulaba a los movimientos sociales demandantes y, por el lado del gobierno, Foxley desde Hacienda y Cortázar desde el ministerio del Trabajo, trabaron una alianza inteligente, donde cada uno en su rol, ofrecían al país una perspectiva de avance en la dirección correcta: progreso económico con inclusión social.
¿Por qué retroceder ahora?¿Sólo porque algunos de los nuestros se han puesto más conservadores de lo imaginable?
El movimiento estudiantil ha demostrado que no se avanzará lo suficiente si no se sale a la calle.
La discusión actual, acerca de la necesidad de consensuar una educación de calidad para todos; de gratuidad a todos los niveles y de la ampliación de la cobertura desde el nivel pre escolar, están en el primer lugar de la agenda sólo y exclusivamente por la presión de los jóvenes movilizados, aún cuando nuestros conservadores no lo quieran reconocer.
Así ha sido siempre y nada indica que ello cambie.
¿Por qué entonces estigmatizar a los que creemos que se debe permanecer en la calle, como una manera de expresar la acción que desarrollan los ciudadanos organizados?
Nuestro país tiene muchas deudas pendientes con los excluidos, de los cuales tendrá que responder el gobierno de la Presidenta Bachelet.
Si algunos creen que ello será posible desmovilizando a los chilenos, probablemente no entienda mucho lo que está pasando en Chile. Si esto ocurriese, es decir, si no se responde a las expectativas o si no se considera la movilización social, con la cual habrá de cohabitar, entonces lo que viene no será grato.
Entonces, ¿un pie en la calle y otro en el gobierno?
Por ningún motivo. Los dos pies en la calle y los dos pies en el gobierno. Esa tarea parece ser la obligación del próximo período.
Que gran y estimulante tarea. Allá vamos.