En la primera vuelta de la elección presidencial de diciembre de 2005, Michelle Bachelet obtuvo 45,96% de la votación. Ocho años después, en la elección del 17 de noviembre, obtuvo 46,67%. En otro contexto, con otro programa y otros entusiasmos, solo una pequeña diferencia.No se produjo el triunfo arrollador que anticipaban algunos dirigentes del bloque que la apoya.No hubo “tsunami”.El paisaje no era el que parecía.Y en las luchas políticas es aconsejable no perder el sentido de realidad.
Con todo, Michelle Bachelet tiene la mayor posibilidad de triunfar el 15 de diciembre. Sacó 22 puntos de diferencia a Evelyn Matthei, y eso es mucho.No obstante, la candidata de la derecha se mostró genuinamente contenta en la noche del domingo.
Tenía motivos: todos anticipaban que iba a ser aplastada en primera vuelta. Ella sabe que ahora, en un esquema de definición polarizada, tiene la oportunidad de aglutinar a los sectores que le fueron esquivos en la primera etapa.Sabe también que si Eduardo Frei Ruiz-Tagle obtuvo 29,60% en la primera vuelta de diciembre de 2009, y saltó a 48,39% en la segunda vuelta de enero de 2010, ella no tiene por qué no aspirar a algo parecido.
Queda claro que el triunfalismo es mal consejero. La propia ex mandataria no necesitaba ponerse la autoexigencia de ganar en primera vuelta, con lo cual enfervorizó a sus colaboradores cercanos. Lo importante es ganar la Presidencia, y para eso, salvo los triunfos de Aylwin en 1989 y de Frei en 1993, ha sido necesario votar dos veces.
¿Qué viene ahora? Una elección distinta a la primera.Lo que parece demostrado es que los candidatos que quedaron fuera de carrera no son dueños de los votos recibidos en primera vuelta. Los electores se sienten cada día más libres para tomar sus propias decisiones.
¿Votarán en diciembre más personas que en noviembre? Es posible, y seguramente el gobierno hará una campaña dirigida hacia quienes se abstuvieron. Y esos potenciales votantes no tienen compromisos.
El bloque de centroizquierda ha recibido un baño de humildad cuando consideraba que tenía la elección en el bolsillo.Puede serle útil para definir un lenguaje y un tono que favorezcan la comunicación con quienes no votaron por Bachelet en la primera vuelta, en particular los sectores moderados, esas personas que cuando los encuestadores les piden que se ubiquen en una línea imaginaria en la que el 1 es la extrema izquierda y el 10 la extrema derecha, se ubican mayoritariamente entre el 4 y el 6.
Lo que más puede ayudar a Michelle Bachelet es precisar ante los chilenos la forma en que quiere gobernar. Su programa es ya suficientemente abundante. Las medidas ofrecidas para los primeros 100 días ya plantean una exigencia compleja. Lo esencial es profundizar la noción de “cambios con gobernabilidad”, que mencionó en su discurso del domingo.
Cuando se habla de que viene “un nuevo ciclo”, es conveniente no dejar espacios para la libre interpretación respecto de las intenciones. Será mejor si, además de ganar la elección presidencial, Bachelet inicia su eventual nuevo mandato en un ambiente de buena voluntad nacional.
La democracia no puede definirse como un régimen en el que “son las mayorías las que mandan”.
Si hablamos de mandar, estamos hablando también de obedecer, y tales conceptos no reflejan adecuadamente el sentido de la vida en democracia. Las mayorías son siempre temporales: obtienen la oportunidad de conducir el gobierno, pero los derechos de las minorías no pueden quedar entre paréntesis. En otras palabras, las minorías de hoy tienen pleno derecho a proponerse ser mayorías mañana.
En esta hora, hay que ofrecer al país un rumbo confiable, con itinerario realista.El exceso de entusiasmo no sirve.Sin embargo, puede ocurrir que algunos representantes de la centroizquierda vuelvan a excitarse con la mayoría obtenida en el Congreso.En cualquier caso, habrá que dialogar con las otras fuerzas y favorecer los acuerdos.
Los debates de la segunda vuelta seguramente pondrán de relieve el reto de articular los cambios y la continuidad. Chile necesita progresar de manera sólida, sin perder lo que ha ganado. Habrá que bregar simultáneamente por el crecimiento económico y la justicia social, por la prosperidad y la solidaridad. Las expectativas son demasiado altas y no basta con las buenas intenciones. El Estado no lo puede hacer todo (incluso sería inquietante que lo intentara). Se requerirá fortalecer la interacción entre el Estado y el sector privado.
La responsabilidad del líder es absolutamente esencial. Debe pensar en el país en su conjunto y hablarles a todos sus habitantes. Para Michelle Bachelet se abre la oportunidad de trascender los límites partidarios y ofrecer a la mayoría de los chilenos un camino que estos sientan que vale la pena recorrer.