Chile tiene una gran oportunidad para abrir un cauce político al poderoso movimiento ciudadano, cuyo ascenso no culminará hasta que logre remover las trabas al continuado desarrollo del país y la sociedad.
En la elección del 17 de noviembre, el pueblo va a elegir una Presidenta que quiere avanzar en esa dirección.Puede darle un mandato contundente en primera vuelta. Es posible otorgar una mayoría significativa, en el Parlamento y los Consejos Regionales a la coalición progresista que la respalda, que es la más amplia de la historia del país.Algunos preferirán votar por otras candidaturas que ofrecen alternativas de cambio.
Adicionalmente a las preferencias por los candidatos, e incluso si alguien no opta por ninguno de ellos, todos pueden marcar en el voto la consigna “AC”, manifestando así su voluntad de cambiar la Constitución: la llave maestra para abrir paso a todas las transformaciones requeridas.
El pueblo puede aprovechar esta instancia para manifestar en esta jornada su voluntad de cambios y no parecen existir buenas razones para que nadie se reste.
Elegir autoridades mejor dispuestas ayudará, pero ciertamente no será suficiente para realizar las transformaciones requeridas. Pero ello no es imposible, como auguran los que desean que todo siga igual. Ni mucho menos.
Los cambios son inevitables, porque el pueblo está despertando nuevamente a la actividad política. Como lo ha venido haciendo cada década, a lo largo del último siglo. Esta vez su paciencia se había extendido demasiado. Se han acumulado grandes problemas, que la actual institucionalidad representativa no es capaz de resolver por sí sola. Será necesaria una gran participación directa de la ciudadanía.
Como se sabe, ésta no siempre sigue cauces muy pulcros, especialmente a partir del momento en que el pueblo entra a la pelea, que antes han abierto los estudiantes y otros sectores medios. Eso no ha ocurrido todavía, pero sucederá sin la menor duda, en formas y circunstancias que son del todo impredecibles.
Los cambios son posibles, también, porque los de arriba no pueden seguir hegemonizando la sociedad como hasta ahora. Las divisiones en su seno son muy profundas. No se trata sólo de discrepancias políticas. Son sus propios hijos los que hoy rechazan tajantemente, la revanchista identificación de sus padres con la reacción Pinochetista, a las profundas transformaciones que Chile venía cursando democráticamente durante el medio siglo precedente, simbolizadas por la figura universal de Salvador Allende.
El futuro gobierno deberá avanzar considerablemente sus moderados planteamientos programáticos, sobre la marcha y al calor del movimiento popular en ascenso. Las fuerzas que lo componen no pueden arriesgar perder su conducción. Ciertamente, el gobierno no puede siquiera considerar reprimirlo.
Cuando el movimiento va en alza, corresponde ponerse a su cabeza, inspirarlo y conducirlo responsablemente, realizando con decisión los cambios necesarios.Al revés, cuando éste ha alcanzado sus objetivos principales y empieza a declinar, conducirlo significa consolidar lo alcanzado y restablecer con firmeza el curso normal de la vida cívica.
Estas son las grandes lecciones de la riquísima historia de Chile durante el último siglo, a lo largo del cual en diversas ocasiones, la política alcanzó su forma más noble: conducir un movimiento activo de los ciudadanos. Ahora vuelve a serlo.