El mes de septiembre queda atrás y con el la conmemoración de los 40 años del golpe de Estado que, por coincidir con las elecciones presidenciales y parlamentarias, tuvo en esta oportunidad un intenso debate respecto a las responsabilidades de unos y otros en el desencadenamiento de la tragedia, la dictadura militar posterior y el proceso de recuperación de la democracia.
Casi 20 años de la historia patria en el tapete, reforzado con numerosos programas de radio y televisión como hace tiempo que no se veía que la política ocupara un rol tan protagónico.
El resumen evidente después de esta fecha es que los chilenos seguimos divididos en relación al período de la Unidad Popular-Dictadura militar.A 40 años aún no es posible obtener conclusiones definitivas, más que en los trazos gruesos, pero el análisis fino aún es dificultoso como para que el tema quede resuelto de una vez y se pueda establecer una verdad histórica incuestionable.
Sin embargo, aun a cuatro décadas eso parece dificultoso, básicamente porque aún hay muchas heridas abiertas, traumas y complejos, de uno y otro bando, y una gran cantidad de chilenos entre los dos grupos que parece ensimismado en un presente caracterizado por la sociedad individualista y consumista en la que nos encontramos inmersos.
Si hay algo que caracterizó la época previa y posterior al golpe fue el ideologismo exacerbado, nuevamente de unos y otros.Es posible que por eso cueste tanto a las nuevas generaciones ponerse en el lugar de quienes sacrificaron sus vidas por lograr que sus ideas se impusieron como modelo político, lo que podría resultar impensable en la actualidad, y por la misma razón, salvo que se trate de personas directamente implicadas y politizadas, es que se les hace difícil comprender los argumentos.
Se suele decir por parte de algunos que hay que mirar el futuro, mientras otros acostumbran argumentar que no se puede avanzar sobre hechos del pasado que todavía no están resueltos.
Ambos tienen parte de razón, pero la verdad no es nunca patrimonio de un solo sector y es probable que, tal como ha ocurrido con otros episodios conflictivos de la historia, nunca se logre un consenso perfecto que resulte satisfactorio para todos.
Septiembre deja entonces la comprensión que, como sociedad, tenemos una mochila que cargar y que debemos aprender a llevarla con cierta dignidad.
Está por completo equivocado quien pensó que con el paso del tiempo se borrarían las heridas porque no parece haberse avanzado y lo que parecería ser la única forma de superar el trauma, esto es enfrentarlo, tampoco dio resultados porque terminan los 40 años del golpe y los hechos que han rodeado el cierre del Penal Cordillera siguen demostrando que la realidad se ve en blanco y negro.
La última opción para resolver la controversia es la democracia, es decir contar los votos de quienes están en una u otra opción, pero este método tampoco es perfecto porque en los comicios de noviembre próximo se votan muchas cosas al mismo tiempo.
Por último, la verdad tampoco es un asunto que se pueda someter a plebiscito porque tiene que ver más con un análisis objetivo de los hechos que con sentimientos que, siendo por completo legítimos, son esencialmente subjetivos.
Las heridas y traumas son respetables, por supuesto, pero no avalan la imposición de ninguna visión determinada sobre un período de la historia que, a todas luces, resulta por lo menos difícil e inabordable con las herramientas de las que dispone el país en la actualidad.
La lección, entonces, es que el país tendrá que vivir con una espina clavada.Si en los 40 años del golpe, con todo el énfasis en la discusión prestado por una campaña presidencial y parlamentaria, no fue posible llegar a un consenso razonable, nada hace suponer que en el futuro habrá mejores condiciones para resolver este verdadero nudo gordiano.
En resumen, es lo que hay.