03 sep 2013

El metal tranquilo de su voz

El 11 de septiembre de 1973 culminó exitosamente la guerra declarada por la jefatura del imperio contra el gobierno revolucionario de Salvador Allende.

Cooperaron en ese triunfo la gran burguesía chilena, las fuerzas políticas de la derecha y la centro derecha (Code) y la jefatura de las fuerzas armadas.

Como en todo proceso revolucionario, jugaron un rol negativo para la revolución la ultraizquierda y las limitaciones y errores de las direcciones revolucionarias.

La historia lo dirá en breves palabras, apagando la superficialidad y la mentira que se ventilan este 40 aniversario.

Fue derrotada estratégicamente la revolución chilena.

Hubo un triunfo claro de la contrarrevolución de la burguesía que asumió, por medio de los altos mandos de ese día, todo el poder del Estado.

El Presidente, como lo había advertido reiteradamente, no se entregó, no claudicó, no se rindió.No hizo lo de O’Higgins, lo de Perón, lo de Belaúnde, lo de Velasco, lo de Alessandri Palma, lo de Ibáñez, lo de Hönecker, lo de Sadam Hussein, lo de Kadafy y lo de tantos otros jefes de estado y presidentes derrocados.

Consciente de que lo ultimarían, no quiso calvario moral ni corona de espinas, se inmoló.

Consciente de su legado nos dejó lo que él llamo “el metal tranquilo de mi voz”.

Antes de ello, toda una madrugada y una mañana dignas de epopeyas excepcionales.Se instaló en La Moneda, palacio y cuartel de los Presidentes de Chile.

Al inicio creía que el golpe era de la segunda fila de la Marina, de la Aviación y de bajas antigüedades de carabineros, como Mendoza. Traicionaban a la patria. Del Ejército, confiaba en Pinochet.

“El general Mendoza, general rastrero que hasta ayer juraba lealtad al Presidente”.

Pasadas las horas comprobó que también el Ejército. Y que Pinochet se había resistido.“¿Cómo estará el pobre Augusto?”

La agitación del combate, de la herencia y la agonía, le impidió internalizar que Pinochet lo había traicionado. No lo nombra en sus últimas palabras. Quien se comunica con él y lo insta inútilmente a claudicar es Carvajal, el jefe coordinador del golpe. Pinochet no se atrevió.

El “triunfador” Carvajal se suicidó en años posteriores.

Pinochet ya sabía de si lo que Allende no alcanzó a saber y que hoy todos sabemos. “Me tachan de asesino, fascista y delincuente”. Así es.

Allende, en medio del combate y el asedio, delicadeza, cuidado y fraternidad con su gente.

Frena a sus hombres en medio del combate para rendir homenaje al amigo muerto, el periodista Augusto Olivares, y solicita a Joan Garcés, joven asesor, restarse el día 11 de la muerte para “contar” lo sucedido.

Con el pueblo, gratitud sincera y definitiva declaración de amor.

Pide gentilmente a las mujeres que se retiren de La Moneda, para no enfrentar la dureza de un combate condenado a la derrota terrenal. Luego, hace lo mismo con los amigos.

Finalmente se queda casi solo: algunos gaps, dos médicos, un arma y su palabra.

En Washington y en el barrio alto de Santiago celebran con champagne.

Aquí, no sólo es la camarilla militar.

La derecha de Jarpa y Sergio Diez se siente, con razón, triunfante.

La dirección de la DC, contempla lo que para ella era, a esas alturas, la mejor salida.No sólo no condena el bombardeo a La Moneda dirigido a ultimar al Presidente Constitucional sino que, con sus declaraciones, lo justifica.

Leighton y Fuentealba se remecen, pero son sólo 13.

Los cuadros dirigentes de la UP, con su paso a la clandestinidad, tratan de impedir el derrumbe definitivo. El Presidente, en sus últimas palabras, ni siquiera nombra a la Unidad Popular.

Otros, después asesinados en la tortura o enviados a Dawson, se entregan a los golpistas porque “el que nada hace nada teme” .

La minoría izquierdista de la UP, con Altamirano y Garretón al frente, no combate como el Presidente al que calificaban de “reformista” y “negociador”. Altamirano ha tenido la dignidad de retirarse a sus cuarteles de invierno.Ha sido excepcional. De Garretón mejor no hablemos.

A 40 años del suceso el pueblo de Chile, que ha reconquistado, por la vía política, algunas importantes libertades, brega por reformar el sistema capitalista reimplantado desde el 11 de septiembre de 1973. Dicen que está “empoderado”. Yo creo que no. O no lo está como hace 40 años, cuando al menos la mitad de los chilenos luchaba conscientemente por construir su socialismo real, su concreta nueva sociedad.

Las distinciones en La Moneda en ese 11 –a un lado los héroes, al otro los traidores y criminales- aún están deformadas o sepultadas, escondidas por la imposición ideológica, el dinero, el miedo y la siempre latente traición.

Muchos de los que aplaudieron el golpe y lo sucedido en la tiranía no están ni condenados ni en retroceso. Ocupan cargos de dirección en empresas monopólicas y en el gobierno. Lo sabe Piñera y algo ha dicho.

Y en escenas dantescas pero reales duermen juntos algunos ex revolucionarios y sus represores.

Las grandes alamedas recién empiezan a abrirse.

Y en el mundo, sólo un ejemplo, Salvador Allende.

En nuestra memoria, nuestros caídos.

De los demás, ninguna calle ha llevado ni llevará sus nombres.

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