La inscripción electoral del pacto Nueva Mayoría terminó definitivamente con la Concertación por la Democracia, denominación que agrupó a las fuerzas políticas de la centroizquierda por casi 24 años.
Este paso no ha estado exento de tensiones y contradicciones políticas. La centroizquierda no fue capaz de realizar, inmediatamente después de la derrota presidencial del 2009, una autocrítica profunda sobre los límites de su experiencia gubernativa por 20 años y se contentó con marcar los éxitos macro, en lo político, social, económico, infraestructura y cobertura en educación, en libertades y DDHH, que indudablemente existieron.
La Concertación por la Democracia construyó otro Chile en 20 años y puede estar orgullosa de ser la coalición más importante y exitosa de la historia del país, de haber nacido y encabezado la derrota y desplazamiento de la dictadura del poder, de liderar una transición democrática que restableció la libertad y el funcionamiento de las instituciones republicanas, con estabilidad política, crecimiento económico y políticas sociales que generaron mayor equidad y oportunidades.
No es raro, entonces, que después de la derrota electoral, importantes sectores de los partidos de la Concertación, especialmente entre los líderes que encabezaron la transición, hubiera una actitud de atrincheramiento en la historia y en la memoria, motivada seguramente por el temor de la dispersión y de una fractura de la alianza de la izquierda y la DC.
Además, de una total indisposición a provocar cambios que contemplaban cerrar definitivamente la experiencia de la Concertación por la Democracia y asumir que un nuevo ciclo político, como el que surgía en el país, requería de una nueva alianza que ampliara las fronteras del conglomerado en lo político y sobre todo en el vínculo con la sociedad civil mas protagónica.
Los partidos políticos en todas las épocas y en todas las latitudes, tienden a apegarse al fetichismo de la marca que los ha cobijado.
Fue también el caso de la Concertación por la Democracia que por decenios representó una identidad cultural y política, pero también lealtades históricas, vida conjunta, forjada en este caso en medio de la lucha contra la dictadura cuando las fronteras partidarias valían poco frente al temor de la represión. Millones de personas se declaran concertacionistas y han votado por ella y la mayoría son adherentes que están fuera de las estructuras de los partidos.
Por tanto, el temor al salto al vacío y la exigencia práctica de constituirse como oposición al día siguiente de la derrota presidencial, inhibió un debate político e intelectual que debiera haber colocado los temas de la nueva realidad que han envuelto al mundo y a Chile en estos años de renacimiento de primaveras democráticas y de cuestionamiento al modelo económico neoliberal que por años pareció intocable.
Y la conclusión habría sido que era necesario dar el paso de mutar hacia un nuevo conglomerado que, manteniendo la alianza de centroizquierda, que ha sido la base del progreso, en libertad y democracia experimentado por el país, se ampliara a nuevos sectores políticos, recompusiera rupturas internas de los propios partidos y sobre todo incluyera a los nuevos liderazgos sociales que han encabezado las luchas emblemáticas en estos años de gobierno de la derecha.
Ello no era posible dentro de la “marca” Concertación por la Democracia porque tenía un origen, representaba una historia, éxitos y fracasos como experiencia gubernamental, políticas de compromisos y consensos marcados por el carácter de la transición “dentro de lo posible” y, a la vez, una épica maravillosa pero que ya decía muy poco a las nuevas generaciones que constituyen la mayoría del país.
Debía constituirse un nuevo conglomerado que se conectara con la nueva subjetividad que existe en la sociedad chilena, con el cuestionamiento mayoritario, capaz de expresarse en movilizaciones, a las reminiscencias de la época dictatorial, a un modelo económico concentrador de riqueza, depredador del medio ambiente, injusto, que abusa de los usuarios y a una sociedad conservadora que ha impuesto límites culturales a la expresión de la diversidad y de las libertades valóricas plurales.
Para pensarlo en términos gramscianos había que pasar de la lógica de la hegemonía impuesta por la cultura de gobierno y sociedad de la Concertación a una lógica pos hegemónica donde los movimientos sociales, más que los partidos y que las luchas libertarias de hoy en Chile han impuesto las agendas políticas que están cambiando, en muy poco tiempo, la percepción cultural y valórica del país.
Había que razonar y percibir que el cambio tecnológico de las comunicaciones, la revolución digital, la instalación de las figuras poderosísimas que a la vez son receptoras y trasmisoras de opinión en red, iba a cambiar totalmente la comunicación política y que cada vez más la política, como dice Castells, iba a ser comunicación, nueva comunicación.
El viejo Marx habría dicho “que todo lo sólido se disuelve en el aire” y que en estas condiciones sólo el cambio es permanente.
Digamos la verdad. Es este cambio de realidad, que es de nuevo cambio de época, marcada por la complejidad y los rasgos del pos modernismo, más que el acuerdo y la reflexión teórica de los partidos que la integran, la que dio el certificado de defunción a la histórica Concertación por la Democracia y la que ha hecho nacer a la Nueva Mayoría como marca de presente y futuro de la alianza política más amplia de la centroizquierda y de esta con sectores del mundo social.
Nueva Mayoría es más hija de las protestas sociales que del staff político, es el caso en que la realidad supera a la nostalgia, y como bien dice Eugenio Tironi, se constituye en una alianza mas plástica, con menos consistencia ideológica que la Concertación, que fue construída en medio de las ruinas de la guerra fría y del enfrentamiento con Pinochet y la dictadura, por tanto, con un peso de identidad fuerte que representó una época.
Nueva Mayoría implica una alianza abierta, menos cristalizada, con ciudadanía, que se coloca objetivos nuevos, que entiende que para hacer cambios profundos hay que construir una mayoría política y social que vaya más allá de los que hemos sido, y que nace en medio de un debate programático de futuro, de ideas fuerza que prometen una transformación estructural en la sociedad chilena y una profunda reforma al sistema político emblematizado en una Nueva Constitución.
Lo sustantivo es que nace, también, encabezada por el fuerte liderazgo de Michelle Bachelet que ha sido nuevamente ungida candidata por la sociedad, que le ha brindado durante años una enorme mayoría en las encuestas, y que ha sido refrendada en una primaria ciudadana participativa donde ella ganó a todos los candidatos juntos y sola dobló a los de la derecha.
La primaria fue la génesis virtuosa de la Nueva Mayoría pues colocó ante la ciudadanía diversas alternativas y posturas de las almas y matices que existen en el conglomerado.
Bachelet, plenamente identificada con la nueva subjetividad que recorre la sociedad, consagró la nueva marca, ella habló desde su llegada al país de nueva mayoría – recogiendo aquella fórmula instalada por Carolina Tohá el 5 de Octubre del 2012, con un tibio y desconfiado acuerdo de los partidos – y ha jugado un rol relevante para que la lista parlamentaria de Nueva Mayoría incorpore, como ha ocurrido, las voces de unidad política y los liderazgos de los movimientos sociales.
Seguramente no están todos los que podrían estar en una nueva alianza por los cambios, pero hay que seguir sumando para ganar con Bachelet la presidencia y obtener doblajes en las parlamentarias, y después de las elecciones presidenciales, para que un conglomerado como este, abierto y flexible a las novedades que crea la ciudadanía, continúe expandiéndose y sea el soporte de ese nuevo Chile, que emblematiza Bachelet, con más igualdad, mejor democracia, mas libertades y con activa participación de la ciudadanía.