Hace sólo 40 años, o algo así.
El 11 muy temprano sonó el teléfono en mi casa. Yo era el encargado de propaganda y de la radio del Mapu que dirigía Gazmuri, la Sargento Candelaria.
-“¿Jaime?”
-“Sí… Jaime. Se alzó la Marina. Ya hablé con el Presidente. Él se va a La Moneda. Yo al partido.Tú, a la radio, como lo habíamos conversado”.
-“Me visto y salgo. No te preocupís”.
Necesitaba un vehículo. El mío estaba en reparaciones.Y ojalá que me acompañara un periodista, mientras más militante mejor.
Llamé a un compañero. Respuesta inmediata:“Tengo que ir al supermercado con la señora, no le puedo decir que no”.
Llamé a otro, un cabro que aún no terminaba la universidad pero que tenía pasta.
-“¿Jorge Andrés?”
-“¿Viejo?”
-“Sí, Jorge Andrés. Me acaba de llamar Jaime. Hay golpe y debemos ir a la radio”.
-“Te paso a buscar en la citroneta en quince minutos”.
A la hora indicada pasó Jorge Andrés Richards. No eran aún las 7 de la mañana. A las 7,30 llegamos cerca del Parque Forestal. A los vehículos y a la gente no los dejaban pasar hacia el centro. Los militares ocupaban las calles con pañoletas de color al cuello.Amarillas, rosadas.Ordenaron: todo el tráfico por Pío Nono hacia el norte.
-“Ustedes también”.
-“No, nosotros debemos seguir derecho por el parque. Vamos a la radio. La radio Sargento Candelaria. Somos periodistas de gobierno. Déjennos pasar”.
-“Adelante”.
A las 7,30 horas del día 11 de septiembre de 1973 los militares de la tropa no sabían qué estaban haciendo. Las órdenes eran sin connotaciones políticas, menos aún antigobiernistas.
Llegamos con Jorge Andrés a la radio antes de las 8 de la mañana. Estaban el control y un locutor, que hacía su programa matutino de canciones y bromas. Pero ese día no estuvo para bromas. A la segunda pasada de un avión por sobre el cerro Santa Lucía, el locutor palideció y enmudeció.
-“Quiere usted retirarse, irse para su casa?” le preguntamos.
-“Si señor” dijo el locutor.
De allí para adelante, todo lo que se tuvo que locutear ese día fueron improvisaciones de Jorge Andrés y mías.
En el puesto de control, y hasta la hora que su horario normal establecía, estuvo Echeverría, un control muy profesional, un moderado centrista, que sentenció:“Yo me quedo hasta cumplir mi horario. No me meto en política”. Partió como a las nueve.
Nunca supe más de él.
Tuve buena compañía esa mañana.Ya he hablado de Jorge Andrés Richards.Mario Landa, que ya se fue a reportear a otro mundo, con su eterno cigarrillo de joven Tito Mundt y su eterna grabadora de Mario Gómez López, también estuvo allí.
Marie Jean Oligier, que fue a morirse a Costa Rica, con su pelo corto de Príncipe Valiente, y la “Vieja” Espinoza, calmado, ordenado y con alma de sacerdote laico pero sacerdote de verdad, estaban al pie del cañón. Nadie faltó. A Orlando Milessi no le correspondía estar justo a esa hora pero siempre estuvo a la que debía.
Landa y Marie Jean escuchaban radios, se comunicaban, monitoreaban, intercambiaban informaciones. Tomaban nota. Nos informaban.
A cada rato sonaba el teléfono de la emisora.
Es para ti, decía el que contestaba, y me pasaba el teléfono.
- “¿Aló?”
- “Aló. Mire, le hablo en nombre de la Junta de Gobierno. Usted debe proceder a poner fin a las transmisiones. De otra manera…”
-“¿Junta de Gobierno? ¡Váyase al carajo!”.
Y, agitado y decidido, cortaba. Proseguíamos la improvisación llamando a la unidad de los demócratas y los constitucionalistas.
- “El Presidente va a hablar por cadena” dijo uno de los periodistas.
- “Conéctate a la Portales”.
- “La Portales está fuera del dial.”
- “¿Fuera del dial? ¿Y por qué nosotros no? Ya lo veremos. Cuélgate de la Magallanes”.Actuábamos aceleradamente, con calor en un día nubloso y frío, un tanto sofocados.En mi caso como si estuviera con la manta puesta, pero la manta la había dejado en una silla al entrar a la radio.
Confieso que no entendí bien qué quiso decir Allende con eso de “estas son mis últimas palabras”.
Salvo Allende, los partícipes de una acción como esa no suelen percatarse de lo que juegan y de lo que se juegan en el momento. Son normales. La vida inmediata sigue más o menos igual. La muerte, no. Ese día murió en combate la figura más clara y noble de la historia de Chile. La que hoy es respetada en todo el mundo. La gente transitaba aún por la calle. Era el medio día y desde lejos, no de donde estábamos, se veía el humo del bombardeo a La Moneda. Los edificios, anclados donde mismo. Los automóviles, más lentos. Los árboles. El día lluvioso. Se actúa.
Antes que llegaran los militares (no sabemos aún por qué llegaron un poco más tarde; sí sabemos que llegaron a balazos) nos llamó Jaime desde el partido para decirnos que allí no había más que hacer.
Jaime recién se había dirigido a la gente por nuestra misma emisora.
Partimos a “la casa de seguridad” donde, en ese caso –por meses previsto- debían estar los miembros de la Comisión de Gobierno y los de la Comisión de Propaganda.La “casa de seguridad” era el departamento en que había vivido Rodrigo Ambrosio y su familia.El principal fundador del partido había muerto un año y tres meses antes.
De la Comisión de Gobierno no llegó Fernando Flores, estaba en La Moneda.De la de Propaganda, se sumaron a los de la radio, Jesús Manuel Martínez y Samuel Bello.
En un par de horas fijamos contactos y nos dispersamos. No volví a mi casa, por cierto.Partí con Samuel a su casa en San Bernardo. De allí a la oscuridad y al exilio.
A la vuelta, en 1984, puros avances. Un secuestro, del que salí pronto por la solidaridad internacional y la de don Jaime Castillo y Monseñor Fresno. La participación en la Campaña del NO y el triunfo. El periodismo militante bajo Aylwin y Frei. La embajada, con Lagos. El estrecho trabajo con Michelle en marzo, abril y mayo de 2000.
A 40 años de la fecha no pienso igual, pero sí muy parecido.
¿Arrepentimiento?No.¿Rencor? Sí.El de los sobrevivientes de Hiroshima con los norteamericanos.El de los judíos con los nazis.¿Renovación? Claro. ¿Ideología? En lo fundamental, la misma.Y tengo aún alguna esperanza.
Y un orgullo escondido, que comparto con Jorge Andrés, con Espinoza, con Milessi y otros compañeros: Radio Candelaria fue la última radio que se dirigió a Santiago y otras provincias ese día imborrable.