Tras la derrota en la primaria presidencial opositora, importantes dirigentes y algunos voceros demócrata cristianos han sostenido que el mal resultado electoral se explicaría por errores estratégicos en la campaña del candidato DC.
Se han mencionado, entre otros errores, el presentarse como miembro de un partido de centro, “el más centrado de todos”; tener un supuesto tinte conservador, “el matrimonio es entre un hombre y una mujer” e incluso confesional ,“creo en Dios, y qué”. Esto ha sido asumido, en parte, por el propio candidato, quien ha dicho que se equivocó al hacer una campaña de “nicho”; es decir, orientado al electorado socialcristiano, en el supuesto que concurrirían pocos electores a votar en la primaria.
En la opinión de quienes escriben esta columna, no parece que estos fueran los factores relevantes. Por razones de espacio no podemos, ahora, explayarnos sobre ellos.
Sin perjuicio de lo anterior, señalamos que la incidencia de los contenidos “ideológicos y programáticos” de la campaña de primarias es débil, si se tiene presente que antes que ésta se iniciara, Michelle Bachelet, en la encuesta CEP de abril de 2012, marcaba una intención de voto del 51%.
La noche de la primaria, al contarse los votos, Michelle Bachelet, sacó un poco más de la mitad de todos los votos emitidos en las dos primarias presidenciales. Es decir, mantuvo ese cincuenta por ciento que mostraban las encuestas, un año antes que Claudio Orrego desplegara su campaña con las piezas publicitarias que hoy se cuestionan.
Dado que en las primarias votaron más de tres millones de personas, por simple ley de los grandes números, la coincidencia entre encuestas y resultados no debiera extrañar. Pero sí permite afirmar que en la intención de voto de Michelle Bachelet poco influyó la campaña electoral.
Se podría contra argumentar que si bien es cierto lo anterior, “la centrista, conservadora y confesional” campaña DC, explica el orden de llegada en la primaria de la Concertación.
Sin embargo, José Antonio Gómez desarrolló justamente una campaña más bien “liberal” en lo cultural y “estatista” en lo económico y su resultado fue de un 5%, contra un 9% de Orrego y un 13% de Velasco.
Lo anterior demostraría que contra Michelle Bachelet, en esta campaña, no hacían mucha mella los énfasis de contenido – reales o supuestos – que desplegaran sus adversarios.
Insistimos que, a nuestro juicio, lo más relevante de esta campaña fue la cantidad de gente que votó y el aplastante triunfo de la candidata socialista. Estar debatiendo acerca de las razones de las votaciones de los otros tres candidatos, quienes se dividieron el 25% restante de los votos, no permite apuntar a lo esencial: el liderazgo carismático de la ex presidenta.
Dicho liderazgo, sin duda es un fenómeno político complejo, considérese sólo como dato el que en las mismas comunas en la reciente primaria parlamentaria convencional de la oposición, votó sólo el 15% de quienes lo hicieron el 30 de junio.
La fuerza electoral demostrada por Bachelet parece basarse más bien en que para el votante opositor ella era y es la carta más segura para derrotar al actual oficialismo en noviembre.
Es probable que también para el sector más politizado del voto opositor, a Michelle Bachelet se le atribuya mayor capacidad que a los otros candidatos, para enfrentar la crisis de representación política y de distribución de los frutos del fuerte crecimiento económico que Chile ha tenido los últimos treinta y cinco años. Por ello, la importancia que ha adquirido la reforma política, la educacional y la tributaria.
También se ha insinuado que contenidos más “liberales” y “socialdemócratas” pudieron haber representado mejor a las bases electorales demócratas cristianas. Sin embargo, las primarias presidenciales internas de dicho partido demostraron todo lo contrario.
Conviene preguntarse lo siguiente,en un ejercicio contrafáctico, si la DC hubiese presentado un candidato con un discurso “liberal-estatista”, ¿alguien puede seriamente afirmar que habría obtenido más votos?
O más bien, si es cierto que la campaña de primarias no alteró en nada los apoyos iniciales a Michelle Bachelet -si le creemos a reiteradas encuestas del año anterior-, ¿se puede sostener seriamente que dicho candidato hubiese obtenido un resultado mejor al de Orrego?
Y si ese ello no hubiese ocurrido, ¿no estaría debatiendo ahora la DC que un énfasis “liberal” en lo cultural y “estatista” en lo económico, convirtió en indistinguible su discurso de las posturas de Michelle Bachelet y de José Antonio Gómez, lo que explicaría el mal resultado electoral en las primarias, por falta de identidad y de total confusión de su electorado?
Si lo anterior es efectivo, significa que las razones más relevantes del aplastante triunfo de la candidata socialista poco tienen que ver con supuestos ejes culturales o de ubicación geométrica de la DC en el eje izquierda-derecha.
Lo anterior no significa que estos temas sean irrelevantes para el futuro de la Democracia Cristiana y de la actual oposición, sin perjuicio que el momento adecuado para discutirlas, nos parece, debe ser pos elección presidencial y parlamentaria.
Acertar lo más posible en las razones de lo ocurrido es muy importante. Ello porque el sistema político chileno puede estar muy cercano a un significativo reordenamiento en los apoyos electorales a los partidos que lo componen.
Ello ya ocurrió en otros momentos de nuestra historia, tras liderazgos como el de Pedro Montt y de Carlos Ibáñez. En el caso del primero, se dijo tras su muerte que “antes confiábamos en un hombre, ahora no confiamos en ninguno”.
Quince años después, se desplomó el Estado oligárquico, por la incapacidad de los actores de esos años para enfrentar la crisis de representación política y de distribución socioeconómica de la época.
Co autor del artículo es nuestro columnista, abogado, Sergio Micco.