Tenía 15 años al momento del golpe.
Al pobre Longueira, creo que desde muy joven, le contaron que en Chile, antes del golpe, había existido una guerra civil, y se lo creyó y lo repitió. Y lo de los 10 mil guerrilleros y la inconstitucionalidad del gobierno de Allende, también.
Y que en Chile no hubo golpe sino pronunciamiento, y por años y años nunca dijo golpe.
Al joven Longueira creo que lo educaron (Guzmán fue su maestro predilecto) en la idea de que los comunistas no tenían ética y que los marxistas eran subhumanos, y que todos ellos buscaban arrasar con la civilización occidental y cristiana, y por ello había que tratarlos como se merecían, y se lo creyó y todo lo justificó: muertos, torturados, presos, desterrados, inconstitucionalizados.
Al pobre Longueira, luego, le mostraron que Pinochet “había salvado Chile” y que no había mejor sistema universitario que el protegido por la fuerza militar, y entonces él fue Presidente nominado de la “Federación de Centros de Estudiantes de la Universidad de Chile”.
A Longueira le hicieron creer que él había subido el cerro Chacarillas, cuando nunca lo hizo.
Más tarde, como le habían inculcado que Edward Kennedy era un dirigente internacional procomunista, actuó, como lo haría un encapuchado de hoy, a huevazos contra el automóvil del senador norteamericano.
Electo diputado con el 24% le hicieron creer que eso era “lo máximo”, cuando su contendor Andrés Aylwin alcanzó el 53 %. Más tarde, candidato a senador por Santiago, ganó con un 23% mientras Soledad Alvear, su competidora, alcanzó el 43%.
Viajó a Europa cuando cayó detenido un general “tan inocente y honesto” como Pinochet y lo defendió a brazo partido. Era falso lo de los atropellos a los derechos humanos y, más falso aún, que él Tata hubiera delinquido.
Un tiempo después, en medio del escándalo Spiniak, en vez de sueño e imaginación, un nuevo embuche, el de médium. Sorprendió afirmando “Jaime Guzmán me habló y me dijo sigue a ese cura”.
Luego, estando en el ministerio de Piñera, se creyó que el progreso social (no sólo el económico) lo forja el neoliberalismo, porque en este sistema, si nos esforzábamos, todos podríamos ascender socialmente a los máximos niveles. Todos. Y entonces se puso a defender los negocios de gente como Paulmann. “Debería haber muchos Paulmann” proclamó.
Más aún, se convenció que su triunfo electoral en las primarias se produciría, inevitablemente, porque él era “un udi popular”, no como otros, y “la udi popular triunfaría en las poblaciones”.
Pero su efímero triunfo se debió no al apoyo popular sino al apoyo de los militares retirados (como se lo hicieron ver) y la gente rica de Las Condes.
Ahora, por fin proclamado candidato a Presidente –para lo que había trabajado toda su vida, como dice El Mercurio del 18 de julio- no podía, creo, sostener los infundios que le habían inculcado y en los que, culturalmente, había vivido.
Tendría que decir ahora, a regañadientes pero decir, que lo de Pinochet había sido… una dictadura.
Tendría que aceptar, a pesar de su homofobia, que los homosexuales… tienen derecho a vivir (y bien) en pareja (AVP)
Enemigo del aborto, debía decir- porque de votos se trataba- que se podía aceptar el aborto en casos extremos, como el del aborto terapéutico o el aborto tras violación.
Tenía que aceptar que el binominal fuere corregido porque su Presidente lo proponía, su partido lo aceptaba así y sus aliados se habían coludido con la DC y el centro para derogarlo.
Finalmente, su Jefe de Campaña lanzó el diagnóstico global: “Aquí hay una revolución política en marcha y no le hemos tomado el peso”. Él ¿podría enfrentarla?
Entonces, no pudo más.
No podría decir más “régimen militar”, o que “el matrimonio es sólo entre un hombre y una mujer”, o que “no al aborto, no a cualquier aborto, porque soy partidario de la vida”, o que el binominal.
Y el pobre sintió que, esta vez, hasta aquí no más llegamos.
La inmensa mayoría de las enfermedades son sociales. La mentira congénita del ambiente y la excepcionalidad cultural hacen profundo daño. Más aún cuando se intenta, nada menos, que de liderar un país “empoderado”.
Y en un carácter sensible y atarantado –que debió ser detectado por los amigos y cercanos que lo impulsaron como su líder nacional- todo eso lleva al abismo emocional.
Lo de Longueira, la renuncia indeclinable a una candidatura presidencial ya en marcha, es primera vez que sucede en la política chilena.
En Chile hubo políticos de derecha que llegaron a La Moneda, Alessandri Palma en 1938, Jorge Alessandri en 1958, Piñera en 2010, pero ellos no fueron educados en la falsificación histórica ni vivieron en la ficción hasta el colapso.