A días de las primarias presidenciales, la primera incógnita es cuantos serán los electores que concurrirán a ella y, por tanto, dilucidar si las primarias han adquirido legitimidad y son vistas por los ciudadanos como una ampliación efectiva de la participación ciudadana en un sistema político cuestionado justamente por las restricciones impuestas por el binominal y por la escasa disposición de los partidos a colocar sus cuotas de poder en manos de las decisiones ciudadanas.
La experiencia internacional muestra que en las grandes primarias participa algo más del 10% del padrón de electores, lo que en Chile equivaldría a una cifra de alrededor de un millón trescientas mil personas, cifra relevante si tenemos en cuenta la alta abstención en las últimas elecciones municipales.
De la concurrencia a la primaria depende, en gran medida, el resultado de ellas.
Si es masiva, la Nueva Mayoría puede doblar la cifra de electores de la Alianza de derecha y con ello construir una señal de fuerza significativa hacia las elecciones de noviembre. Si es masiva, ello favorece una alta votación de Bachelet, viabiliza la disputa por el segundo lugar entre Orrego y Velasco y , dado que disminuye en ambos sectores el peso de la votación partidaria y del “acarreo” ello aumenta la incertidumbre en la derecha, da una presunta ventaja a Allamand, aunque está por verse la capacidad del candidato de RN para movilizar a estratos más amplios de la derecha frente a la poderosa maquinaria militante, parlamentaria y de alcaldes de la UDI que apunta a sus nichos populares pero también al voto pinochetista, cívico y militar.
Hasta ahora la performance de los candidatos presidenciales está determinada por el escollo de las primarias.
Los debates han servido para mostrar que en la derecha no hay hoy un candidato con posturas liberales que como ocurrió con Piñera apelara en su campaña al cambio.
Los planteamientos de Allamand y de Longueira han sido extremamente conservadores, orientados al electorado de derecha dura, a dar garantías al mundo empresarial, a la defensa del modelo económico incluso en las AFP e ISAPRES tan cuestionadas por los chilenos, a la mantención de la actual Constitución y del binominal, a la defensa del lucro en la educación e incluso al mantenimiento de los símbolos de la dictadura.
Los candidatos de derecha no asumen y parecen no comprender el nuevo ciclo que se ha abierto en el país y las mayores exigencias y protagonismo de una sociedad civil que quiere cambios más de fondo y mantienen un discurso de continuidad del modelo neoliberal, muy conservador en lo valórico y de preservación de las restricciones democráticas del actual sistema político.
Sorprende que la derecha no perciba que el movimiento social y ciudadano que se expresa en la calle ha impuesto y puede imponer aún de manera más incisiva al mundo político, su agenda.
No vincula que lo ocurre en diversos países del mundo con grandes protestas masivas que ya parecen sin retorno, se producirán también en Chile si la clase política no da pronta respuesta a las exigencias de una sociedad que no acepta el abuso, las desigualdades, la inequitativa distribución de las riquezas, la falta de participación, la destrucción del medio ambiente, la corrupción, los límites impuestos por una minoría conservadora a la posibilidad de que las personas resuelvan por sí mismo los temas relacionados con sus propias vidas.
El panorama político – electoral es complejo para la derecha porque con su actual discurso, y de mayor manera si el candidato triunfador en la primaria fuera Longuiera, ello abre posibilidades a que una candidatura como la de Parisi capte, como ya se percibe en las encuestas, una proporción más significativa de los adherentes tradicionalmente de derecha y con ello divida frontalmente el voto del sector debilitando la opción del candidato presidencial de la Alianza que emerja de la primaria.
En la Nueva Mayoría las cosas son más claras por la enorme centralidad política que tiene Michelle Bachelet. Como bien dice el cientista político Ernesto Ottone, el nivel de apoyo que ella tiene en la sociedad es el factor que en buena medida mantiene soldada la actual estructura de un sistema político que de lo contrario se habría dispersado en un sin fin de candidaturas y alianzas que podrían haber sido distintas a las que nos han acompañado desde el inicio de la transición.
No hay duda que se han bachelitizado no solo los temas de la campaña sino toda la agenda política y que el debate gira en torno a sus anuncios programáticos frente al vacío de propuestas de cambio de los candidatos de la derecha – que han respondido montando una trasnochada campaña del terror sobre los anuncios de Bachelet – y de la falta de repercusión real que han tenido los proyectos de los otros candidatos de la Nueva Mayoría en los medios y en la sociedad.
Sin embargo, que el panorama sea más claro en la Nueva Mayoría, no significa que no tenga complejidades.
La primera de ellas es salir de la imagen de una supuesta izquierdizacion de Bachelet y de su programa de gobierno. En el fondo las propuestas de Bachelet en el plano político dicen relación con dar legitimidad democrática a la Constitución y generar, dentro de la institucionalidad y de la manera más participativa, una nueva Constitución en la cual se sienta representada toda la sociedad chilena.
No tiene nada de “izquierdismo” terminar con los quórums en la Constitución que están destinados a preservar el autoritarismo, ni el cambiar el binominal, ni el lograr que la Constitución sea efectivamente resuelta por una mayoría democrática y no por cuatro generales. Son más bien medidas liberalizadoras que una derecha carente de reales valores y reglas democráticas ha impedido modificar en estos años.
Tampoco es “socialista” una reforma tributaria que toca a las grandes empresas que en Chile pagan menos impuestos que en toda América Latina y en la OCDE y que está destinada a crear un sistema educacional gratuito, integrador y de calidad, que es la mayor inversión que puede hacer un país en su futuro.
La segunda es lograr, después de la victoria del 30 de junio, componer un sólido acuerdo político y programático con todos los sectores que se expresan en las candidaturas de Velasco, Orrego y Gómez y transformar la Nueva Mayoría en un verdadero pacto de gobierno que reúna partidos y sociedad civil y que tenga definiciones claras que estén en sintonía con las aspiraciones de la ciudadanía.
Es cierto que en los debates no se han expresado diferencias esenciales entre los candidatos de la Nueva Mayoría. Es evidente que la amplitud del triunfo que puede obtener Bachelet en las primarias afirma también sus convicciones programáticas y hace que muchas de ellas sean la línea a seguir por el próximo gobierno.
Pero es claro que si se quiere concordar una Nueva Mayoría con capacidad de gobernar habrá que escuchar a todos y que el programa definitivo de la candidata surgirá también de un compromiso con todo su bloque político y, como ha insistido Bachelet, con la ciudadanía.
Lo importante es que las primarias sean un hito democrático, que la sociedad que expresa malestar y que exige cambios vote y otorgue una mayoría sólida para que estos objetivos se abran paso en las elecciones de noviembre.