La decisión del PC de apoyar a Michelle Bachelet en las primarias de la oposición ha desatado una lluvia de drones.
Era presumible.
El que el PC apoye abiertamente, desde el inicio, a una ex Presidenta de Chile, militante en ese entonces de la Concertación, no podemos decir que es “lo normal” en la política que estábamos viviendo en los últimos años.
La derecha, que militó en el gobierno de la dictadura y sigue teniendo como su alma mater a Jaime Guzmán, el gestor intelectual del oscurantismo y la represión, ha brincado denunciando que el extremismo se hará cargo de Chile, y ¡cuidado! ¡que Dios nos pille confesados!
El señor Presidente de la República ha dado a entender que el PC de Chile sueña con aplicar aquí las recetas de Corea del Norte y Vietnam (¡), recurriendo a lo peor de las campañas del terror. Eso después de haber estado recientemente en Vietnam alabando a Ho Chi Minh y recordando que nuestra juventud gritaba en los sesenta “Ho Ho Ho Chi Minh lucharemos hasta el fin”.
La extrema izquierda, que siempre se ha opuesto a las alianzas del PC con la centroizquierda se esmera en convencer que “la base” del partido de los comunistas no apoyará a la ex Presidenta.
Y el candidato y el presidente de la DC, junto con recordarnos que ellos sí son demócratas (“yo creo en Dios y qué”), no como los impulsores del gobierno de Allende, nos llaman a averiguar “¿cuál será el precio que habrá que pagar?”
Miremos el fenómeno en más perspectiva.
Lo primero es que la decisión del PC debe sumar unos 100 mil votos para Bachelet en las primarias de fines de junio, si allí votan por la ex Presidenta del orden del medio millón. Es una cantidad parecida a la que pueden sacar en las primarias cada uno de los otros candidatos de la oposición que competirán: Velasco, Orrego y Gómez.
Lo segundo es que esa decisión puede tener dos consecuencias previsibles para la elección presidencial de noviembre: una menor votación del viejo centro para Bachelet (la DC está haciendo fuerza hoy para que eso suceda) y una mayor votación para la misma candidata de los que hasta hoy se han abstenido de entregar su sufragio (incluso un porcentaje de los que se movilizan hoy en las calles).
No es poca cosa que quienes encabezaron las movilizaciones de Punta Arenas y Aysén, más el PC, vayan a estar, electoralmente, con la candidata a Presidenta de la República.
La decisión del PC, no lo podemos negar, es una operación política bastante brusca, si consideramos que Teiller y algunos de su dirección estuvieron a la cabeza del partido en los años del vanguardismo y la militarización, que pasaron con más pena que gloria y que nunca han sido autocriticados con seriedad.
Aparece además como cuestionable que el PC no haya gastado muchos esfuerzos en levantar una alternativa de izquierda, como lo hizo en la elección pasada con Arrate, precisamente en el momento en que las condiciones sociales aparecen como mucho más favorables para intentar reformas profundas.
Da la impresión que la renovación real del PC chileno (tan evidente en países como Italia, Francia o España) se está haciendo sin cuestionamientos ideológicos y muy marcada por apetitos electorales cupulares.
Pero la decisión del PC no debería extrañar si analizamos la historia de Chile.
El PC apoyó la elección de Pedro Aguirre Cerda en 1938, la elección de Juan Antonio Ríos en 1942, la elección de Gabriel González Videla en 1946, la elección de Salvador Allende en 1970, la elección de Patricio Aylwin en 1990, la elección (en segunda vuelta) de Ricardo Lagos en 2000 y la elección (en segunda vuelta) de Michele Bachelet en 2004.
Siete Presidentes de la República han contado con los votos comunistas para llegar a serlo. ¿Por qué no una octava, que ya recibió el apoyo del PC cuando fue electa en enero de 2005?
Esta reinstalación en el margen izquierdo del sistema retoma un camino –en general fructífero- que se perdió en los años ochenta, y enriela al partido en la búsqueda de una nueva izquierda para los nuevos tiempos que vive Occidente, sin la URSS y con el predominio transnacional del capitalismo.
En cuanto al precio o al costo político que debería “pagarse” por esta operación, habría que calmar a Walker y a Orrego: seguramente será menor que el que cueste el “entusiasta” nuevo apoyo de la DC a Bachelet a partir de julio próximo.