22 may 2013

El necesario y saludable debate ideológico para el futuro del país

Corría el año 1992 cuando un ciudadano norteamericano de origen japonés, Francis Fukuyama, publicaba su texto “El fin de la historia y el último hombre”. De manera algo soberbia, el politólogo Fukuyama sostenía que estábamos en presencia del fin de las ideologías, que era el ocaso de las controversias y luchas ideológicas. Al mismo tiempo, auguraba un futuro pavimentado por una economía capitalista y sustentado en una política cuyo eje central fuese el libre mercado.

Posiblemente, la caída del muro de Berlín algunos años antes, su interpretación y generalización algo simplista de este impactante hecho y su no disimulada tendencia neoliberal y conservadora, lo llevaron a plasmar una hipótesis en la que cometió un evidente fallo científico-metodológico al confundir deseos con realidad, o dicho de otra manera, al confundir lo que a él le gustaría que las cosas fueran con lo que las cosas realmente son.

Concretamente, no sólo su propia afirmación y postura eran en sí mismas ideológicas, lo que ya implicaba una contradicción inherente a su tesis, sino que además, la historia de los 20 años posteriores a su rimbombante predicción han demostrado que ha sido, precisamente el intento de despliegue y omnipresencia del neoliberalismo, lo que ha puesto nuevamente en primer plano la realidad e importancia de los debates acerca de los distintos proyectos de sociedad, esto es, la vigencia de lo ideológico.

En efecto, de manera creciente puede observarse una situación en diferentes partes del mundo que evidencia una tensión, cuando no conflictos sociales manifiestos, entre quienes quieren que el actual sistema mundial siga igual o se refuerce, favoreciendo a unos pocos y en medio de desigualdades abismantes y quienes aspiran a una transformación social que se plasme en otra realidad socio-económica y en un nuevo marco valórico-cultural en que la justicia y solidaridad desplacen a las aspiraciones sin límites y a la competencia individualista.

Una ilustración y antecedente no despreciable de lo anterior, me parece que lo constituye el actual punto de inflexión al que está llegando nuestro país a propósito de las alternativas que tendrán que enfrentar los ciudadanos en las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias.

Tal como lo hemos expresado en columnas anteriores en este mismo espacio y más allá de lo meritorio y exitoso de la transición chilena en lo institucional y político, resulta difícil negar que pareciera estarse agotando la tolerancia y paciencia de la mayoría de los chilenos frente a la falta de voluntad política y acciones concretas que conduzcan a cambios en el sistema socio-económico actual, el que ha estado básicamente inspirado en una economía neo-liberal con clara preeminencia y excesos del mercado y del poder económico.

Los ya conocidos abusos y las significativas inequidades, son claramente consecuencia de esto y no se solucionan mirando para el lado y/o administrando lo que existe con tangenciales e inocuos intentos de ser más “eficientes” en determinadas áreas, con bonos tales o cuales y con permanentes y cansadores anuncios que nunca se concretan.

Es imprescindible abrir un sincero, necesario y saludable debate ideológico en el país, en el que todos nos sinceremos sin temor a que nos tilden de esto o lo otro y a través del cual las diferentes candidaturas, coaliciones y partidos políticos expliciten y difundan exhaustivamente su visión de la sociedad chilena y sus propuestas en relación al futuro.

Si el país no hace esto, terminaremos discutiendo estas o aquellas cifras, volverán a marearnos con los equilibrios macroeconómicos (en medio de una crisis de credibilidad de las estadísticas), nos vanagloriaremos del mayor número de empleos en medio de sueldos vergonzosos y con insuficientes leyes laborales, seguirán los espectáculos que devastan la política y a los políticos sin terminar con el binominal, en fin, terminaremos siendo cómplice de que todo siga igual, haremos una afrenta a la democracia y posiblemente se llegará a una cristalización de los conflictos sociales.

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  • Sergio Luis Arenas Benavides

    ¿Fue Fukuyama muy optimista, o en realidad la democracia y el capitalismo eran, no el mejor sistema, sino el menos malo? No olvidemos que el mismo Fukuyama dijo que, en cierto modo, la historia iba a “continuar” en algunas regiones del mundo, entre las que mencionaba Latinoamérica.
    ¿Pero acaso no es la actual demanda social una nueva etapa liberal? No entender aquí “liberal” como un sometimiento de la ley al mercado, sino al revés, la recuperación de aquel espíritu de los viejos liberales que preconizaban el respeto profundo a los derechos y libertades de las personas, la existencia de un Estado de Derecho fuerte y garante de esas igualdades. La lucha por la salud, por la educación, por el medio ambiente, por una economía más equitativa y justa, no son incompatibles con el ideario liberal, sino que son parte de este nuevo liberalismo.
    Nuevo liberalismo que, por cierto, no es sinónimo de “neoliberalismo”, que no es sino una fachada que oculta un “ancien régime” más brutal incluso que el que existía antes.

  • Rody Gárate Araya

    Estimado Ernesto:
    Comparto el fondo de tu análisis, sin embargo quiero precisar el concepto de realidad que está implícito en la opinión vertida en la columna, a modo de conversación.
    Muchas veces escuchamos decir a algunas personas que “así es la vida” y otras veces se nos impone el termino de “realidad” como una forma de descalificar la visión ajena e imponer la nuestra, A mi juicio así no es la vida, sino que así la hacemos o mejor dicho así la construimos en la cotidianeidad; de modo que el status quo que se nos quiere imponer como algo objetivo e inmutable, pase a ser lo que nadie puede cuestionar, menos pretender modificar.

    Me atrevo a afirmar, visto el rotundo fracaso de Fukuyama en sus predicciones, que la cultura cristiana occidental, esta pasando por una crisis de identidad ética, con las evidentes consecuencias en las condiciones de vida de miles de millones de seres humanos, que sobreviven en las condiciones más indignas, dados los avances en ciencia y tecnología, dicha miseria es inaceptable. Esto nos demanda un cambio profundo en el sistema económico financiero internacional, que se nos impuso con la llamada globalización.

    Tenemos que pasar del social cristianismo conservador, con algunos maquillajes de justicia social, para que no les pese en su conciencia el mal que están generando, hacia el cristianismo revolucionario del Papa Francisco o de la Revolución en Libertad de Frei Montalva, que con una serie de reformas abrió los caminos de mayor libertad y justicia social para nuestros compatriotas.

    Finalmente quiero terminar con las recientes solicitudes a los politicos y lideres mundiales, el reciente mensaje del 16/051013,