A las puertas de elecciones presidenciales y parlamentarias parece resplandecer en plenitud esa cierta cultura política épica chilena.
Al utilizar el vocablo “épico” me refiero a que los candidatos y candidatas, sean titulares o postulantes a serlo, dirigentes de partidos, ciudadanos organizados, líderes sociales y estudiantiles, nos plantean algún relato heroico acerca de lo que sería Chile si ellos organizaran desde el poder a la sociedad chilena.
Al respecto tengo el convencimiento que la política no necesariamente debe ser épica, que Chile no es el centro del mundo y que, por más que lo pretendamos o intentemos, no vamos a inventar un “modelo” que ilumine al resto de los países.
Considero que lo nuestro es avanzar con libertad, justicia y paz social a una sociedad cuyos integrantes tengan el mayor bienestar posible, sea menos desigual y provea de las condiciones suficientes para que todos y cada uno puedan buscar la felicidad.
Las décadas de gobierno de la Concertación y los años de gobierno de la Alianza han demostrado que es posible avanzar en esa dirección, dentro de las reglas de un régimen político esencialmente -aunque no perfectamente- democrático.
Por cierto, estamos lejos de haber alcanzado una sociedad como la sugerida antes. Pero hemos avanzado.
En mi opinión, en los últimos años, uno de los errores políticos más graves de la Concertación ha sido desconocer del todo o híper criticar hasta el límite de la cuasi auto-destrucción, lo que realizaron durante sus gobiernos.
Seguir por ese camino –como algunos hasta ahora parecen en buena medida empeñados- le otorga a la Alianza una ventaja que puede resultar decisiva en las elecciones de este año 2013.
Además, ciertos eventos recientes, como, entre otros, el relativo a las fallidas primarias parlamentarias, pueden sumarse a esa ventaja.
De otro lado, pienso que los viejos –como este columnista- y los no tan viejos, no debiéramos cometer el error de aceptar a-críticamente el relato desmesuradamente épico que plantean algunos dirigentes sociales y estudiantiles, universitarios y secundarios.
Sin duda que muchas de sus demandas son justas pero el sentido épico que le confieren a sus grandes y difusos diseños de solución puede conducir por derroteros en que al final del camino no existe sino la frustración asociada a “quedarse ahí, justo en el umbral”, retroceder y fracasar, como les ha ocurrido a otros países de nuestra América Latina.
Los viejos podemos y debemos tener una visión cultural política más parsimoniosa, menos épica y, desde ella, ser intensamente críticos y contestatarios de lo que plantean los jóvenes.
Nuestro relato, que pienso es congruente con el de la mayoría de los chilenos, debiera ser el de la dura vida diaria, de nuestras familias, del transporte, el trabajo, la remuneración, la educación, la salud, la seguridad.
Es en esas áreas en que los políticos y los partidos políticos deben plantarse delante de los ciudadanos y explicarnos en dónde estamos, hacia qué mejor situación podemos avanzar y los medios para así hacerlo, dentro de tiempos definidos.
Considero que la mayor parte de la ciudadanía chilena actual no está receptiva a un relato épico, sea éste contado desde la derecha, el centro o la izquierda.
La extendida e intensa desconfianza hacia los políticos, los partidos y la política en general indica claramente que los ciudadanos no creerán en una épica que no considere y atienda la realidad de la vida diaria.
Necesitamos menos épica, más realidad; menos planes grandiosos y modelos para iluminar al mundo y más aterrizaje en el lugar específico en que estamos hoy.
Entonces, desde allí, avanzar a un Chile mejor para la más amplia mayoría de chilenos posible.