Con la excepción de Sabina, como muchos, el Caupolicán lo tengo asociado a los grandes torneos políticos. Y uno de los más notables –sobre todo por la ocasión- fue la disonante voz de Eduardo Frei Montalva oponiéndose a la Constitución del 80, que la dictadura militar se preparaba para imponer al país.
33 años después –en medio de la algarabía de sus partidarios- fue la voz clara de Michelle Bachelet Jeria afirmando que Chile requería de una nueva constitución. La misma emoción ciudadana. El mismo gesto republicano en un teatro atestado. En ambos casos comparecen para decir basta, inspirados en un sentir popular. Se dirigen a la derecha -beneficiaria de la “obra” de la dictadura- demandando más democracia y propician un acuerdo nacional sobre la base de reglas y procedimientos democráticos.
Un público de mayoría militante, más pepedes que socialistas. Conocidos de toda la vida y público joven expectantes. Mujeres con la banda presidencial ya conocida.Lienzos de comunas. A las 09.25 hrs. solo hay espacios en el sector sur del teatro, y subiendo a la cumbre, porque el segundo piso estaba repleto.
Ya instalados, apareció una señora de camiseta blanca y peto que rezaba independientes: “Hay mucha bandera partidaria, tome una de Chile mejor”, me cuenta. Y ahí quedamos los amigos, chilenizados hasta los huesos, bajo un cartel que decía “San Ramón Sur”. Los del norte no llegaron. Menos mal, habrían quedado en los pasillos.
Un joven de barbita y una damisela de lentes –nuevos rostros- animaron la jornada.Comenzó con la dulce y cálida Magdalena Matthey, que canta más triste que la llovizna, y que bajó las energías del respetable público.Cuando comenzó Osvaldo Andrade su discurso, reflotaba un eco de nostalgia en el recinto. Dijo pocas cosas, pero contundentes, con reconocimientos que dividieron la galería, mostrando una falta de sintonía fina con la concurrencia.
Jaime Quintana comenzó con un poema sobre el otoño, del lárico Jorge Tellier. El timbre y el tono de su voz destacaron. Encaró asertivo los desafíos de la candidatura en los próximos meses y llamó a la unidad. Un discurso que sintonizó más con un público que es capaz de entenderse con la poética en ausencia de una épica.
El video de campaña mostró un departamento vacio, una cajas de mudanza y su emocionada despedida de sus colegas en la ONU Mujer; su llegada a Chile y su discurso de largada en la comuna de El Bosque. El logo final con una M de Michelle. Una “M” que ocupa espacio, robusta, con una banda tricolor en un costado. Ya no es Bachelet, ahora es Michelle. Da lo mismo el apellido parece decir, en una sociedad donde la “gente de bien” se apresura a notificar hasta el segundo. Antes de todo, somos personas.
Por fin la candidata, a la que los oradores preliminares han llamado presidenta. No importa, ella es Michelle y el público delira con su sonrisa.
Gritos partidarios, se agitan todas las banderas incluyendo las nuestras, las de Chile. Un discurso que agradece la proclamación, declara los principales lineamientos de su programa y llama a trabajar a los concurrentes para ganar la primaria del 30 de junio próximo.
Una intervención con ritmo ligero, que apenas dio pie a contestar algún grito de los jubilados diciendo un “a todos, a todos”. De eso estoy hablando, de un Chile inclusivo, pareciera trasuntar su rostro en la distancia, que despierta el “aquí no sobra nadie” que repica en la galería.
“Gracias a todas y todos” dice Michelle al concluir. Atrás queda Nueva York y su esplendor, los viajes por el mundo estrechando manos con miles de mujeres de todos los continentes y las fotos con otros jefes de Estado, para volver a su Chile natal. Un lienzo de Pudahuel donde aterrizó, otro de El Bosque donde aceptó la candidatura y el de Santiago, y un gran aplauso para la alcaldesa Tohá presente.
Nunca como antes, el PS y el PPD se les habían visto juntos, ordenados y tranquilos. Esto también fue una gran novedad. “A trabajar chiquillos” se animan unos a otros al salir. Dan ganas de comerse una empanada con todos después del acto.