Junto con iniciarse la fase final de su administración, el gobierno encabezado por el Presidente Piñera y la derecha política, han implementado una triple estrategia con la no disimulada pretensión de que dicho sector gane las elecciones de noviembre próximo y se prolongue en el ejercicio del poder.
En primer lugar, los diferentes ministerios están incurriendo en un gasto desproporcionado en propaganda, lo que ha sido corroborado por organismos competentes. Esto, obviamente cuenta con la orquestación y refuerzo de la mayoría de los medios de comunicación que ellos controlan directa o indirectamente.
La idea es que todos los ministros, subsecretarios y cargos superiores sigan un pauteo y repitan, cual robots, el mismo discurso, detrás del cual se busca instalar la sensación de un gobierno exitoso, sustentado en la ya conocida arrogancia del actual equipo de gobierno y sus partidos adlátere, para quienes todo lo que se ha llevado a cabo por ellos es grandioso y nunca antes visto en Chile.
Paralelamente, faltando absolutamente a la más mínima rigurosidad y en la mayoría de los casos a la verdad, descalifican los gobiernos de la Concertación y particularmente el de la presidenta Bachelet.
Es aquí donde surge la segunda línea estratégica derechista, destinada a “perforar”, cuando no destruir, la imagen de Michelle Bachelet. En ello no han tenido sutilezas y el caso más paradigmático es su obsesiva, y algo neurótica búsqueda de vincular a la ex Presidenta con los dramáticos sucesos provocados por uno de los terremotos más grande de la historia. Sólo les falta acusar a la ex Mandataria por no haber sido capaz de “predecir el terremoto y comunicárselo al país oportunamente”.
Respecto a este afán de intentar distorsionar y tergiversar el gobierno de Bachelet, la ciudadanía ya ha dado su opinión en diferentes encuestas y estudios, cuyos resultados, sin excepción alguna, distan mucho de la opinión de la derecha política.
Lo mismo vale para la pretenciosa afirmación del actual gobierno de autocalificarse como exitoso y merecedor de ser apoyado en su continuidad, la que se cae a pedazos al considerar la sistemática mala evaluación de que ha sido objeto por la mayoría de los chilenos en las encuestas más prestigiosas hasta ahora conocidas.
Sin embargo, lo que hoy día está particularmente en juego, es el futuro del país y los grandes temas a debatir sobre los cuales la gente quiere pronunciarse en las próximas elecciones de noviembre.
Es precisamente en este punto donde surge la tercera línea estratégica de la derecha, consistente en querer que la ex Presidenta “pise el palito” y bajo el ampuloso y nuevamente arrogante título de sacarla al pizarrón, el debate nacional se lleve a cabo a partir de sus conceptos, cifras e “indicadores de éxito”, los cuales se enmarcan dentro de su típica racionalidad instrumental en que el libre juego del mercado, el interés privado, la jibarización del Estado, la competencia y la privatización de los principales recursos del país, son los grandes fundamentos e inspiración de su gestión.
La intención del gobierno, de sus candidatos y de los partidos de derecha, es tratar de poner en el centro del foro-país algunos resultados positivos en lo macroeconómico, particularmente el crecimiento, la baja inflación, el mayor empleo y la entrega de bonos más o bonos menos.
“Enganchar” con este marco de discusión sería un gran error, porque lo que los ciudadanos de los diferentes sectores y estratos sociales de Chile quieren saber y discutir en la próxima campaña, está en íntima relación con los valores, principios, opciones y prioridades de acción que van a sustentar y definir el futuro modelo socio- económico, o para que no se molesten o pongan nerviosos algunos con la palabra modelo, con el tipo de desarrollo y el sentido que queremos darle al crecimiento del país.
Ello significa, para ser muy concretos, que las cifras positivas de crecimiento no son sinónimo de desarrollo ni mucho menos garantizan la equitativa disponibilidad de los mayores bienes y servicios ( el decil más pobre en Chile no recibe más del 2% del ingreso nacional, mientras que el decil más rico recibe en torno al 40%); que el rol plenipotenciario del mercado es opuesto radicalmente al bien común y al deber del Estado de intervenir con regulaciones efectivas y permanentes; que la mera competencia no es lo mismo que establecer políticas públicas que den prioridad a las demandas colectivas por sobre los grupos de intereses cuyo poder económico les permite usar dicha competencia en su beneficio; que el mayor empleo termina siendo una dádiva o una distractora cifra estadística, si no va acompañado de salarios realmente éticos.
En fin, que no es lo mismo gobernar un país con una real y efectiva participación de los ciudadanos y poniendo término a un perverso sistema binominal para elegir a los representantes de la comunidad en el Parlamento y así poder llevar a cabo reformas institucionales que claman al cielo.
Y si de pizarrón se trata, a quien hay que pasarle un gran pizarrón es al pueblo de Chile, para que allí escriba y proponga cuáles son las grandes transformaciones que esperan y anhelan con ansias.
Hay que llevar este gran pizarrón a lo largo del país para, tal cual ya lo anunció la ex presidenta, ir proponiendo, escuchando y registrando el resultado de esos encuentros y diálogos con la gente, de manera de que la impronta democrática se exprese en una real y sincera capacidad de acoger y encauzar con eficacia las principales reivindicaciones de los diversos sectores nacionales, especialmente de los más necesitados.
Sin embargo, para que este proceso culmine sin prestarse para dudas, manipulaciones y tergiversaciones, aún más, para que el futuro proyecto de país conste de una legitimidad inequívoca, debe otorgársele a las elecciones de este año un sentido plebiscitario, esto es, que sean los propios chilenos quienes se pronuncien en dicho acto electoral acerca de qué es lo que más desean para su futuro y quién los representa mejor en estas expectativas.
Y esto es válido no sólo para las candidaturas presidenciales, sino también para los aspirantes al Parlamento que, con absoluta claridad, deben decirles a los electores en qué posición están frente a los grandes temas; es oportunidad propicia para que algunos de ellos “salgan del closet”.
Después de algo más de dos décadas de iniciar la reconstrucción democrática del país, con muchos más logros que frustraciones, es el momento que los chilenos elijamos si queremos para nuestro futuro y el de nuestros hijos alcanzar una real equidad esperando que “chorree” del crecimiento que beneficia a una minoría o si vamos a construir la equidad entendiéndola como un concepto integral que abarca la pobreza, la distribución del ingreso, la movilidad social, el acceso a los beneficios del progreso y la participación en las decisiones.
Si vamos a seguir resignándonos a los “controles” que hacen de las ISAPRES el SERNAC y/o la Superintendencia de ISAPRES o bien vamos hacer una revisión y modificación profunda de su funcionamiento.
Si vamos a seguir simplemente observando las grandes ganancias de las bancos y AFP o bien vamos a regular ambas instituciones.
Si vamos a seguir con un sindicalismo casi inexistente y con normas laborales absolutamente insuficientes o bien vamos a crear condiciones para robustecer la organización sindical y llevar a cabo significativas reformas laborales (negociación colectiva).
Si la gran mayoría de la población va a seguir sufriendo por un sistema de salud insuficiente y/ o inalcanzable económicamente o bien el porcentaje del PIB invertido y gastado en salud va a ser equivalente al de lo países de la OCDE.
Si la política medioambiental va a seguir siendo un mero residuo de la dinámica del mercado o bien el Estado va asumir en ella un rol activo.
Si la educación va a seguir “avanzando a través de parches” o se va a implementar una reforma legal y administrativa que modifique sus cimientos; si queremos seguir solamente administrando un sistema democrático que a esta altura muestra severas imperfecciones o bien vamos a concretar reformas significativas que profundicen y amplíen social, económica , cultural y políticamente dicha democracia.
El país tiene una gran oportunidad, ojala no nos “pasemos de listos” engañándonos a nosotros mismos.