La Democracia Cristiana hoy está de pié. ¿Quién podría ponerlo en duda? Durante el período en que la Derecha ha estado en Gobierno ha sido capaz de hacer una oposición fuerte pero propositiva, presentando proyectos, escuchando a sus bases, fiscalizando sin importar ni temer al sujeto o al objeto de su investigación; manteniendo la cordura y propiciando la unión de la Oposición. Siempre a la altura de su desafío.
Para enfrentar el periodo difícil que sobreviene a una derrota y pérdida del poder central, no sólo jamás se quedó en llorar y culpar a sus socios –como ha sido la costumbre y muchas veces el sello-, sino que salió a la calle y fue capaz de cautivar otra vez a la ciudadanía, la que la prefirió en las últimas elecciones municipales, convirtiéndola en la fuerza política con más alcaldes del país.
Y si le quedan dudas, sólo recordar a sus dos pre candidatos presidenciales, quienes recorrieron el país con propuestas sociales sólidas y discurso propio. Tanto, que para dirimir quién sería el representante falangista a La Moneda, entre Ximena Rincón y Claudio Orrego, 60 mil chilenos fueron a las urnas, participando activamente de lo que podríamos llamar “un nuevo despertar de sus bases”.
¿Por qué –y contra todo pronóstico- ha sucedido esto? Porque los valores sociales cristianos tienen hoy una vigencia absoluta y lo será mientras se mantenga esa porfía de poner al Mercado o al Estado en el centro de la política y no a los hombres y mujeres, tal como creemos debiese ser.
La supuesta “libertad para emprender” o la opción de un “Estado Omnipresente” jamás serán garantías de un respeto a la humanidad. Eso sólo ocurre cuando el ser humano es medida de cada actuar, acción y decisión en política.
Por esta razón, y para el nuevo período que se aproxima, -con altas probabilidades de volver al poder central y aumentar nuestra participación-, no debemos temer ni acomplejarnos de quiénes somos y cómo pensamos. Jamás debemos intentar vestirnos con ropajes, doctrinas o discursos ajenos; menos aún perder la autonomía que nos ha hecho consecuentes, convocantes y siempre firmes en tiempos en que lo más cómodo habría sido la flojera, el miedo, la inacción o sólo la permanente crítica.
La Democracia Cristiana tiene hoy la obligación de seguir ahondando en su relación y jamás renunciar a consultar en sus bases; no reeditar jamás esas antiguas prácticas donde la falange estaba compuesta por las decisiones siempre inconsultas y casi secretas de la dirigencia, y que terminó por disgregarnos y alejar a tantas y tantos…
El desafío hoy es distinto porque la sociedad también lo es. Los valores cristianos que hemos empuñado por años deben renovarse: están vigentes, siguen vivos y lo seguirán siempre, pero debemos cambiar la óptica con que los abordamos. La familia es y sigue siendo el núcleo y la preocupación fundamental para una sociedad que quiere vivir en paz, pero no sólo la tradicional, sino en todas sus formas.
La economía debe mantener esas cifras sanas que se presentan con tanto orgullo y que nos destacan como país dentro del continente. Pero a su vez, debe ser capaz de compartirlas, no de acumularlas en los de siempre. Las políticas sociales no deben construirse a partir del cinismo del resultado, donde se asignan suplementos y bonos a las personas, luego se les reencuesta, aumentan su puntuación, mejoran los estándares y tras ese objetivo se les despojan de los beneficios y vuelven a ser pobres.
Los recursos naturales deben ser propios; la educación de calidad y gratuita para quienes no pueden; la salud una prioridad permanente, urgente, efectiva, digna y oportuna. Las pensiones el reflejo de una sociedad solidaria, que se base en un sistema inspirado en ese valor y que garantice un buen pasar de quienes ya cumplieron y con creces.
Podría seguir enumerando pero sólo quiero recordarles cuál es lo primordial en todo esto: las mujeres y hombres como centro, jamás como objetos de Mercado o Estado. He ahí la diferencia. ¡Allí radica la nuestra, la que nos convoca para seguir participando en política!
En los próximos días nuestro partido vivirá su proceso de elección interna. Frente a ella, esperaría que miles de democratacristianos participen, confirmando el buen período por el que estamos viviendo. Supimos mantenernos en pie y sólo eso ya debe ser motivo de orgullo. Participo en una lista, en aquella que cree en la autonomía, el amor a nuestros valores y en liderar procesos. No en ponerse detrás de otros discursos, ideas o fines. Tal vez habría sido más cómodo hacerlo, pero ceder a nuestras creencias significa morir un poco. Personalmente creo más en esa vanguardia de la DC que siempre la ha llevado a participar de los procesos sociales históricos; desde la reforma agraria, la recuperación de la democracia y dirigir los destinos de Chile.
Esa voluntad de proponer y alzar la voz es la que debe guiarnos siempre, porque aún hay mucho por decir. Es urgente. Es el futuro. Vamos por el.