Ya es común la afirmación de que los ciudadanos no creen y desconfían de sus representantes y sus clásicas instituciones –principalmente, de los partidos y del parlamento-. Mientras las élites políticas buscan fórmulas para impedir el “reventón social” y re-encantar a los electores, los ciudadanos han comenzado a indignarse y a movilizarse. Si la política institucional está debilitada, son los ciudadanos y sus iniciativas los que se ven obligados a recuperar sus cuotas de poder.
En este escenario, son diversas las formas que existen para hacer sentir sus demandas y sueños. Las calles y la abstención electoral son las que han dominado en el último tiempo. Y me pregunto ¿hay otras?
La respuesta es positiva. Quiero poner atención en una que tiene un potencial que pocos imaginan y que muchos no estarán dispuestos a usar como forma de lucha; aún cuando, griten a los cuatro vientos que quieren otro mundo. Me refiero al reciclaje y al trueque.
Reciclar, implica, en rigor que los objetos en uso no sólo vuelvan al “ciclo del uso-consumo”, sino también se consuman más tiempo de lo que habitualmente se hace. Trueque, a su vez, implica intercambiar objetos en función de necesidades concretas. En esa dirección, por tanto, hay que transformar el reciclaje y el truque en un arma política, en una forma de lucha silenciosa y desde abajo.
Hacia finales del siglo XIX el capitalismo de producción se transforma -como una manera de sobrevivir- en capitalismo de consumo. Desde entonces, el mundo capitalista se inundó de mercancías de todo tipo y para todos los bolsillos.Nos llenaron la vida con productos y servicios en su mayoría, inútiles. En esa lógica, somos de manera permanente seducidos por la imagen y la promesa mercantil de que por medio de los objetos y su consumo no sólo mejorará nuestra calidad de vida, sino también seremos felices.
En esta lógica el mercado y sus empresas trasladan la plaza pública al mall y transforman la participación social y política en participación consumista. Si no consumo, no existo. De este modo, el consumidor emerge como el actor fundamental de la historia neoliberal. El ciudadano ha sido doblegado y relegado a lugares secundarios.
Sin embargo, hoy ha vuelto a levantarse y a luchar por recuperar su sitial en la historia. El ciudadano está indignado. La asimetría capital-consumo y capital-trabajo ha colmado la paciencia.
La coyuntura es dual. En la mayoría de los casos es un sujeto anclado y preso del consumo y sus deudas asociadas. Es un ciudadano rodeado y abrumado por millones de objetos de consumo e interpelado a consumir y a seguir comprando objetos.
El capitalismo no puede dejar de producir autos, televisores, electrodomésticos, ropa –para eso inventó la moda-, tecnología y todas las mercancías que circulan en el bazar mundial. Las mercancías deben circular de modo recurrente; por tanto, deben ser vendidas y consumidas.
Si este ciclo se quiebra, el orden económico vigente colapsa. Para seguir produciendo hay que ampliar la demanda de modo incesante. Hay que abrir mercados y nichos. Hay que masificar el consumo.
Este es, por tanto, el contexto del re-nacer ciudadano. Este nuevo ciudadano, debe, en primer lugar, dominar su lado consumista y despertar su lado político. Está en sus manos decidir si quiere más modelo o menos modelo; si quiere una sociedad consumista y materialista o una sociedad solidaria y justa; si quiere, vivir para trabajar o trabajar para vivir; si quiere, destruir el medio ambiente o disfrutarlo; o, si quiere ser feliz desde el consumo y sus objetos o ser feliz desde la emoción.
Si el ciudadano está enajenado del poder político y doblegado por el capital y su aparato publicitario, debe –si le interesa- romper esta lógica y pasar a la ofensiva y ello implica atacar dónde más le duele al sistema económico vigente: en el consumo, en la demanda.
Entonces, ¿qué pasaría si decidieran no comprar ni consumir más de lo necesario?
¿Qué pasaría, si los consumidores de los países desarrollados no cambiaran sus autos cada dos años, si los ideólogos de la moda y el glamour no inventaran ropa y diseños a cada rato, si no cambiáramos el celular cada año o en vez de usar el auto –y consumir combustible fósil- usamos al bicicleta, si compramos menos televisores, si no nos dejáramos seducir por la ideología tecnológica que deja todo obsoleto en un par de meses, si no compramos más objetos producidos en condiciones de esclavitud como lo hacen las grandes marcas de la globalización?
Parar el modelo, por tanto, depende de reducir la demanda y comprar menos. Esto, sí le duele a la dominación económica vigente y su ordenamiento político. En ese escenario, obviamente, emergería una crisis. La crisis política no se haría esperar y los vientos de cambio estarían más cerca que hoy.
No necesitamos cambiar autos, televisores ni computadores cada dos o tres años; tampoco, los pantalones ni los muebles. Necesitamos, menos mercancías y más solidaridad.
Reciclar y fomentar el trueque es la tarea. No más cultura del desecho.
En definitiva, hay que transitar de la “libertad de elegir” hacia la “libertad de decidir”.
Lamentablemente, estoy seguro de que muchos indignados no están dispuestos. Y muchos otros, tampoco se bajarán de la 4×4 ni para ir al supermercado.