Durante la década de 1960 y hasta 1973, el país convivió con particular énfasis, desde un punto de vista político electoral, con el fenómeno conocido como el de los tres tercios. El de la izquierda, que iba desde el Partido Comunista y que incluía al Partido Socialista, y algunas vertientes escindidas de la Democracia Cristiana como el MAPU y la IC. Un sector de centro, constituido por la Democracia Cristiana y el Partido Radical. Finalmente un sector de derecha que devino en el Partido Nacional después del colapso de los partidos de derecha tradicionales en 1965.
De acuerdo a este esquema, la política en su dimensión electoral, tenía un paradigma central consistente en la aspiración de cada uno de estos sectores de imponerse a los dos restantes evitando concesiones o pactos.
El sistema resultó inconveniente, polarizó al país a niveles insoportables para su institucionalidad y particularmente la hizo colapsar al no existir un sistema de segunda vuelta en materia presidencial. La radicalización de las aspiraciones de cada bloque otorgó un dramatismo notable al quehacer político.
Los ideólogos del gobierno militar, imitando modelos foráneos, enfrentaron este problema sobre la base de establecer, por la imposición de un sistema electoral, dos bloques que serían los únicos que en real competencia disputarían el poder.
Desde 1989, el sistema comenzó su rodaje no exento de problemas, debido a que en el sector de la izquierda, el Partido Comunista, desplazado de la Concertación o auto desplazado, según quiera verse, formó un partido instrumental que se llamó P.A.I.S. Su resultado electoral fue malo y dicho grupo, incluyendo el partido Comunista, quedaron excluidos del sistema parlamentario y del bloque concertacionista, hasta que se llegó, por razones de práctica electoral, a pactar un modus vivendi que se tradujo en un complejo acuerdo político implícito en las segundas vueltas presidenciales y explícito, pero por omisión, en otras elecciones.
También el sistema sufrió un intento de ruptura de su diques con una candidatura en 1989 que se situó entre ambos denominada como de centro-centro, la que si bien obtuvo una cuota importante de votos y logró representación parlamentaria no pudo consolidarse a mediano plazo. El sistema duopólico probó su eficacia.
Surge la interrogante de si algunos nuevos hechos como la proliferación de candidaturas presidenciales, tendrán efectos en esta ingeniería electoral.
Se observa, en primer término, un acuerdo cada vez más explícito y formal con el Partido Comunista, como fórmula unitaria de la oposición.Sin dejar de reconocer que el Partido Comunista no es ni la sombra en sus planteamientos al de la década del 60, no es menos cierto que sus posturas valóricas, económicas y sociales lo sitúan en este nuevo pacto en el extremo opuesto al de la Democracia Cristiana.
La Democracia Cristiana si el PC ingresa al pacto político, pasa a ser una de cinco, en el que probablemente los otros cuatro obrarán más o menos por afinidad en su contra. Este proceso de acercamiento comenzó en la elección presidencial de 1999, con acuerdos no explícitos para la segunda vuelta electoral. A ello hay que agregar que hubo desde 1989 una sostenida política de la DC de subvencionar a la izquierda concertacionista.
Además, la DC continuando con su política neo-desarrollista, adaptada al neoliberalismo, ocultó su naturaleza y esencia y optó por desconocer los acuerdos del V Congreso del Partido Demócrata Cristiano, congreso que había definido materias filosóficas, sociales, educacionales, previsionales y valóricas que eran casi revolucionarias ante el actual estado de cosas.
Por su parte en la derecha, bajo la apariencia de una unidad acicateada por el éxito del abanderado de su sector en la última elección presidencial, no dejan de aflorar cada vez con mayor fuerza subsectores que marcan profundas diferencias especialmente entre los que se acomodan plácidamente en una aplicación del modelo económico oligopólico – asistencialista que les resulta funcional, con el apoyo de la burocracia gubernamental y otro que observa que hay un sector de la sociedad que si no es representado por ellos con un discurso novedoso y creíble, los hará sólo ilusionarse en vano con acceder a un nuevo período que extienda lo hecho por Piñera.
Hace más de 40 años la segunda vuelta presidencial formaba parte de una teoría constitucional. Hoy en cambio es parte de una realidad cotidiana que probablemente se vaya acentuando, para que los ciudadanos en primera vuelta puedan realmente ejercer su opción política.
Ya se levantan voces que señalan que la Concertación podría ir en listas separadas para la elección parlamentaria y seguramente otras sorpresas nos deparará el conglomerado en los próximos meses en torno a estas materias y desde luego habrá que estar atento a si funciona el mecanismo de primarias tan funcional al duopolio.
Lo que resulta absolutamente claro es que el sistema actual –el duopolio Concertación y Alianza- es un paradigma que si bien ya no se ve como tan valorado y ha terminado no juntando necesariamente a los afines, se ha erigido en un medio eficaz para disputar el poder político y no hay sombras que lo afecten en el corto plazo.
Es posible que el silencio de Bachelet tenga que ver con esta problemática.Se trataría de un silencio inteligente, justificado, maduro y necesario, además, por el bajo nivel de la discusión política que aún no logra situarse en materias de fondo que tengan que ver con las cuotas de poder en la sociedad chilena.