23 dic 2012

(In)equidad a la carta

Hugo Gómez
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Son buenos los tiempos que hoy se viven, en términos de la discusión en materia educacional. El descontento social respecto a cualquier tema, siempre será una instancia propicia para el surgimiento de nuevas ideas. Y es con las nuevas ideas con las cuales se mejora el estado de las cosas.

Ante una sociedad descontenta, el gobierno de turno debe responder. Y hasta el momento lo ha hecho, es más, el gobierno de turno está conciente del poder de una sociedad articulada, ya que ésta puede eventualmente dar vuelta una elección. Aún con todo lo anterior, falta mucho por hacer y los esfuerzos realizados hasta el momento son exiguos.

Bajo este contexto de ideas, se están llevando a cabo programas para insertar en la educación superior a estudiantes vulnerables, que posean excelencia académica, y que provengan de liceos municipales.

Es por esto que las dos universidades más importantes del sistema (Universidad de Chile, y Pontificia Universidad Católica de Chile) han implementado sus autodenominados programas de equidad.

El de la Universidad de Chile se llama Sistema de Ingreso Prioritario de Equidad Educativa (SIPEE), el cual va enfocado a alumnos de establecimientos municipales, pertenecientes a los tres primeros quintiles de ingresos, con un mínimo de postulación de 600 puntos PSU para alguna de las 40 carreras del programa, y 650 puntos para carreras más competitivas (Derecho, Medicina, Odontología, Ingeniería Comercial y el programa de Ingeniería Civil Plan Común). En total son cerca de 370 cupos.

Por su parte, la Universidad Católica, en el marco de su política de inclusión, contempla vías especiales de admisión, entre las cuales destacan, vacantes cupos supernumerarios BEA, Programa de talento e inclusión UC, Sistema de admisión especial para alumnos con discapacidad, y Admisión especial para artistas, científicos, y deportistas destacados.

Lo anterior nos podría llevar a pensar que los esfuerzos están en la dirección correcta, ya que son iniciativas plausibles y tienen toda la intencionalidad de reducir la inequidad, pero al darle una que otra vuelta al asunto, se evidencia que estos programas pueden ser tanto o más dañinos para la educación superior en el largo plazo, porque reconocen, reproducen, y perpetúan las profundas inequidades en el sistema de ingreso a la educación superior.

Reconocen, porque se identifica que este sistema educacional no está promoviendo la movilidad social que debiera.

Reproducen, porque da el puntapié para que las otras universidades del sistema imiten el modelo, en pos de mejorar su posición competitiva de cara a la sociedad,similar a la importancia que tiene la Responsabilidad Social Empresarial, como indicador de preocupación por la sociedad.

Perpetúan, porque bien se sabe que el estado de las cosas no cambia sin una transformación radical, y que no se malentienda, lo radical tiene que ver con la raíz, no con cambios de la noche a la mañana. Hay que ir a la raíz del árbol y no a sus ramas.

Cuando hay universidades que son pioneras y líderes, tienen una tremenda responsabilidad, porque cualquier iniciativa que implementen, puede ser vista como un benchmark para las otras universidades del sistema, y se querrán imitar sin duda, para escalar en los rankings. Porque claro, en un mercado tan competitivo y dinámico como el de la educación superior, el seguir al líder suma puntos para los indicadores de calidad.

Por si fuera poco, estos sistemas de ingreso consideran sólo una parte del universo estudiantil. Y equidad significa precisamente lo contrario, es decir que alumnos –sean considerados vulnerables o no- tengan la posibilidad a optar a estos programas.

Haciendo un parangón socioeconómico, estos programas son como los beneficios que se otorgan a los más pobres, dejando de lado a la mayoritaria clase media.

Otra de las preguntas que no se han hecho al considerar estos sistemas de acceso, es la eventual frustración de los estudiantes que, perteneciendo a los mismos quintiles y teniendo un similar puntaje que un alumno que sí ingresa, no puede hacerlo. Al final del día, se le incorpora un elemento más de subjetividad en la selección, lo cual provoca confusión, y una eventual frustración en el resto del alumnado de similares características que el beneficiado.

Esta idea de equidad educativa, implica que los cambios deben ir en la dirección de otorgar a los candidatos, la oportunidad de competir en igualdad de condiciones, para que, en un futuro, cuando tengan que rendir algún test de selección –ya sea la PSU o el instrumento que esté vigente- los candidatos pasen todos por el mismo filtro, pero con la satisfacción de haber experimentado las mismas pruebas.

Si se quiere realizar un verdadero cambio de carácter equitativo, éstos deben ser estructurales. De este modo, se estaría atacando el problema desde la raíz, y no se incurrirían en soluciones de parche, que no hacen más que validar el actual modelo.

La reflexión final es a pensar los cambios estructurales, que tanto necesitamos como sociedad.

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  • RuizMnica

    Me parece bien la idea. Las Univesidades que han vivido el proceso de la acreditación pueden sacar sus propias conclusiones determinar cómo se repara lo que no han dado resultado. Universidades tradicionales fueron echando raíces de a poco han ejercido su labor de enseñanza en distintas eras se han reforzado de generación en generación . Han experimentado cambios necesarios para una sociedad dinámica cambiante. No podemos pretender que universidades novatas en materia de enseñanza y formación , hagan este ejercicio en tan poco tiempo, y peor aún llegar a tener una cantidad de alumnos que no hace más que sospechar que la cuestión no se está haciendo bien.