Oscar Wilde decía que “la experiencia es el nombre que les damos a nuestros errores”. La frase me recordó uno de los aprendizajes que deja el ciclo político actual a la centro derecha en relación con los conflictos de intereses.
Para nadie es una incógnita que la forma en que esta problemática fue abordada por Sebastián Piñera durante los primeros años de su gobierno dejó mucho que desear, y que ello le significó daños a su capital político y a la credibilidad de su presidencia.
Para José Zalaquett, los conflictos de intereses debe conceptualizarse “… como la existencia de situaciones de riesgo objetivo para los intereses públicos o los intereses de determinado colectivo porque una persona (funcionario público o agente privado) que se encuentra sometida al deber fiduciario de velar por tales intereses, mantiene, a la vez, cargos, intereses o relaciones de carácter privado (excepcionalmente, también de carácter público) que le generan el incentivo de favorecer éstos en desmedro o por encima de aquéllos; es decir, un conflicto de interés no es un hecho sino que una situación objetiva, independiente a la calidad moral de la persona involucrada.” Por tanto, corresponden a realidades objetivas que son exógenas a la subjetividad del individuo y que no tienen nada que ver con juicios de reputación que ostenta una determinada persona por la forma en que ha conducido sus relaciones privadas y públicas en el pasado.
Ahora bien, producto del impacto negativo que gatilló la renuncia del Ministro Teodoro Ribera al gobierno, a Renovación Nacional y a la Coalición por el Cambio, unido al hecho que hace poco partió la carrera presidencial en la centroderecha, creo importante traer el tema de los conflictos de intereses a colación, pues la administración de los mismos será clave en las precandidaturas de Andrés Allamand y Laurence Golborne.
Si analizamos las situaciones de riesgo objetivo a que se refiere José Zalaquett parecieran estár mucho más presentes en la opción de Golborne que en la de Allamand. Basta contrastar las entrevistas dadas por ambos en el programa Tolerancia Cero y en analizar otras decisiones adoptadas por ambos desde que partió la campaña presidencial.
En efecto, una de las preguntas que se le efectuaron a Golborne dijo relación con la conocida y bastante verosímil versión de que él habría aceptado la vicepresidencia ejecutiva de HidroAysén antes de transformarse en ministro. Aunque él lo negó rotundamente, esta circunstancia deja instalada una duda importante que le resta credibilidad frente al electorado para tener una postura imparcial frente a una muy relevante problemática pública.
En cambio, Allamand, al poseer mucho más independencia que Golborne, pudo declarar abiertamente que “HidroAysén está muerto, no es un proyecto viable”, y que buscará un acuerdo nacional para solucionar este problema.
Por otro lado, Golborne designó como jefe de su programa de gobierno a José Ramón Valente quien fue miembro de la junta directiva de la Universidad Santo Tomás, que actualmente esta siendo investigada por la Fiscalía Oriente por los contratos de asesorías que supuestamente firmó con Eugenio Díaz cuando éste era presidente y consejero de la entidad que las evaluaba: la Comisión Nacional de Acreditación (CNA).
Allamand en cambio nombró como vocera a la abogada y ex-ministra de Bienes Nacionales Catalina Parot, quien es una militante de Renovación Nacional que ha dedicado parte importante de su vida al servicio público y que en materia de conflictos de intereses es una figura muy poca riesgosa.
La dicotomía es clara. El oficialismo tendrá que optar entre un político experimentado, libre de conflictos de interés y que entiende la naturaleza de los problemas públicos, o un gerente carismático curtido principalmente por una experiencia en el mundo privado que viene cargada con más de un conflicto de interés.
Entre un postulante que ya está siendo nominado como el de la tasa máxima convencional (MEO lo señaló así en CNN Chile) u otro que no posee riesgo objetivo en este aspecto, la elección no es para nada banal.
Ojalá que esta vez los errores del pasado sirvan de algo.