Mi columna “Abstención y Democracia” provocó algunos interesantes comentarios, que me han llevado a una segunda reflexión sobre la materia.
Sin duda que es preocupante que muchos se abstengan de participar en política, más aún cuando se trata de algo tan básico y esencial como ejercer el derecho democrático a votar.
Aun cuando el foco central de mi análisis al respecto no ha sido desde una perspectiva valórica, no he opinado, ni opino, que deba aceptarse a-críticamente la abstención, menos aún entre los jóvenes.
Examinado desde una perspectiva ética cívico-democrática, votar no es solamente un derecho sino también un deber político.
Ello no obsta a que se analicen objetivamente los datos sobre abstención, se expliquen las variadas razones por qué ocurre este fenómeno y se diseñen y adopten medidas para que los ciudadanos valoren y participen efectivamente en política, especialmente los más jóvenes, a quienes pertenece el futuro.
Por cierto, conspiran contra tales buenas intenciones ciertas características de la política chilena actual, que denotan una alta tendencia al conflicto acompañada de serias dificultades para alcanzar consensos básicos, lo que puede conducir a la polarización; intensas contiendas político-partidarias, ideológicas y personales entre dirigentes políticos, incluso de un mismo sector; carencias en cuanto a definir lo que constituye el bien común; intereses económicos altamente contrapuestos, entre otras características.
Considero que es difícil convocar a la actividad y a la participación política cuando muchas veces ella termina por quedar básicamente reducida a una ardua, a veces mera y dura contienda por el poder.
La altísima dificultad de la política chilena y la mala calidad de sus prácticas- que todos reconocen- desalienta a quienes, con toda buena intención, están dispuestos a considerar una participación política activa en sus niveles más exigentes, fenómeno especialmente notorio entre los jóvenes, y los no tan jóvenes.
Numerosas encuestas de opinión pública han develado una y otra vez aquello a que me refiero: el deterioro de la confianza, la credibilidad y el prestigio de la política, de los políticos, los partidos políticos y las instituciones.
Ante tal situación, opino que en el sistema educacional chileno debiera existir formación para una cultura política democrática, aquello que antes se denominaba “educación cívica”.
Pienso que esa formación debiera incluir, entre otros aspectos, la defensa de la política como una actividad digna e importante; el régimen político democrático, su naturaleza, su conexión con el respeto y defensa de la dignidad y derechos de la persona humana; sus características esenciales; sus derechos, deberes, instituciones y procedimientos.
Se trata en definitiva de valorar e impulsar la participación política democrática en cualquiera de sus niveles, desde aquellos más exigentes, como ser militante de un partido político, dirigente, candidato, representante, a aquellos más simples como informarse de la política, formarse una opinión, expresarla con respeto a la de otros, votar en las elecciones.
Los detalles, contenidos específicos y estrategias pedagógicas de la formación destinada a instalar, reforzar y desarrollar una cultura política democrática debieran ser ampliamente discutidos y consensuados entre los políticos, los partidos políticos, las instituciones, el ministerio de Educación, el magisterio, los dirigentes sociales.
Un rol central en la iniciativa que propongo debiera ser asumido, a mi juicio, por ambas Cámaras de nuestro Congreso Nacional.
Considero que no hacer algo respecto de la tendencia abstencionista demostrada en las últimas elecciones municipales puede llevar a un incremento ya no solo de la abstención misma sino que de la indiferencia y el rechazo a la política.
Y ello constituiría una muy mala señal para la vida de interrelación política organizada democráticamente.