Algunos creían que el marxismo -como metodología de análisis de la realidad- había quedado obsoleto definitivamente con la caída del muro de Berlín. O que está confinado a una reliquia del pasado y que solo se estudia en algunas universidades norteamericanas y europeas, en un intento sistémico por comprender un pasado turbulento. Y por supuesto, el Partido Socialista de Chile lo sigue considerando el “más importante instrumento de análisis de la realidad”, aunque lo haya dejado de usar desde el retorno a la democracia.
La visión académica comprende que Marx se ha convertido en un clásico. El más importante -ha sostenido el historiador inglés Collinwood- de la historia económica occidental. Y cómo no serlo, para alguien que pasó su vida estudiando y discutiendo con los fundadores de la economía clásica, las consecuencias del capitalismo.
En gran medida el paradigma básico está plenamente vigente: hombres vivos, división del trabajo, propiedad privada, estructura salarial, identidad social, siguen siendo vectores centrales del análisis de clase, que parte del conflicto estructural entre capital y trabajo en las sociedades capitalistas. Su mensaje histórico central ha sido una redistribución de los beneficios y las cargas.
Este paradigma de manual puede explicar la desigualdad social del país como consecuencia de la reorganización económica producida en la dictadura. Afirma que su larga vigencia se manifiesta como resultado de un consenso político, donde la izquierda pagó un alto precio. Además, previene sobre el choque entre capitalismo excesivo y democracia sustantiva. A fin de cuentas, la mayoría de la población pertenece a la clase trabajadora, nos recuerda.
El análisis de clase es pertinente en una sociedad tan desigual como la chilena. No es casual que la privatización extrema de lo considerado público se ponga en cuestión por estudiantes que reclaman una democracia más sustantiva. También permite poner en evidencia el lugar y las condiciones de vida de amplios sectores de la población, y explica por qué esta realidad proviene del modo de producción adoptado y la redistribución aceptada por el sistema político. En consecuencia, el conflicto está instalado a gran escala social y la Concertación solo lo encauzó, lo redujo o lo domesticó.
Con todo, el análisis de clase es insuficiente. Sabemos que en su versión soviética, el marxismo sirvió para organizar toda la economía desde el Estado.A pesar de que Marx había sostenido que el Estado debería desaparecer para permitir una sociedad de productores, algo que jamás consideró el marxismo oficial soviético.
Por el contrario, edificó en su nombre un sistema totalitario que anuló totalmente a la sociedad civil. El marxismo en su versión leninista, ha testimoniado Kolakowski, “buscó monopolizar todas las facetas de la vida humana” y construyó una sociedad dividida en dos clases: los opresores privilegiados y las masas explotadas. Fue la etapa del marxismo perezoso, como había dicho Sartre, porque tenía una explicación sencilla para todo.
El marxismo que subsiste se encuentra ante realidades nuevas y complejas, como la aceptación universal de la democracia como régimen legítimo, el respeto universal a los derechos humanos y la sustentabilidad ambiental como condiciones que hacen posible la vida política moderna. Sigue siendo un tópico en la tradición marxista el hecho que se conozca muy poco del rol del Estado en los escritos de Marx.
Hobsbawm creyó haber aportado a este vacío conceptual acudiendo a Gramsci.Después de todo, la reflexión de Marx es acerca de los modos de producción y no de historia política, la que concebía como producto no material del modo de producción.
Gramsci realizó dos críticas centrales a la tradición marxista. La primera contra el determinismo económico en desmedro de las ideas políticas y la segunda contra el mecanicismo relacional entre la infraestructura y la superestructura, que niega a los individuos la capacidad de intervenir en la historia.
La idea gramsciana de que la conciencia individual y colectiva puede convertir al hombre en un sujeto activo en la historia, es un giro en la tradición marxista. Un desplazamiento de la economía hacia la política. Esto explica por qué un historiador marxista como Hobsbawm considere la suma de aspectos políticos, culturales, sociales e ideológicos a los económicos en la explicación de las relaciones sociales de producción. Ha sido la manera como este historiador ha presentado la historia europea y mundial.
Hobsbawm mismo pertenece a lo que se denomina el marxismo culturalista por oposición al marxismo estructuralista, que representaría Wallerstein. El primero es inglés, con renovadas interpretaciones de la lucha de clases entendida como un conflicto cultural, y el segundo, un norteamericano con una vuelta al determinismo económico impulsado por el capitalismo global.
Lo que pasa con Marx es que sigue siendo el teórico más relevante de la izquierda mundial. Aunque para muchos solo sea un punto de partida.