Las elecciones del pasado domingo tuvieron, sin duda, dos grandes protagonistas, la abstención y el triunfo de mujeres en comunas emblemáticas.
Por razones muy diversas millones de chilenos no fueron a expresar sus preferencias, restándose de este proceso cívico. Explicaciones respecto de las razones de esta baja participación hay muchas. Desencanto, escasa competencia, poca renovación de estilos, falta de soluciones reales, individualismo, poca educación cívica, carencia de programas atractivos, entre muchas otras.
Es una gran tarea para quienes somos representantes populares hacernos cargo de este fenómeno, procurar explicarlo y sacar conclusiones que permitan desentrañar el profundo y rotundo mensaje de apatía del electorado y buscar correcciones que recuperen la confianza e interés de la ciudadanía en algo tan relevante como elegir sus autoridades.
Pero esta mala noticia se ha visto opacada por el brillante desempeño electoral de las mujeres que postularon como candidatas a alcaldesas y concejalas a lo largo del país.
Sobre todo con el triunfo de mujeres elegidas alcaldesas en comunas emblemáticas, donde durante años gobernaron alcaldes que parecían inderrotables. El triunfo de Carolina Tohá en Santiago, el de Josefa Errázuriz en Providencia y Maya Fernández en Ñuñoa demostró la fuerza y credibilidad que los liderazgos de mujeres tienen en la sociedad chilena.
Todo esto pese a la resistencia de los partidos políticos a abrir espacios a más mujeres en elecciones de representación popular. Esto quedó reflejado en el retroceso en el numero de candidatas mujeres 14,4%, en comparación con el 17,5% del año 2008.
La elección de la Presidenta Michelle Bachelet significó un hito en nuestra democracia, al ser la primera vez que una mujer llegaba a La Moneda. Era el peldaño más alto de una larga lucha de las mujeres por incorporarse plenamente a la sociedad, primero en el ámbito educacional, luego en lo laboral y social, donde las dirigentes sociales mujeres son hoy una parte muy relevante del total. Más tarde comenzó su acceso al quehacer público, como autoridades locales, parlamentarias, magistradas, ministras hasta llegar a la primera Magistratura de la nación.
Chile marcha muy rezagado en esta materia. Desde luego muy lejos de los estados más avanzados, como algunos europeos y fundamentalmente los países nórdicos en que la representación de las mujeres supera el 40%, pero también por detrás de países latinoamericanos.
Mientras en Chile las mujeres en el Parlamento son el 12%, el promedio mundial es 16%. Y el del continente americano es aún más alto, un 20%, existiendo casos muy notables como Argentina, en que las mujeres en el Congreso Nacional llegan al 36%.
Si consideramos que los estudios muestran que en nuestro país en cada elección la proporción de mujeres mejora un 2%, recién el año 3000 llegaríamos al nivel del vecino país. Es mucho tiempo. Debemos mejorar estos indicadores.
Para ello es imprescindible impulsar un cambio cultural que ponga de manifiesto la importancia de postular y elegir mujeres como una muestra de igualdad en nuestra sociedad y como un factor de enriquecimiento de la actividad pública.
Ello requiere la voluntad de los partidos y pactos y debe ser apoyado con una ley de cuotas, que obligue a presentar más mujeres de candidatas.
No hay excusas, las mujeres han demostrado que son competitivas como quedó demostrado con la gran cantidad de alcaldesas y concejalas elegidas.
Es un tema que debe preocuparnos del mismo modo que la abstención. Los países que avanzan y se desarrollan han incorporado con fuerza a la mujer en todos los ámbitos.
Eso no sólo es, en lo simbólico, una muestra de igualdad de oportunidades, sino que significa para la sociedad contar con la mirada femenina en la construcción de la vida del país, complementando visiones y mejorando el debate y las decisiones.