Conviene analizar las cifras preliminares del tan mentado, y al parecer inesperado, alto nivel de abstención en las elecciones municipales 2012.
Desde luego, tan inesperado no debiera haber sido puesto que en el Chile pos dictadura, desde las elecciones municipales del año 1992, los porcentajes de abstención en tales eventos electorales han venido aumentando sistemáticamente: 21% (1992), 26% (1996), 31% (2000), 42% (2008).
De modo que el porcentaje de entre 55% o 60% de abstención para las elecciones municipales 2012, si bien es muy alto, no es tan anómalo, cuando se considera, además, que en esta ocasión abstenerse de votar no incluía algún riesgo de multa u otra sanción legal.
El derecho de votar es, desde luego, un derecho. No irrenunciable. Si bien constituye un deber ético, como tal se puede cumplir o no. Así, una persona, por múltiples razones, puede, libremente, elegir no elegir y optar por no votar.
Las explicaciones del por qué una persona hace tal opción son numerosas y convendría agregar al debate sobre la materia algunas otras menos evidentes pero también plausibles.
Por ejemplo, puede ser que en la cultura chilena, tan marcadamente política, a medida que el régimen democrático se perfeccione, se estabilice y consolide, muchas personas dejen de considerar la política, los políticos, las instituciones políticas y las elecciones como algo tan importante.
Por otra parte, la política chilena, también en el nivel local, es compleja, conflictiva, difícil de decodificar, salvo que una persona tenga una opción definida desde siempre y desde la pasión, cosa que suele ocurrir en política y en el fútbol, dicho sea de paso.
Sin embargo, para la mayoría de la población, informarse, decodificar, conocer los candidatos, sus programas, evaluar, formarse una opinión política, requiere de mucho tiempo. Y en la vida existen un sinnúmero de cosas escasas, pero una de las más escasas de todas es el tiempo.
Por ende, una persona puede, legítimamente a mi juicio, optar por utilizar su tiempo en otros aspectos de la vida que la política, en asuntos que considere más satisfactorios o relevantes, tales como su matrimonio, sus hijos, su familia, el trabajo, el estudio, la lectura, la música, el deporte, el descanso.
Puede ocurrir también que aquellos ciudadanos más conscientes de los deberes que implica ser un votante informado no tengan la paciencia ni la voluntad de informarse y entonces decidan abstenerse de votar.
Al respecto, puede argumentarse que, en democracia, un votante no informado haría bien, sería éticamente correcto, que se abstuviera de votar.
Tampoco se puede desconocer o minus valorar la opinión del ciudadano común, que no participa en partidos o grupos políticos, que no es candidato a nada, y que al momento de ponderar si votar o no concluye que el suyo es solamente eso, un voto y nada más que un voto, el cual, individualmente considerado, no define mucho ni tiene capacidad para influir eficazmente en algo.
Por cierto, anoto que no estoy desarrollando una especie de apología de la abstención, pero, que exista un tan alto porcentaje de la misma –ojala que ello no ocurra en las elecciones venideras- no necesariamente niega legitimidad al régimen político democrático, como planteó el Presidente Sebastián Piñera E.
En mi opinión, la relación entre abstención y legitimidad de la democracia es compleja y ameritaría un análisis pormenorizado y más extenso.
Por ejemplo, puede argumentarse que en los tiempos actuales, más que la abstención, lo que deslegitima al régimen político democrático es una cierta incapacidad de los políticos, los partidos y las instituciones de funcionar bien, definir los problemas más relevantes para los ciudadanos, diseñar soluciones y articular y agregar los apoyos necesarios para aprobar e implementar con éxito las políticas públicas respectivas.
En mi opinión, en último término, si un porcentaje relativamente alto de ciudadanos no vota, un régimen político democrático que sea estable, consolidado y eficaz no se derrumbará.
Y la política, las elecciones, los políticos, los partidos continuarán siendo una parte –aunque no tan importante- de nuestras vidas y de la vida en sociedad.