Considero que, por regla general, en nuestro Chile, lo que motiva centralmente a las personas, a las empresas, a las agrupaciones de trabajadores, a los políticos y partidos, a los grupos ciudadanos, etcétera, son intereses de carácter limitado.
Limitados en cuanto están orientados desde solamente los propios intereses económicos, ideologías y demandas, sin consideración a las de otros y del país.
Claro que reconozco que eso ha sido así, es así y será así. Nada demasiado nuevo bajo el sol en esto, sea en Chile o en otros países.
La gratuidad, la generosidad, la solidaridad, la consideración por los otros, la apertura a las ideas, intereses y demandas que no sean las propias, son excepcionales en la sociedad. No tienen mucho espacio ni grandes expresiones que sean permanentes y de mayor alcance.
El problema, a mi juicio, reside en que el sólo interés propio que hoy motiva a la mayoría puede llevar a marginar o excluir segmentos sustantivos de la población y debilitar aún más a un ya débil régimen político democrático.
La marginación a que aludo no siempre ocurre – aunque entre nosotros tiende a suceder – porque si bien las economías de mercado privilegian la competencia y lo que algunos consideran la ganancia legítima y otros el detestable lucro, tienen como uno de sus objetivos centrales incorporar a más sectores de la población, no marginarlos.
No por motivos altruistas, sino porque les conviene que así sea, las economías de mercado están interesadas en que ingrese más gente en sus redes, que se incluyan más personas.
La globalización económica actual tiene precisamente como su motor principal la ampliación del mercado y la expansión del número de potenciales consumidores, no su reducción – las grandes empresas informáticas globales son un caso preclaro al respecto.
Algo de aquello ha ocurrido y está ocurriendo en Chile.
Así, es probable que los resultados finales del reciente censo nacional nos mostrarán que muchos chilenos, incluso entre los considerados como excluidos o marginados, se han incorporado al consumo de bienes más sofisticados, como refrigeradores, computadores, celulares, televisores plasma o LCD y también a servicios de educación media, técnica y superior, salud, vivienda y otros.
Por cierto, todo lo anterior no significa desconocer lo que es un hecho: la desigual distribución del ingreso y la concentración de la riqueza en una minoría de la población.
Pero, junto a la existencia persistente de un sector de la población en situación precaria, de pobreza o incluso indigencia, pueden detectarse sectores más acomodados -en el sentido de tener medios económicos suficientes- que hace una o dos décadas atrás.
Pienso que en el caso de Chile más que la marginación lo que destaca es la división que existe, se ha profundizado, y que es no sólo socio-económica sino que de carácter más profundo, socio-cultural.
Y opino que tal división proviene de las diferencias en la educación recibida y la cultura -actitudes, conductas- de las personas.
Tales diferencias se expresan de muchas maneras y dividen a los chilenos de un sector minoritario (alto y medio-alto) de otros mayoritarios (medio, medio-bajo y bajo), por orígenes, apellidos, contactos familiares, sociales, políticos, vocabulario disponible, lenguaje utilizado, estilos de vida, lugar en que se vive, conocimientos, y un extenso etcétera.
Esa división permite o más bien obliga a plantear una pregunta corta y punzante: ¿es Chile un país?
Y sugiero, desde un punto de vista politológico, que la respuesta es no.
Más allá de una cada vez más huidiza y difusa unidad esencial en la diversidad, no existe un país/nación llamado Chile, sino varios “Chiles” y la razón de ello se puede encontrar en las evidentes desigualdades económico-sociales y en las variables socio-culturales antes aludidas.
Por otra parte, considero difícil actualmente hacer de Chile un país. Porque en lo hecho, y en lo que queda por hacer al respecto, el Estado ha jugado un rol si bien no único, muy crucial, determinante.
Al respecto, percibo que lo que hoy prevalece son conflictos divisivos intensos entre los políticos, el gobierno, la(s) oposición(es), los partidos políticos, las coaliciones de partidos, las instituciones, que dificultan sino impiden enfrentar los problemas y definir una agenda con sentido de país, para hoy y el futuro.
Y ello ocurre precisamente entre quienes pueden y deben continuar la tarea inconclusa de organizar, representar, articular, agregar, definir y adoptar políticas públicas específicas, consensuadas, que hagan eficaz al Estado como principal constructor de éste, nuestro país, llamado Chile.