Cuesta imaginar que el próximo año acudamos a las urnas para elegir diputados y senadores con el mismo sistema electoral viciado que hoy existe, y que es la fuente de muchas de las malas prácticas políticas en nuestro país. Terminar con el binominal es un asunto crucial para mejorar el régimen democrático, elevar la calidad de la política y conseguir que el Congreso Nacional se convierta en una institución que inspire respeto a los ciudadanos.
La cerrada defensa del binominal por parte de la UDI demuestra que el sistema es la última trinchera diseñada por los ideólogos de la “democracia protegida”, entre ellos los fundadores de la UDI. Si se ha mantenido hasta hoy se debe a que esos ideólogos fijaron el requisito de una super mayoría parlamentaria para cambiarlo, super mayoría que la Concertación no tuvo ni siquiera en los años en que contó con un respaldo electoral muy superior al de la derecha (las elecciones de 1989 y 1993).
En otras palabras, hemos vivido dentro de un círculo vicioso perfecto: el sistema no se ha podido cambiar porque no ha habido votos suficientes en el Parlamento, y no ha habido votos suficientes porque el binominal lo impide al establecer el empate artificial (ya se sabe: 35% y 65% eligen igualmente un cargo).
¿Se ha modificado el cuadro político en comparación con la situación de las últimas dos décadas?
En parte, sí. Un sector de la derecha entiende que el binominal no da para más, lo que se refleja dentro de RN, el partido del Presidente de la República. En enero de este año, Carlos Larraín, presidente de RN, suscribió un acuerdo con Ignacio Walker, presidente de la DC, en uno de cuyos puntos se postulaba establecer “un sistema electoral proporcional corregido, que permita ampliar sustancialmente la representatividad”.
En tal contexto, fue muy lamentable que los diputados Rodrigo González (PPD), Cristina Girardi (PPD), Hugo Gutiérrez (PC) y Fuad Chahín (DC) no estuvieran presentes en la Cámara en la sesión del 3 de julio en que se votó el proyecto que modificaba el artículo 18 de la Constitución precisando que “en las elecciones de diputados y senadores se empleará un procedimiento que dé por resultado una efectiva proporcionalidad en la representación popular, así como una adecuada representación de las regiones del país”.
Además, se remplazaba el artículo 47, que establece que la Cámara está integrada por 120 diputados, por el siguiente: “La Cámara de Diputados está integrada por miembros elegidos en votación directa por distritos electorales. La ley orgánica constitucional respectiva determinará el número de diputados, los distritos electorales y la forma de su elección. La Cámara de Diputados se renovará en su totalidad cada cuatro años”.
El proyecto requería un quórum de aprobación de 71 diputados, pero obtuvo 67 votos a favor, 36 en contra y 4 abstenciones. O sea, faltaron cuatro votos, exactamente los de los diputados concertacionistas ausentes (solo Chahín tenía una excusa valedera por estar de duelo). En contraste, 9 diputados de RN, encabezados por Cristián Monckeberg, votaron a favor de la propuesta.
¿Qué pasaría si Piñera se convence de que no puede concluir su mandato presidencial en marzo de 2014 sin haberse empeñado a fondo para reemplazar el sistema binominal por otro de factura claramente democrática?
Probablemente, se crearían condiciones para que RN venciera los temores que todavía exhiben algunos de sus parlamentarios y se generaría un clima nacional ampliamente favorable para la reforma. Esto volvería insostenible la posición de la UDI, dictada por un indisimulado cálculo de conveniencias electorales.
Si la reforma se concreta con la participación activa de Piñera, ello será valorado por la mayoría del país como un logro institucional de su gestión. Por el contrario, si él opta por la abstención, por temor a un quiebre de la alianza gobernante, en los hechos abdicará de su deber de favorecer el interés nacional.
Los ministros-candidatos hasta el momento miran hacia otro lado respecto del más importante asunto político que requiere una solución. Es obvio que no pueden aspirar a ser líderes nacionales sin tener un juicio propio sobre el futuro de nuestra democracia.
¿Qué opina Golborne? Nada coherente. No se compromete. Se limita a sonreír.
¿Qué opina Longueira? Nunca como hoy estuvo tan interesado en demostrar que es un militante disciplinado, pues no pierde la esperanza de ser proclamado candidato presidencial de su partido.
¿Qué piensa Allamand? Quizás es él quien podría marcar la diferencia, sobre todo si la idea de la reforma ha ganado terreno en RN e incluso Hinzpeter se ha manifestado a favor. Si desea competir de verdad y modificar las encuestas, Allamand tendría que atreverse a dar un paso audaz.
Algunas voces han propuesto establecer un sistema uninominal (un diputado por distrito, un senador por circunscripción), pero ello más bien enredaría las cosas y favorecería el statu quo. Lo que aconseja la tradición chilena de multipartidismo es abrirle paso a un sistema proporcional corregido, que permita que cada fuerza obtenga aproximadamente la representación que le corresponde.
Hoy se exploran diversas fórmulas de reforma en la Cámara y el Senado. Hay que alentar tales esfuerzos. El cambio del binominal ya maduró en la sociedad.
Por lo tanto, es enteramente legítimo que los ciudadanos, a través de diversas formas, exijan del Congreso una resolución que ponga fin a la vergüenza del binominal y establezca un sistema electoral libre de sospecha, con el que den ganas de votar en noviembre del próximo año.