Probablemente, la mayoría de los chilenos aspiran a vivir en una república democrática, es decir, en una comunidad política independiente que se autogobierna y en la que todos son igualmente libres.
Ello supone, como base esencial, fundar una coexistencia pacífica y justa que garantice efectivamente la vida, dignidad y libertad de todas y todos los chilenos. Sin embargo, esto no será fácil de conseguir. En efecto, aunque dotados de una misma dignidad esencial, los seres humanos también tenemos intereses, valores y pasiones diferentes.
Así, pueblos que se creían más civilizados que nosotros han sufrido espantosas guerras religiosas, genocidios étnicos, exterminios ideológicos, levantamientos sociales violentos, conflictos bélicos entre naciones y no están ausentes -incluso hoy día- las llamadas “guerras culturales”.
No es responsable, entonces, tomarse la gestión de las diferencias a la ligera y creer que éstas se resuelven sencillamente enarbolando slogans simplistas sobre la tolerancia, el pluralismo y la democracia.
Derechamente, hay actitudes que son intolerables y que incluso muchos las juzgan aberrantes ; por ejemplo, el incesto o el empleo de la violencia política en democracia.
Como las situaciones reales son variadas y complejas las decisiones a adoptar para garantizar la coexistencia pacífica, se hace imprescindible el debate serio y reflexivo.
Para nosotros, la tolerancia no se funda en la inexistencia absoluta de verdades que impongan límites mínimos al obrar humano para posibilitar la convivencia pacífica.
Al contrario, partimos del supuesto que hay una verdad accesible a la inteligencia humana y, por lo tanto, que es posible -aunque dificultoso- acercarse a ella, tanto en términos de conocimiento teórico como para orientarse en el obrar práctico. Por lo anterior, pensamos no sólo que hay creencias más valiosas que otras, sino también principios éticos que proponer, en el marco, obviamente, de una convivencia plural y apelando a la persuasión de quien discrepa.
Por otra parte, en democracia, la ciudadanía se encuentra conformada por personas dispuestas a informarse sobre los asuntos públicos, a evaluar las distintas alternativas en liza, a participar en sus debates y en la formación de la voluntad estatal; en suma, a no despreciar el civismo ni los deberes para con lo público, como tampoco a tener aversión por la búsqueda de la verdad.
Entonces, la tolerancia en democracia es recíproca y supone el respeto absoluto al otro, a sus opiniones y a sus derechos. También es compatible con la promoción activa de ciertos valores como la igualdad, la libertad, la paz y la solidaridad.
En concordancia con lo anterior, ¿cuáles son entonces las condiciones para vivir en una sociedad pluralista?
Lo central es que para conseguir la paz que busca el pluralismo se debe evitar toda concentración excesiva de poder. Las esferas de la economía, de la religión y de la política deben estar separadas.
Por otro lado, el pluralismo social supone multiplicidad de asociaciones que han de ser voluntarias y abiertas a las demás. Las afiliaciones múltiples, transversales y líneas cruzadas son un requisito esencial del pluralismo.
No lo hay cuando ser miembro de una raza implica pertenecer a una misma religión, a igual partido político e idéntico club social.
Aún más, el pluralismo exige la existencia previa de una comunidad que genere identidad y pertenencia. El pluralismo político supone, además, consenso sobre las reglas que deben respetarse para dirimir los conflictos en forma pacífica. La regla de la mayoría se respeta, al igual que el derecho de las minorías. Sobre estos dos consensos se sustenta el edificio político en que se arbitran las diferencias acerca de quienes nos gobernarán o las políticas públicas que aplicarán.
Como se observa, la tolerancia, el pluralismo y la democracia conllevan, como condiciones de posibilidad, límites mínimos que debemos reconocer para no confundirnos en el camino y terminar llegando a una Polis en la que no nos gustaría habitar.
Ya dijimos que hay veces en que la tolerancia peca por exceso y otras por defecto.Por exceso, no podemos ser tolerantes con el racismo. Como lo recordaba Manfred Svensson en un informe de Asuntos Públicos, al racista no lo debemos tolerar. Hay opiniones y actitudes que son ética e intelectualmente intolerables, por lo cual declararlos tales y/o sancionarlos a través del derecho, es plenamente legítimo.
Lo que se hace evidente es que, democracia; pluralismo y tolerancia no son materias susceptibles de tratamientos frívolos.
Una democracia de calidad supone estar dispuesto a rechazar la banalidad de la “Sociedad del espectáculo”, contra la cual acaba de escribir el premio Nobel, Mario Vargas Llosa.
Co autor de este artículo es nuestro columnista, abogado Eduardo Saffirio.
Leer versión extendida en: http://www.asuntospublicos.cl/2012/06/una-nota-sobre-democracia-pluralismo-y-tolerancia/