Hace algún tiempo hablé ante 1000 dirigentes secundarios en un seminario organizado por ChileSiempre. Se me pidió que los motivara para el servicio público y la lucha contra la pobreza, cosa que traté de hacer con pasión y vehemencia. Antes de mi habló un funcionario del Gobierno responsable de promover el emprendimiento.
También lo hizo con pasión, tratando de entusiasmar a la audiencia con los logros de grandes innovadores como Bill Gates y Steve Jobes. Con absoluta convicción y buena intención, dijo cosas que al menos a mí me impactaron: el mercado es cruel y es bueno que así sea; todos debiéramos aspirar a ser millonarios como estos emprendedores.
Las multitudinarias marchas en pro de una mayor calidad y equidad de la educación de estos días, parecen decirnos algo muy distinto a lo que escuché en esa conferencia.
No se trata de negar la importancia del esfuerzo personal, el atractivo de emprender cosas nuevas y ni siquiera negar la legítima aspiración de toda persona de ganar más por su trabajo.
Lo que sí me parece obvio es que existe un grito fuerte e indignado contra de una sociedad donde el lucro y la rentabilidad han sido endiosados, donde el más fuerte le gane siempre al más débil, y donde los caídos en el camino de esta selección natural de los más capaces y emprendedores son considerados como simple daño colateral del modelo.
Ante esta indignación son muchos los que rápidamente se apresuran en sacar su set de estadísticas para demostrar que no hay fundamento para tanta rabia y malestar.
Mal que mal, la macro economía está bien. Chile creció en mayo al 7.3%. La economía ha creado más de 400.000 nuevos empleos. El ingreso per cápita ya es de $US15.000, y un conjunto de rankings nos muestran entre los países más aventajados de la región y del mundo en desarrollo. ¿Qué pasa entonces? ¿Por qué persiste el enojo?
Mi hipótesis es que estamos frente a una tiranía silenciosa y destructiva, ante la cual la gente se está rebelando cada día con más fuerza y decisión: la tiranía de los promedios.
Algo pasa que cuando le tiramos a la gente estas cifras grandilocuentes, más que sentirse tranquilos se sienten irritados. Esa rabia, por cierto, no viene de lo que las cifras dicen, sino más bien de aquello que NO dicen.
Veamos algunos ejemplos. Si la pobreza en Chile bajó del 40% al 15%, es sin duda una buena noticia. El problema es que en el Alto Bío-Bío (donde existe la represa más moderna de Chile) sigue siendo de 49% y en Providencia de 0%.
Se nos dice que la mortalidad infantil es bajísima (7.2 por 1000 hab), el problema es que en Sierra Gorda es de 58.3 y Talagante de 2.
Que Santiago avanza en estándares de calidad de vida (OMS) con un promedio de 5 mt2 de área verde por hab. El problema es que mientras Cerro Navia tiene 1.2 mt2 Vitacura tiene 18 mt2.
Finalmente, está el tema de los ingresos. Detrás de ese expectante promedio de 15.000 dólares per cápita, se esconde una fría realidad. Mientras el 10% de los chilenos más ricos tiene ingresos superiores a la media de Noruega, el 10% más pobre tiene ingresos más bajos a los de Costa de Marfil.
Cuando las tiranías tienen rostro y nombre, es más fácil identificarlas y combatirlas. Sin embargo, cuando la tiranía es invisible, sutil y silenciosa, es posible que durante mucho tiempo no se sepa cuál es la verdadera causa del malestar que vivimos.
En lo personal me resulta obvio que la desigualdad brutal de nuestra sociedad está en el corazón de los fenómenos de descontento que estamos experimentamos. La ciudadanía se cansó de consumir promedios como si fueran el fiel reflejo de la realidad.
Hoy, con cada día más acceso a nuevas formas de comunicación (redes sociales e Internet), la gente sabe que detrás de esas maravillosas cifras agregadas se esconden realidades que claman al cielo por justicia.
También existe la percepción de que quienes más defienden esta manera de medir la realidad, en promedios, son precisamente los que están en la parte arriba de la pirámide de privilegios y oportunidades. El discurso exitista de nuestras autoridades (empresariales y políticas), que proclama el pleno desarrollo a la vuelta de cada esquina, termina generando violencia en quienes están en los extremos desposeídos de la curva.
Si queremos construir un proyecto de desarrollo inclusivo, humano y con cohesión social, debemos revelarnos primero contra esta tiranía de indicadores agregados e importantes, pero a la vez tan incompletas y sesgados. Debemos aprender a medir el bienestar social incorporando la dimensión de mayor igualdad y menor abuso.
Esta tiranía no mata, tortura o exilia. Pero hace algo peor, nos hace renunciar a esa infinita capacidad del ser humano de desafiar lo que hoy se considera como frontera de lo posible.
Sólo con la creatividad que surge de esa urgencia provocada por los ciudadanos movilizados, podremos empezar a buscar nuevas formas para medir en serio nuestra realidad, abandonado promedios y haciéndonos cargo de las particularidades.