Nadie podría de inicio negarse a conversar y menos si eso pudiera contribuir a acercar soluciones concretas a temas y problemas sensibles para la población de nuestro país.
Sin embargo, en política y en gestión gubernamental y parlamentaria, los diálogos vitales son los que contribuyen a aterrizar certezas y soluciones. El diálogo, por tanto, que se plantea en estos días, debe tener contenido y sentido. No debe convertirse en una rutina parafernalia y mediática que sirva sólo para la foto, debe apuntar a problemas nacionales ejes de las demandas sociales, regionales y democratizadoras.
Es positivo que se haya planteado encarar a fondo temas como una real reforma tributaria, profundizar los cambios en educación y avanzar en mejorar la calidad del sistema democrático, empezando por terminar con el binominal.
El diálogo con el gobierno debe incluir, además, las demandas generadas en diversidad de regiones del país que tienen que ver con su desarrollo y derechos laborales de acceso a la salud, la educación y la vivienda, infraestructuras y temas de reconstrucción entre otros.
No se puede soslayar en este diálogo los temas laborales, a pesar de que es evidente que el gobierno no tiene una agenda laboral. Hay que atender demandas tan precisas como justas en relación al salario mínimo, empleos de calidad, derecho a negociación colectiva y a huelga, promoción de la sindicalización y oposición a flexibilizaciones laborales como las anunciadas por el gobierno y que, entre otras cosas, facilitarían el despido de trabajadores.
De existir un diálogo entre oficialismo y oposición no debe limitarse a formalidades u objetivos comunicacionales para mejorar la imagen, sino para avanzar hacia soluciones de fondo a problemas y temas estructurales que son reclamados desde el movimiento social y ciudadano.
Plantear estos temas no es imponer una pauta o colocar prerrequisitos, sino que apunta a evitar que de nuevo, mediante palabras de buena crianza se burle una vez más los anhelos de la ciudadanía.
Por lo demás, lo que se haga en tema de diálogos y acuerdos, debe tener el sustento de responder a las inquietudes, necesidades y reclamos del pueblo. De lo contrario, esas prácticas pierden efectividad y solo acreditan la desconfianza y el descrédito hacia un mundo político.
Por el momento está claro que no hay ninguna posibilidad de diálogo. El gobierno no se ha distinguido precisamente por su voluntad dialogante política ni socialmente.