“El arrepentimiento, al igual que la vergüenza, es preferible a la buena conciencia del canalla satisfecho”. Son palabras del filósofo francés André Comte-Sponville, quien sostiene que, aunque algunos consideran que el arrepentimiento y el remordimiento son equivalentes, en su opinión “el remordimiento es solo un sentimiento, mientras que el arrepentimiento es ya una voluntad: es la conciencia dolorosa de una culpa pasada, unida a la voluntad de evitarla en adelante y de repararla si es posible”. (Diccionario filosófico, Paidós, 2005).
Al manifestar su arrepentimiento por haber apoyado al régimen de Pinochet, debido a las violaciones de los derechos humanos, es posible que el ministro Andrés Chadwick haya expresado esa conciencia de una culpa pasada y la disposición de evitarla en adelante.
Su declaración ha agitado las aguas. Gonzalo Rojas Sánchez, columnista de El Mercurio, profesor de la UC y fervoroso defensor del régimen de Pinochet, se burló de su gesto y dio a entender que actuaba movido por el oportunismo.
Más vale no especular sobre la sinceridad del ministro. Es muy aventurado el intento de escudriñar en la conciencia de las personas. Lo concreto es que él dio un paso que no han dado muchas personas que apoyaron a la dictadura: expresar arrepentimiento.
Para tomar el peso a sus palabras, es útil compararlas con las del presidente de la UDI, el diputado Patricio Melero: “La UDI nunca puede arrepentirse de haber formado parte del gobierno militar”, (La Segunda, 15 de junio). Es como si la adhesión de su partido al régimen de Pinochet tuviera carácter religioso.
¿Debemos darnos por notificados de que, si se dan ciertas circunstancias, Melero y su partido podrían volver a participar en un régimen como el de Pinochet?
Es positivo que se haya generado un debate en el seno de la derecha, y que otras figuras de la UDI, como Joaquín Lavín, hayan adherido a las expresiones de Chadwick. No importa si ayer pensaban distinto. Lo que vale es la autocrítica.
El abogado Axel Buchheister criticó a Chadwick por “comprar la verdad oficial que la izquierda lleva años tratando de imponer –con gran éxito- sin matizar respecto del contexto en que las cosas sucedieron” ,(La Tercera, 17 de junio). Aunque admitió que bajo la dictadura se cometieron “fechorías”, sostuvo que la izquierda trajo el odio al país. Por cierto que quienes asesinaron al general René Schneider, comandante en jefe del Ejército, antes de que asumiera Allende, en octubre de 1970, estaban inspirados solamente por buenos sentimientos.
No hay que esquivar el análisis del contexto histórico en que Pinochet se encaramó al poder. Si queremos entender lo que nos pasó, tenemos que enfrentar tanto las causas como las consecuencias del 73. Pero de ello no se deriva que puede justificarse lo injustificable.
Es cierto que la izquierda de aquel tiempo carga con la enorme responsabilidad política de haber estimulado una dinámica de confrontación que, en vez de mejorar la sociedad, generó un cuadro de crisis que permitió que, a partir del golpe, el crimen se convirtiera en política de Estado.
Estamos hablando de lo que ocurrió en Chile cuando la Junta Militar controlaba absolutamente el territorio nacional y ejercía el poder sin contrapesos de ninguna clase, sin Congreso, sin tribunales independientes, sin prensa libre.
¿Cómo funciona el contexto histórico para el abogado Buchheister en el caso del asesinato de prisioneros y el lanzamiento de sus cuerpos al mar?¿Ha reflexionado quizás acerca de la degradación moral de quienes hicieron eso?
Lo esencial es que el fanatismo no vuelva a imponerse entre nosotros, que no se repita una situación como la que hace 40 años bloqueó el raciocinio y alentó el furor.
Tendríamos que haber aprendido, por lo menos, que la lógica del “enemigo interno” provocó en Chile una inmensa tragedia.
Arrepentirse, avergonzarse, sentir culpa son manifestaciones de humanidad. Son signos de que nuestra conciencia no está anestesiada, que no hemos perdido la capacidad de juzgar éticamente nuestros propios actos.
Es respetable que alguien reconozca haberse equivocado en el terreno político, aunque ello signifique, como en este caso, recibir ataques de quienes, al parecer, no han dudado nunca de nada y han dormido siempre tranquilos.
En realidad, los seres humanos nos equivocamos una y otra vez, y nos cuesta aprender. A veces, nos demoramos muchos años en asimilar ciertas lecciones de vida.Sabemos también que lo más común es no admitir los propios errores y ser implacables con los ajenos.
Sería un progreso si, más allá de las discrepancias sobre el pasado, coincidiéramos en ciertas cosas esenciales.
Por ejemplo, que no podemos condenar una dictadura aquí y celebrar otra allá, según el color de los estandartes. Que la tortura es inaceptable en todo tiempo y en todo lugar. Que las garantías individuales son una conquista de civilización que no puede relativizarse.
Que es indispensable que los alumnos de la Universidad Católica, de la Escuela Militar o de cualquier centro de enseñanza tengan claro que un crimen siempre es un crimen.
Necesitamos actuar coherentemente en el terreno de los derechos humanos.Debemos defender siempre las libertades.