Ante la mala evaluación del actual gobierno y la permanente irritación social – que volvió a estallar en Freirina y el Maule – , si la oposición quiere ganar las próximas elecciones presidenciales debe presentar uno solo candidato en primera vuelta, sobre todo si la Coalición por el Cambio hace igual cosa.
La razón no sólo es por una cuestión de legitimidad del nuevo Presidente de Chile y de gobernabilidad de su futura gestión. Además la experiencia chilena y latinoamericana demuestra claramente que quien gana en primera vuelta resulta vencedor en el balotaje.
Por ello no es empíricamente cierto que en primera vuelta se elije y en segunda vuelta se dirime. Salvo un estrechísimo resultado, normalmente el que gana en primera vuelta, vence en la segunda. Luego, los candidatos del centro y de la izquierda que compartan una misma voluntad programática deberán dirimir sus legítimas diferencias en una primaria y no deben volver a caer en la tentación de utilizar la segunda vuelta para ello.
A propósito de la reciente segunda vuelta electoral en Francia, Marco Enríquez-Ominami ha señalado que “en lo personal siempre he creído que en una primera vuelta los electores eligen y en la segunda vuelta dirimen”. La dinámica sería la siguiente.
En la primera vuelta cada ciudadano vota con entera libertad. Si el candidato que realmente te expresa no pasa a segunda vuelta, entonces será el momento de votar aplicando el principio del mal menor. Esto fue lo que ya se sostuvo en la elección presidencial chilena pasada.
Se afirmó, muchos de buena fe, que importaba poco la fragmentación del centro y la izquierda en tres candidatos, pues en segunda vuelta todos se reunirían para impedir el triunfo del abanderado único de la centro-derecha. Incluso se dijo que de esta manera se quitaban votos al abanderado de la oposición, pues se ampliaba la oferta anti derecha.
El resultado de la primera vuelta pareció darles la razón. De hecho, esa noche muchos partidarios del candidato independiente celebraron su victoria. El abanderado de la Coalición por el Cambio obtuvo sólo el 44,06% de los votos, no el 47,1% que había obtenido Joaquín Lavín el año 1999. Sin embargo nuestro actual Presidente de la República resultó ganador en segunda vuelta.
Porque, contra la teoría de la segunda vuelta como instancia dirimente, no todos los electores de Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate concurrieron a votar por quien habían declarado era su “mal menor”: Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
Lo cierto es que antes de la segunda vuelta chilena la teoría descrita no había pasado la prueba de la realidad. Los crueles hechos electorales latinoamericanos no le daban la razón.
Recuerdo haber citado el estudio del cientista político Aníbal Pérez Liñán. Este señalaba que de 39 elecciones presidenciales latinoamericanas ocurridas entre 1979 y mayo de 2002, bajo un sistema de segunda vuelta, solamente 21 demandaron una segunda vuelta electoral. Es decir que en el 46 por ciento de los casos, la segunda vuelta fue innecesaria.
En 14 de los veintiún casos en que se requirió de segunda vuelta, el resultado de la primera elección fue confirmado. Es decir, que en el 82 por ciento de los casos (32 elecciones sobre 39) fue elegido Presidente quien ganó en primera vuelta. Esto ya era una mala noticia para los partidarios de la teoría de la segunda vuelta dirimente.
Sólo en siete casos quien ganó en segunda vuelta había sido derrotado en la primera. Pero lo peor aún faltaba por decirse. León Febres Cordero y Abdalá Bucaram en Ecuador, Alberto Fujimori en Perú, León Jorge Serrano Elías en Guatemala, Leonel Fernández en República Dominicana, Jorge Batlle en Uruguay y Andrés Pastrana en Colombia llegaron segundos, pero separados por márgenes de votos de no más de 8% del vencedor en primera vuelta.
Como se sabe, Eduardo Frei Ruiz Tagle obtuvo sólo el 29,6% de los votos en primera vuelta. La suerte de la centro izquierda ya estaba echada en diciembre del 2009. No había nada que dirimir en segunda vuelta.
Sebastián Rivera, investigador del Centro de Estudios para el Desarrollo, me señala que los resultados electorales tras el 2003 afirman con más fuerza aún que es en primera vuelta donde los electores latinoamericanos dirimen.
Desde el 2003 en adelante, se han llevado a cabo 28 elecciones presidenciales. De estas, 15 se resolvieron en primera vuelta (53,6%) y en 13 se llevó la competencia hasta una segunda vuelta (46,4%). En una de estas segundas vueltas (Argentina, 2003) un candidato se retiró (Menem) y no se llevó a cabo dicha elección.
Por tal motivo, sólo se han realizado 12 segundas vueltas efectivas (42,9% del total de elecciones). En cuanto a la posibilidad de revertir el resultado, en sólo 2 se logró (16,7%)
Esto ocurrió en Ecuador el año 2006 cuando Correa fue electo Presidente y en Perú el mismo año, cuando García le ganó a Humala.
En la primera vuelta en Ecuador (2006) Correa quedó a 4 puntos de Noboa, imponiéndose en segunda vuelta por un margen de 13,34%.
En el caso de Perú (2006) en la primera vuelta Humala se impuso por 6,3% de los votos a Alan García, quien en segunda vuelta le ganó por un margen de 5,26%.
La conclusión empírica es clara: en América Latina quien gana en primera vuelta casi siempre triunfa en la segunda. No es cierto entonces que en la primera se elige y en la segunda vuelta se dirime. Normalmente en la primera vuelta queda todo dicho.
Si la oposición quiere gobernar, no debe ceder a la tentación de usar la segunda vuelta.
Ese error ya se cometió el 2010. Si la actual coalición gobernante presenta un solo candidato y la oposición varios y competitivos, entonces será la Derecha quién ganará en primera vuelta y, muy probablemente, en la segunda.
La oposición debe presentar un solo candidato competitivo. ¿Cuál? El que se elija en una primaria abierta donde participen todos los que adhieran a las ideas matrices del pacto y se comprometan a respetar el resultado de la elección.
Camino largo pero factible para volver a ganar la confianza de la ciudadanía.
Leer versión extendida en http://www.asuntospublicos.cl/2009/10/el-espejismo-de-la-segunda-vuelta/