A propósito de la entrevista del diario El País al ex presidente Aylwin (27/05/2012), hay que decir que la historia está necesariamente abierta a la revisión y la crítica, incluyendo el juicio sobre los protagonistas.
En este caso, se trata del período 1970-1990, sobre el cual necesitamos arrojar toda la luz posible para extraer las enseñanzas que, incluso hoy, no son suficientemente claras para amplios sectores. Y no nos sirven las descripciones en blanco y negro.
Estamos hablando de una época remota y difusa para los jóvenes. Ellos probablemente ignoran, por ejemplo, que el 24 de octubre de 1970, el entonces senador Patricio Aylwin y todos los parlamentarios de la DC votaron por Salvador Allende en el Congreso Pleno para que se convirtiera en Presidente de la República.
Allende, candidato de la Unidad Popular, había obtenido 36,2% de los votos; Jorge Alessandri, de la derecha, 34,9%, y Radomiro Tomic, de la DC, 27,8%. Como no existía la segunda vuelta, el Congreso debió elegir entre las dos primeras mayorías.
Así, la suma de los parlamentarios de la UP y la DC permitió que Allende, luego de firmar un pacto de garantías constitucionales con la DC, entrara a La Moneda el 4 de noviembre.
¿Existió la posibilidad de colaboración entre la UP y la DC? Tomic abogó por ello, que era lo más racional luego de que, dos días antes del Congreso Pleno, el general René Schneider, comandante en jefe del Ejército, sufrió un atentado en el contexto de un complot para impedir la ascensión de Allende en el que quedaron impresas las huellas de la CIA. Schneider murió el 25 de octubre. Había que unir al país para enfrentar la agresión externa, pero eso no ocurrió.
La DC y el PS fueron adversarios enconados entre 1964 y 1973. Cuando triunfó Frei sobre Allende en la elección de 1964, se abrió entre ellos, que habían sido amigos, una etapa de áspera confrontación. Allende fue un opositor implacable del gobierno de Frei, y luego, cuando triunfó Allende en 1970, Frei actuó del mismo modo.
La UP fue una fuerza minoritaria con fines desmesurados. Representó una forma de fervor ideológico que frustró la posibilidad de materializar reformas graduales, viables, que no buscaran “reemplazar la sociedad”, como proponía el programa de la UP, sino hacerla más justa.
El proceso de polarización determinó que los partidarios de la moderación y el diálogo fueran desplazados por los intransigentes de uno y otro bando. Así, la democracia se fue quedando con pocos defensores. Mientras para un sector lo más importante era “hacer la revolución”, para otro era impedirla. De esa manera, los sentimientos predominantes entre los chilenos llegaron a ser el miedo y el odio.
¡Cuánto desvarío en aquellos años, cuánto sectarismo, cuánta irracionalidad orgullosa!
En el contexto de la Guerra Fría, la intromisión extranjera jugó un papel fatídico para nuestro país.
No hace falta demostrar la criminal intervención de EE.UU. en la tragedia chilena. Está documentada por el Senado de ese país. El gobierno de Richard Nixon actuó con extrema desvergüenza. Pero esa intervención, aunque gravitante, no lo explica todo. El hundimiento de nuestras instituciones tuvo una génesis nacional.
Hubo también otros intrusos. El régimen de Fidel Castro intervino de diversas maneras y presionó, incluso desde el entorno de Allende, para que éste forzara una ruptura revolucionaria. El MIR representó la línea cubana en aquellos años.
Es justo reconocer que Allende no estuvo dispuesto a convertirse en un dictador de izquierda. Lamentablemente, el lenguaje de ciertos líderes de la UP convenció a muchos chilenos de que era inminente el establecimiento de una dictadura marxista.Basta con leer las Memorias de Carlos Altamirano, secretario general del PS en esa época, para comprender cómo se generó aquella percepción.
“Avanzar sin transar” era el lema del PS en aquella época. ¡Y sucede que cualquier transacción que hubiera salvado las libertades habría valido la pena!
En noviembre de 1972, la experiencia de la UP estaba prácticamente agotada. Fue el momento en que Allende pidió a los comandantes en jefe de las FF.AA. que se incorporaran al gabinete con el fin de asegurar el orden interno y garantizar las condiciones para la elección parlamentaria de marzo de 1973, que ganó la oposición.
El 17 de agosto de 1973, Allende y Aylwin, presidente de la DC, dialogaron al borde del precipicio, con el cardenal Raúl Silva Henríquez como testigo. Para desgracia de Chile, tales conversaciones no dieron los frutos que se necesitaban.
Todos los sectores llevan velas en el entierro de la democracia hace 39 años.
La derecha dejó a un lado los escrúpulos republicanos y optó por la vía armada para tomar el poder. Está demostrado que usó a las FF.AA. para realizar la utopía conservadora, sin Congreso, sin libertad de prensa, sin partidos, sin habeas corpus. Alberto Cardemil y Jovino Novoa seguramente recuerdan aquella expedita manera de gobernar.
Preocupados de impedir la hipotética dictadura comunista, Frei, Aylwin y el grupo dirigente de la DC no vieron (o estimaron menos temible) la dictadura real, de extrema derecha, que finalmente se impuso. Creyeron que después de un breve interregno militar vendría una elección que ganaría Frei. No imaginaron la criminalización del Estado ni el horroroso costo humano que trajo consigo. Se equivocaron históricamente.
La dictadura no vino de otro planeta. Surgió de las entrañas de una sociedad exasperada por las pugnas sin salida, al punto de que muchos chilenos creyeron que la disyuntiva era el caos o el golpe de Estado.
¿Se pudo evitar el golpe? Tendría que haber habido suficiente lucidez y generosidad de los líderes de la UP y la DC, y no fue así. Al final, los tanques impusieron su ley, y entonces descubrimos cuánta inhumanidad estaba escondida.
No basta con decir que Allende estaba bien inspirado. En rigor, no tuvo conciencia de la dinámica que iba desatar el programa que aplicó, sobre todo en el terreno económico.
Fue un demócrata sin duda, pero sugestionado por la idea de que debía encabezar una revolución que llevara al país a eso que entonces se llamaba “el socialismo”. Se preocupó de ser leal con la izquierda, pero no fue capaz de imponer su conducción en los momentos críticos.
Al final, estuvo dramáticamente solo, superado por los acontecimientos, impotente ante la conspiración, sin autoridad real ni sobre el PS. Fue valiente a la hora de la verdad, cuando La Moneda era bombardeada por la FACH. En los hechos, se convirtió en el primer resistente a la dictadura.
Hasta el 10 de septiembre, es insoslayable la responsabilidad de Allende y la UP en la crisis política desencadenada.Del 11 en adelante, es abrumadora la responsabilidad de Pinochet y sus aliados civiles y militares por todo lo que ocurrió.Los crímenes, las persecuciones, la violación masiva de los derechos humanos jamás tendrán justificación.
Hoy sabemos mejor que ayer que cuando se desprecian las libertades se termina por perderlas. Y conocemos también el terrible precio de las furias ideológicas y del deseo de borrar del mapa a los adversarios.
Fue muy valioso que las fuerzas antidictatoriales se unieran para derrotar a Pinochet en el plebiscito de 1988, y para encabezar luego una transición exitosa y gobernar de manera fructífera.
La formación de la Concertación, y en particular el entendimiento entre la DC y el PS, constituyeron la explícita corrección de las desinteligencias del pasado. Gabriel Valdés y Ricardo Lagos, Patricio Aylwin y Clodomiro Almeyda hicieron un aporte sustancial para que ello ocurriera.
No podemos repetir los errores trágicos. Nuestro país ha progresado gracias a que, desde 1990, han prevalecido la paz, la libertad y el derecho. Podemos afirmar que la cultura de los derechos humanos ha echado raíces firmes. Por haber contribuido decisivamente a abrir ese camino, Aylwin ha ganado un lugar honroso en la historia de Chile.